All hope abandon, ye who enter here
crítica a Dheepan (Jacques Audiard, 2015).
Dheepan se mueve entre la poesía romántica de Garcilaso y el pesimismo prosaico de Steinbeck. Tras la gran sorpresa inicial y al margen de comparaciones que, a estas alturas ya resultan del todo innecesarias, ha llegado el momento de hacer balance y reflexionar para, fríamente, argumentar si la última ganadora de la Palma de Oro merece la severidad crítica con la que está siendo tratada desde que se conoció la decisión del jurado. No podemos olvidar la amplitud semiótica de la que hace gala el trabajo de Jacques Audiard. El concepto de multitrama es llevado a un elocuente y metafórico nivel de expresividad dramática, mientras las diferentes subnarraciones penetran como espadas afiladas dentro de la gran línea narrativa principal con una fluidez incontestable. Si de algo puede presumir Dheepan es de un manejo absoluto de la oratoria visual y la dialéctica argumental. Recordemos si no esa escena en la que el protagonista, que toma el nombre directamente del título de la película en una reivindicación empírica de prioridades, pasea por las oscuras calles francesas engalanado con una ridícula diadema. La imagen muestra su figura multiplicada, ofreciendo el primer juego de identidades al tiempo que la cámara nos acerca hasta un primer plano, para descubrir un severo semblante que contrasta con la absurda estampa propiciada por el luminoso corazón de plástico sobre su cabeza. Así es Dheepan —the man, the legend. El hombre y la ficción sobre él— un ente contradictorio en sí mismo e incapaz de adaptarse a esa nueva vida a la que ha sido arrojado despiadadamente en recompensa por los años de ciega lealtad hacia su país. El espectador enseguida aprecia la ironía de un hombre temido y respetado en su Sri Lanka natal, donde luchó como uno de los Tigres Tamiles por la eliminación del sistema de castas hasta que fueron derrotados en 2009, y tuvo que marchar a París, como refugiado, para volver a someterse a un régimen clasista que, no sólo lo volvía a situar en el último escalafón jerárquico, sino que también le arrebataba todo el honor y la dignidad, cambiando su fusil de asalto por una pistola de pompas de jabón.
Europa se convierte por lo tanto en la única esperanza para miles de refugiados de terminar en campos de internamiento como el superpoblado Menik Farm que, al albergar a más de 200.000 personas en unas condiciones deplorables, perpetra una completa violación de los derechos humanos. Tratando de escapar de esta situación, Dheepan tendrá que hacer frente a dos terribles situaciones —una conceptual, y otra contextual— que ponen de manifiesto la necesidad de no perder la libertad individual, estatutaria o emocional, o al menos fingir que no se ha perdido. La primera de esas circunstancias hace referencia a la pérdida de la unidad familiar. La mujer y el hijo del protagonista murieron en la guerra civil, hecho que lleva implícitas varias consecuencias que influirán en el futuro inmediato de Dheepan. En primer lugar, conseguir la expatriación para un hombre soltero (o viudo) es mucho más difícil que para una familia, por lo que la trama mostrará de qué manera el personaje busca reemplazar a los familiares perdidos por perfectos desconocidos para lograr escapar de la difícil situación política. Este dato, que se aprecia al comienzo del metraje, ya de por sí alberga una grandísima y compleja profundidad semiótica. Una vez los tres miembros de la nueva familia se han establecido en Francia, vemos al marido tratando de forzar una normalidad rutinaria basada en el amor, el cariño y la confianza propias de una pareja con la que se ha convivido desde hace años y no, como es el caso, tratar de atravesar un período de entendimiento mutuo mediante el que llegar a conocer a la otra persona. Es muy fácil pensar, erróneamente, que Dheepan es alguien en proceso de descubrimiento de un nuevo amor, y que trata de ser feliz. Sin embargo, pensándolo fríamente, ¿Cómo va a enamorarse, o tan siquiera a ser feliz, un hombre que acaba de perder a su familia de manera tan horrible? Recordemos que el protagonista fue una de las figuras más importantes de la guerra en su ciudad, una guerra que les costó la vida a su esposa y a su único hijo, por lo que este hombre forma parte inexorable de la causa de su desgracia. Entendiendo esto, es coherente asumir que su actitud cariñosa hacia Yalini no tiene nada que ver con el amor, sino con un tremendo esfuerzo por disfrazar su dolor tratando de restablecer una falsa rutina de vida y suplantar a los seres que le daban sentido. Por este motivo, el héroe llegará a actuar de forma tiránica con su nueva mujer, quien no desea formar parte por más tiempo de la farsa y está dispuesta a rehacer su vida lejos de él y de Illayaal, la niña, cuyo vínculo afectivo será, por lo tanto, mucho más fuerte con su padre de repuesto —comprensivo, amable y afectuoso—, que con Yalini —fría, displicente y apática—, lo que nos lleva a ese juego de identidades que mencionábamos al principio para mostrar las diferentes caras del protagonista.
