Ruge La Croisette
crónica de la segunda jornada de la 68ª edición del Festival de Cannes
Empezó el Festival de Cannes en todo su esplendor, en esta segunda jornada, con la apertura de la competición y las secciones paralelas a la oficial. Mad Max: Furia en la carretera conseguía despertar a la crítica a las 8:30 de la mañana, un espectáculo apoteósico y un ejemplo de montaje que daba comienzo a un largo e intenso día de cine. Naomi Kawase ha sido la segunda del día, su película AN resulta una conmovedora oda a la libertad, a la que seguirían el anti thriller rumano Un Etaj Mai Jos, y la comedia romántica indie francesa In the Shadow of Women. En Competición, fuimos deleitados con la extraordinaria Saul Fia, un nuevo retrato sobre la vida en un campo de concentración nazi con una impecable dirección del novel László Nemes, quien ya suena con fuerza para llevarse alguno de los premios importantes.
MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA
Mad Max: Fury Road, George Miller, Estados Unidos | Fuera de competición
El remake que todo clásico de culto se merece. George Miller se convierte en el héroe de la jornada gracias a esta explosión de adrenalina dividida en tres escenas. Uno de los planteamientos más simples del cine de acción —la persecución motorizada— se transforma en un majestuoso ejercicio de odio y venganza hipertrofiado, envuelto en un western post-apocalíptico, que se asienta como una de las cumbres del género de acción contemporáneo. El director presenta un contexto mucho más aberrante y grotesco que sus predecesoras para, a continuación, iniciar con la presentación de los personajes. Conocemos al héroe desde el primer fotograma, Max queda dibujado como un superviviente atormentado por los fantasmas de su pasado. El narrador protagonista, en primera persona, nos da a entender que, una vez que el caos se apoderó del mundo por la falta de agua, su trabajo como agente de la ley dejó de tener sentido, si no era capaz de protegerse a sí mismo, ¿cómo iba a defender a los demás? Una cabecera de 20 minutos muestra la perversa especie que puebla el desierto. Una jauría de violentos degenerados nos pone directamente en contacto con el principal villano: Joe el inmortal, un ser deforme que controla los únicos recursos hídricos y tiene atemorizada a la población.
Cuando un camión lleno de petróleo se desvía de la ruta establecida, saltan las alarmas en reino de Joe, quien se percata de que han secuestrado a su harén, del que forma parte la madre de su futuro hijo. En ese mismo instante da comienzo una persecución que se prolongará por espacio de hora y media. El director introduce un espectacular acompañamiento de heavy metal diegético, compuesto por unos percusionistas y un guitarrista que, encadenados en lo alto de monstruosos vehículos, ponen la banda sonora “in situ” a la trepidante persecución. Como decíamos, la película se divide en tres escenas: La presentación, la huida y el retorno. El escape del reino del terror finaliza con una tormenta eléctrica en la que la arena nos deja sin respiración durante 45 minutos para, posteriormente, hacer una breve pausa explicativa y volver a quemar rueda en una apoteósica y larguísima escena final que emula el abordaje de un gran buque de guerra —con piratas incluidos—.
Para dar fuerza a este vertiginoso estilo, el director se vale de una fotografía ultrasaturada tendente al HDR que se divide en dos estilos muy diferenciados: el nocturno y el diurno. La brutalidad pirotécnica del día deja paso al cromatismo selectivo de la noche que se aprecia gracias a un filtro azulado que acentúa diversos colores en objetos específicos, como el verde, que representen el claro mensaje de la tierra verde, la naturaleza, el agua y la vida. Una ligera y sutil moraleja del sacrificio y la redención termina por conectar entre sí a los personajes del bando de los héroes, y a éstos con el público. Un festín de enajenación visual death metal a 200 kilómetros por hora. [75/100]
AN
Naomi Kawase, Japón | Un Certain Regard
Sakura, o la flor del cerezo, es la flor más significativa de Japón. Dentro de esta cultura es la alegoría de lo efímero de la vida y de la mortalidad. La directora japonesa Naomi Kawase realiza un melancólico y conmovedor símil entre estas bonitas y fugaces flores, y la libertad del ser humano y su capacidad para decidir su destino. El universo cinematográfico de Naomi Kawase gira en torno a la vida íntima, la búsqueda de los orígenes y de la identidad, con sus ausencias, sus ciclos y rituales. Precisamente por ello presenta a dos personajes tan agotados como los protagonistas de esta película: un cocinero de dorayaki (dos tortitas que se juntan y cuyo dulce relleno da nombre a la película), al que desde el comienzo podemos ver con un paso errático y pesado, como arrastrando un peso moral invisible pero que hace que retumbe el suelo a cada agotadora zancada. Por otro lado, encontramos a Tokue, adorable anciana con un espíritu libre muy poco corriente para alguien de su edad. Pronto comprendemos que la protagonista ha sido víctima de una privación de la libertad tan indignante como duradera, el filme ahonda en la lamentable situación de reclusión y aislamiento a la que se exponían los enfermos que experimentaban evidentes cambios degenerativos en su cuerpo cuando la enfermedad se extendía tras la guerra y los habitantes la consideraban contagiosa.
