La cara y la cruz de la belleza
crónica de la sexta jornada de la 68ª edición del Festival de Cannes
Las jornadas se empiezan a complicar en Cannes a causa de los conflictos entre horarios, que no nos permiten acudir a tantas películas como nos gustaría, y a la masificación en las grandes esperanzas que, por desgracia, hacen que gran parte de la crítica quede fuera de las proyecciones. Dos creaciones francesas se estrenaban hoy en la Sección Oficial bajo la incredulidad de un público que ya empieza a tildar de nepotismo tanta (y tan mediocre) participación francesa. Lo mejor de la jornada fue el tailandés Apichatpong Weerasethakul, que presentaba un maravilloso cuento místico de una fluidez asombrosa y una puesta en escena espectacular. Un trabajo que se aleja de los cánones del cine comercial asiático y consigue que la influencia occidental no contamine ni un ápice el resultado final. Por último, asistíamos a la mexicana Las elegidas, un drama sobre la prostitución que ni entusiasma ni molesta. Una, por momentos, interesante propuesta sobre este ignominioso mercado de la carne que, por mucho que sea explotado en la ficción cinematográfica, sigue sin mejorar en la triste realidad actual.
Joachim Trier, el protagonista del día | «Louder Than Bombs muestra de manera muy acertada este estrabismo perceptivo inexorable en la figura del adolescente marginado: Conrad. El actor Devin Druid logra ser el epicentro de toda la acción, pues su mirada, su flemático caminar y su laconismo emanan tal fuerza narrativa que el resto de los actores sólo tienen que hacer de “sparring” ante ese gran peso pesado pubescente». Crítica de Louder than bombs.
CEMETERY OF SPLENDOUR
Rak ti Khon Kaen, Apichatpong Weerasethakul, Tailandia / Un Certain Regard
Apichatpong Weerasethakul, ganador de la Palma de Oro en la entrega de 2010 con Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, es un director tailandés procedente como muchos otros del mundo del vídeo-arte. Esta característica lo lleva irremediablemente a cuidar la imagen de cada una de sus películas de manera minuciosa y única, obligándonos a reflexionar sobre la importancia de las luces, los encuadres y el escenario, que envuelve cada filme como una obra impresionista de estética deslumbrante. Rak ti Khon Kaen (Cemetery of Splendour), como era de esperar, no escapa al diseño hipervisual, algo que ya le ha costado en más de una ocasión críticas sobre la falta de trascendencia argumental de sus trabajos. No obstante, el director tailandés, se las ingenia para desmostrar, gracias a la armonía narrativa, que hay un vínculo irrebatible entre las formas —irrefutablemente exquisitas— y el contenido —abierto a la interpretación aunque con un claro mensaje atávico a su tradicional cultura—. La historia se contextualiza en el interior de un hospital, un lugar donde, además de llevar a cabo las habituales curas de enfermos, se utiliza todo tipo de medicinas alternativas, muy efectivas según su cultura, como la cromoterapia, el uso de la propia energía corporal para dirigirla a determinadas partes del cuerpo con fines curativos, y una enorme variedad de plantas naturales como las recurrentes bayas de Goji.