«Además del apasionante entramado narrativo en el que se muestran los conflictos del narcotráfico, la inmigración, la violencia armada entre bandas callejeras y la inadaptabilidad social, Dheepan es un desgarrador retrato introspectivo del hombre y sus más angustiosos temores con un manejo de las formas y el tempo apabullante».
El entorno se convierte en el segundo obstáculo que deben superar los personajes. Aquí el director establece una analogía entre el comportamiento violento de dos sectores culturales muy diferentes en situaciones igualmente distintas: la Guerra Civil de Sri Lanka, donde los ciudadanos luchaban contra la discriminación y el sistema de castas, y la guerra de bandas rivales en los suburbios parisinos. El realizador presenta el irónico destino de un hombre incapaz de ganar la batalla contra su violento sino, eterno perseguidor que se verá personalizado en la figura de su viejo comandante, ciego de ira y ansias de venganza, que vuelve a pedir su ayuda para continuar una lucha pasada y perdida. No importa la perseverancia que Dheepan deposite en la búsqueda de un futuro mejor; el sistema ya lo ha estigmatizado e incluido en su lista de inadaptados, por lo que su tenacidad se verá irremediablemente reducida a una vehemente resignación, que llegará tras el último giro argumental en una escena trepidante. Audiard recurre a la dramatización satírica de Montesquieu y, al igual que hiciera el pensador francés en sus Cartas Persas, estructura su obra en tres actos correspondientes a las fases existenciales por las que atraviesa el protagonista: Presentación del sujeto —alienado por una vida íntegramente ligada a la guerra—, búsqueda del nuevo yo —separación absoluta con su pasado y ruptura del sueño europeo—, y reafirmación de la identidad —el protagonista aparece por primera vez sin la influencia de ningún agente externo, autodescubrimiento pesimista definitivo y decepción final—. Además del apasionante entramado narrativo en el que se muestran los conflictos del narcotráfico, la inmigración, la violencia armada entre bandas callejeras y la inadaptabilidad social, Dheepan es un desgarrador retrato introspectivo del hombre y sus más angustiosos temores con un manejo de las formas y el tempo apabullante. Una cinta que puede —o no— haberse visto beneficiada, en un momento y un lugar determinados, por el nepotismo patriótico pero que, sin ningún tipo de dudas, es digna merecedora de un premio como la Palma de Oro. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
68ª edición del Festival de Cannes.
Ficha técnica
Francia. 2015. Título original: Dheepan. Director: Jacques Audiard. Guion: Jacques Audiard, Thomas Bidegain, Noé Debré. Música: Nicolas Jaar. Duración: 109 minutos. Productora: Why Not Productions / Page 114. Montaje: Juliette Welfling. Intérpretes: Vincent Rottiers, Marc Zinga, Jesuthasan Antonythasan, Franck Falise, Claudine Vinasithamby. Presentación oficial: Festival Internacional de Cannes 2015 (Ganadora de la Palma de Oro).