Por supuesto, con un estupendo reflejo de los valores basados en el respeto, los buenos modales y el tradicionalismo de las viejas generaciones frente a las nuevas, la directora retoma su estilo taimado y concienzudo que explora los límites de la sensibilidad en tiempos en los que no había espacio para la poesía. Sensible a las investigaciones formales se aleja, eso sí, de su vertiente más experimental, moviéndose a nivel temático y estilístico, entre las fronteras de la ficción, el documental y la autobiografía. Aunque resulta difícil tener una visión general de este cine comprometido con los cánones clásicos afectivos, puede percibirse un claro desencanto al esperado relevo utópico generacional que ya se da por perdido, en provecho de una descarada y acelerada occidentalización precedida por una revolución mediática estratosférica. Esta cinta explora el relato, el personaje, el afecto y la emoción, como el deprimente paso de una civilización cuyos valores se basan en el respeto y el honor, pero tradicionalmente dirigido por un gobierno incompetente. Un mensaje bonito que esconde unas formas complejas y contradictorias mostradas desde diferentes perspectivas y aprovechando el fuera de campo para dar consistencia a la idea del olvido de la memoria histórica. Afortunadamente para el espectador, la directora se compromete a ofrecer unas concesiones finales que no dejen el mensaje como un completo y pesimista relato de la derrota. El mutismo del perdedor abatido será remplazado por la sonrisa de un hombre que recupera la esperanza una vez que ha hecho frente a sus fantasmas del pasado. [75/100]
ONE FLOOR BELOW
Un Etaj Mai Jos, Radu Muntean, Rumanía | Un Certain Regard
Existe en la actualidad una moda muy frívola consistente en gastar bromas de mal gusto a personas anónimas y al azar para, después de grabarlo todo en un vídeo casero, subirlo a internet con el fin de que la gente corriente se mofe ante las reacciones de los pobres incautos. El mal llamado experimento social, busca simplemente llevar a la gente corriente a situaciones límite y esperar una respuesta temerosa, violenta o graciosa que les haga obtener un mayor número de seguidores en sus canales digitales. El final de la película de Radu Muntean, One Floor Below (Un etaj mai jos), nos recuerda mucho ese tipo de bromas pesadas, aunque llevadas a un extremo absoluto: el asesinato. El protagonista de la película, un padre de familia de clase media, pese a ser testigo de diversas trifulcas entre la pareja de vecinos que habitan en el piso inferior al suyo, decide no tomar cartas en el asunto y seguir la extendida filosofía de vida en estos tiempos modernos de vive y deja vivir. El problema llegará cuando se dé cuenta de que su vecina ha muerto en extrañas circunstancias y él tenga que decidir la participación que quiere tomar en la investigación del suceso, tanto a nivel personal, como a nivel policial.
La cinta sigue de cerca el comportamiento humano ante situaciones extremas. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a hacer la vista gorda por no perder la monótona rutina de nuestras vidas? Desde ese momento la cámara se centrará de lleno en el protagonista principal, sus conversaciones con las personas de su entorno, sus reacciones ante las conversaciones ajenas y, por supuesto, el inaudible monólogo interior que el espectador podrá descubrir a través de su mirada y sus cambios de humor. Con el objetivo centrado, la tensión se irá regulando con una sutil cadencia hasta que, de repente, todo se dispare en un momento crítico que dará comienzo al desenlace definitivo y a la gran incógnita final. El miedo y la desconfianza a que elementos externos se adueñen de nuestra vida y la cambien para siempre originan, en este morboso e interesante experimento social, un estado de defensa y alerta que raya la obsesiva perturbación. [67/100]
SAUL FIA
László Nemes, Hungría | Competición
Dentro de los “lavabos” del campo de concentración de Auschwitz, hoy convertido en un museo del terror y la vergüenza, se aprecia en las paredes las marcas y hendiduras que hace 50 años dejaron las uñas de los presos a los que exterminaron sin piedad en esas “duchas de gas”. Ese es el contexto con el que empieza Saul Fia (Son of Saul), quizá un escenario demasiado visto en cine y, posiblemente, el único cliché que puede separar a László Nemes del nivel de su gran mentor: Béla Tarr. El director húngaro se aboga por la idea de Tarr de que la función del cine no es contar una historia, sino acercarse a la gente, entender su vida cotidiana y la naturaleza humana. La cinta de Nemes incide en un fuerte énfasis en la composición formal, el empleo de cada plano secuencia no llega a ser nunca gratuito, sino que aproxima al espectador con el protagonista por medio de un seguimiento en primera persona de cada acción de su odisea particular. Los lentos movimientos de cámara y los actores se ajustan a complejas coreografías que describen el espacio e introducen el terror de la situación que se vive. El contexto dramático lleva a ser completamente secundario, indirecto y lateral, la historia principal sirve como excusa para mostrar este acercamiento y plantar cara a un aberrante capítulo de la historia.