Al igual que comentábamos en la pasada jornada de el largometraje de Kiyoshi Kurosawa, en Cementery of Splendour es importante tener la mente despejada para lograr una inmersión absoluta y fluida en el tranquilo avance narrativo. La multitud de tomas detalle de objetos y acciones, y la preponderancia de primeros planos con cámara fija, jugarán un papel importantísimo a la hora de que el público acepte la película o, por el contrario, se quede fuera de la historia por un estado anímico demasiado agitado. Las secuencias se prolongan significativamente, llegando incluso a cambiar el significado de la acción mediante la incorporación de nuevos factores o la variación del escenario. El esquema narrativo se aleja de la concepción habitual, sobre todo para el público occidental; no existe una historia delimitada o lineal, sólo nos podemos dejar llevar por la tranquilidad y la imponente lógica audiovisual. Weerasethakul está más interesado en la dimensión sensitiva y sensorial del cine que en el efectismo explícito y literal. Así, el realizador rehúsa la idea de cine como medio exclusivamente ligado al entretenimiento para utilizarlo también como poderosa herramienta didáctica y cultural con la que enfrentarnos a nuestras propias ideas, o al acercamiento hacia una sociedad con creencias completamente opuestas a las nuestras. Recordemos que la inmensa mayoría de la población de Tailandia es budista, por lo que la representación de las creencias religiosas es un aspecto fundamental; las personas creen en la reencarnación, creen en el respeto y la relación con las plantas, los animales y cualquier ser vivo ya que, en su próxima vida, podrían convertirse en uno de ellos. El alma es un ente muy volátil, y la cinta lo muestra mediante el intercambio cuerpo-alma en determinadas escenas que quedarán explicadas gracias a la condición frágil de los personajes, los heridos de guerra que permanecen en coma en el hospital y se despiertan por momentos para expresar sus emociones. Elegante e introspectivo misticismo que consigue conmover aportando sensatez —cultural, no científica, se entiende— a un ejercicio cinematográfico inmaculado. [75/100]
LA LOI DU MARCHÉ
The Measure of a Man, Stéphane Brizé, Francia / Competición
Del mismo modo que los autores de la nueva ola francesa, Stéphane Brizé pretende mostrar, desde el punto de vista sintáctico y con la mayor verosimilitud posible, la realidad cotidiana del proletariado; aquello que, a diario, pasa frente a nosotros mismos y dejamos pasar, por miedo, por vergüenza, por cobardía o, simplemente, por indiferencia. La loi du marché consigue este resultado de la forma más natural posible, con un estilo formal y directo, sin imposturas ni manipulaciones técnicas o estéticas aunque, eso sí, con algún truco demagógico que le impide ponerse a la altura de otras películas similares como Dos días, una noche. El director se cuelga la cámara al hombro para aportar este realismo a la narración, a la que también desprovee de filtros de imagen, luces artificiales o música intrusiva. En sus imágenes se puede ver una contundente representación social de los más desfavorecidos, y una crítica voraz a los presuntos culpables, que obligan a la clase media-baja a enfrentarse entre sí por esa supervivencia en la que se ha convertido su vida, una vida despojada de toda humanidad, de buenos sentimientos o verdadera preocupación por el prójimo. Estamos solos. El espectador deberá tratar de desenmarañar, analizar y comprender el dilema moral planteado al final del metraje.
La cámara se pegará al rostro del protagonista, Thierry, para no separarse de él en la totalidad de la hora y media de duración del filme. El actor Vincent Lindon nos hará partícipes de la inquietud, el desánimo y la angustia que sufren todas las personas enfrentadas a la búsqueda de trabajo con una constante cuenta atrás que, una vez concluida, significaría la pérdida de todos sus bienes materiales y la renuncia a su vida tal y como la conocen. Es precisamente esa individualidad, casi absoluta en el reparto, lo destacable de esta cinta; un retrato único que, por su aleatoriedad, podría ser de cualquiera de nosotros. Lo importante para Brizé es mostrar la conducta del sujeto sin ningún tipo de condicionantes ni influencias en el juicio del público, una actitud, por lo tanto, que no será justificada más que por ella misma de manera natural y lógica. Por ello, el filme tiene un efecto naturalista que hacen pensar en una cierta improvisación —escena del cumpleaños de la compañera de trabajo—. A través de una sucesión de primeros y medios planos de larga duración, seremos testigos de la rutina desesperanzadora de un hombre al que no se deja de maltratar emocionalmente desde todas las instituciones posibles: empresarios, recursos humanos, delegados de agencias de trabajo, bancos… así, Thierry se encuentra siempre ante un conflicto interno, una situación desagradable que le impide aceptar la necesidad de cambiar de vida, pero al mismo tiempo es consciente de precisar un plan b para el supuesto caso de que, en un plazo de nueve meses —periodo que le resta de seguro de desempleo—, no haya conseguido encontrar trabajo.