Delicada y visualmente inmaculada, las imágenes transmiten un bucólico y fatalista realismo poético que distingue entre el comportamiento horrendo y egoísta, y el desesperado y atemorizado. La historia narra la decidida lucha de un prisionero húngaro de Auschwitz por enterrar al que afirma ser su hijo para evitar que se pierda en la inmundicia eterna. La completa dedicación y el esfuerzo que el protagonista pone en su empresa, lleva al resto de reclusos, que se están organizando para alzarse sediciosamente contra el régimen opresor, a desconfiar del hombre, a quien nunca habían oído hablar de ningún hijo. «—Estás damnificando a los vivos por culpa de un muerto». Sin embargo, el hombre seguirá poniendo todos sus esfuerzos en lograr su objetivo. Una visión sobre el extremismo religioso y a la última esperanza de conseguir la ciega salvación eterna cuando la tangible y “temporal” se nos ha escapado.
El director consigue captar el terror y el caos reinante en unas escenas de infarto vistas, en todo momento, a través de la perspectiva de Saúl, cuyo semblante será enfocado de continuo mientras se distorsiona, por medio de una altísima profundidad de campo, el horror que lo separa de su objetivo. Un ejercicio unánimemente ovacionado y que se erige como la primera gran apuesta sólida de la competición oficial que, aunque es muy temprano para afirmar nada, va a poner muy difícil al resto de realizadores superar la maestría tras la cámara de Nemes. [80/100]
IN THE SHADOW OF WOMEN
L'Ombre des femmes, Philippe Garrel, Francia | Quincena de Realizadores (Inauguración)
Y abriendo la Quincena de Realizadores llegaba Philippe Garrel quien, con In the Shadow of Women, presenta un trabajo que bebe de los grandes de la comedia romántica y de enredo como Noah Baumbach o Woody Allen. Con una crudísima fotografía en un blanco y negro sin adornos, el director presenta una historia del egoísmo inherente al hombre y la forma que tiene éste de manipular a la mujer para conseguir siempre su propósito de ser la víctima cuando, en realidad, es el causante de todos los problemas de pareja. La cinta se centra en un joven matrimonio que atraviesa una crisis personal que es afrontada, primero con la aventura amorosa de él, y luego con la de ella.
El humor no llega a ser tan incisivo como el de Allen, ni la estética bohemia tan marcada como la de Baumbach, empero, la cinta resulta muy atractiva y crítica con la actitud del hombre y su continua presunción de superioridad frente a la mujer. El narrador de la historia nos desvela de qué manera una chica prescinde de su independencia para ponerse a trabajar a las órdenes de su marido, un director de documentales. Posteriormente se podrá apreciar una clara actitud egoísta y victimista del hombre, tratando de hacer sentir culpable a la mujer, una vez descubierto su affaire con otro hombre y, al mismo tiempo, ocultando el suyo y asumiéndolo como un acto viril del que no se le puede culpar al ser consecuencia de un gen (defectuoso) que todo hombre posee. No obstante, la crítica no sólo irá dirigida a él, sino también a la ingenuidad femenina de aquellas que se dejan engañar por comportamientos tan despóticos como los del presente caso. El amor, al final, será causa y consecuencia del desamor, y viceversa, llegando a un final feliz que nos deja un regusto amargo al asumir que es una felicidad impostada para los propios infelices o, usando un eufemismo, conformistas. [65/100]
Alberto Sáez Villarino
Enviado especial a la 68ª edición del Festival de Cannes