El desenlace de la obra se va tornando algo más simplista y menos crítico, haciendo uso de varios recursos demagógicos que desentonan en una narración tan cruda y dejan de lado, de alguna manera, la esencia del filme y del propio Thierry. Es de agradecer, no obstante, que el director plantee la historia desde la empatía y el respeto, nunca desde la frivolización conceptual, tratando así de llegar al multitudinario público que se encuentra en la misma situación que su personaje. [61/100]
LAS ELEGIDAS
David Pablos, México / Un Certain Regard
El cineasta mexicano David Pablos presentó en la categoría Una Cierta Mirada su nueva película, Las elegidas. Un drama sobre la prostitución y la trata de blancas que sigue los clásicos clichés de género del séptimo arte. El mayor error que le encontramos es la frivolización que se hace de la belleza estereotipada y la simplicidad de un guion demasiado manido que no aporta nada nuevo al repertorio de muescas ya existentes sobre el tema. El comienzo muestra una historia de amor entre dos jóvenes, dos adolescentes, en apariencia normales, que pronto serán conscientes de que la atracción que sienten el uno por el otro se vuelve más y más fuerte. Sin embargo, el día en el que Ulises invita a Sofía a la fiesta de cumpleaños de su padre, nos percatamos de que algo raro está ocurriendo. Así, el muchacho, en un ataque de sinceridad y franca preocupación, le confiesa a Sofía que su familia maneja una peligrosa red de trata de blancas y que su misión era hacer que se enamorara de él para convertirla en su siguiente víctima. Finalmente, la pareja decidirá huir, aunque no llegará muy lejos antes de que el padre y el hermano de Ulises le den alcance (y un buen escarmiento). Desde entonces Sofía quedará recluida en el burdel sufriendo las más horribles torturas. Por su parte, el chico se compromete a buscar otra chica que sustituya a su novia, una sustituta que consiga liberar a su amada, aunque para ello tenga que enamorar a otra joven y volver a pasar por la misma situación que tanto le había herido al comienzo.
Las imágenes de sufrimiento quedan muy bien reflejadas mediante los primeros planos de la secuestrada y de sus desagradables clientes, mientras un espeluznante sonido, exageradamente distorsionado y a gran volumen, nos revela el horror de la situación por medio de gemidos de placer y dolor. A mitad de metraje, la película se convierte en un manual del proxeneta. Ulises recibirá unas efectivas lecciones de cómo enamorar a las chicas —todas de rasgos muy similares, con grandes labios, grandes ojos y figura esbelta (contrastando con la “diferente” belleza del protagonista, por usar un eufemismo)—, y posteriormente convencerlas para que rompan cualquier relación con sus familiares o amigos y convertirlas en presas perfectas. Y así, volvemos al principio, Ulises tratando de comenzar una relación romántica con una chica con el único objetivo de salvar a su verdadero amor, quien no sabemos si seguirá albergando los mismos sentimientos hacia él ahora que sabe que es su secuestrador y el causante de su pesadilla. [58/100]
MARGUERITE ET JULIEN
Valérie Donzelli, Francia / Competición
Dentro del melodrama literario, por lo específico de su público y las limitaciones de su argumento, hay ciertos aspectos que tienden a conseguir que la obra resulte más atractiva para los ávidos consumidores de este tipo de productos de romance ligero. La pasión, el peligro, el pecado, la incomprensión y, por último, la oposición de un gran sector de personas capaces de permitir que esa relación llegue a consumarse son algunos de los elementos que más suelen atraer al espectador. Por ello, los dramas de amor incestuoso han sido siempre un objeto de deseo — Ada o el ardor, Vladimir Nabokov—. La realizadora Valérie Donzelli, adaptando un guion original de Jean Gruault, se apunta a este tipo de controversias amorosas con la leyenda de dos hermanos enamorados desde pequeños y sus dificultades y frustraciones al enfrentarse a una sociedad que condenaba el incesto según establecían los cánones eclesiásticos y, por lo tanto, las leyes.
La película acierta a evitar las cursiladas innecesarias y construye su esquema narrativo sin caer en la frivolidad ni en la emoción prefabricada; el filme busca representar el tremendo afecto y la atracción que experimentan los dos protagonistas cuyos nombres dan título a la obra. La directora presenta el relato como un drama clásico de tintes muy teatrales, llevando a cabo diversas técnicas muy atractivas como las escenas de estatismo de los actores, o las fotografías, para resolver conflictos de gran carga dramática. El problema viene por la simpleza y la obviedad de una historia mil veces contada a la que se le añaden muy pocas novedades. Tenemos la representación de la iglesia por un lado, como verdugo implacable del pecado carnal, los padres, preocupados personajes que se esfuerzan por mirar a otro lado ante la evidencia de los hechos, y las minorías serviciales que ofrecen ayuda por empatía. Al final todo resulta más de lo mismo, una desgraciada situación que va empeorando por la participación de terceras personas y que tiende irremediablemente a la tragedia, al escándalo, o ambos. El desenlace resulta incluso más frío de lo que estábamos acostumbrados, dejando la cinta en un aceptable melodrama que no parece encajar con los productos que el público de un festival como el de Cannes espera ver en la Competición. [55/100]
Alberto Sáez Villarino
Enviado especial a la 68ª edición del Festival de Cannes