Alternativas
crónica de la décima jornada de la 68ª edición del Festival de Cannes
Penúltima jornada en la que no asistimos a ninguna integrante de la Competición. Tras el estrepitoso fracaso ayer de Valley of Love, en el que se escucharon gritos de favoritismo por todo el paseo de la Croisette con la que supuso la sexta película francesa, hoy decidimos indagar en algunas cintas de secciones paralelas; como la estadounidense Dope, que trata, con mucho humor y una genial banda sonora, el tema del racismo y las drogas en un barrio norteamericano marginal; y El Principito, la adaptación animada del clásico cuento de Antoine de Saint-Exupéry. Terminando el día asistimos a la repesca de La Patota, cinta ganadora de La Semana de la Crítica, que trata un tema controvertido de una manera muy peculiar. La playa se va vaciando, los coches deportivos desapareciendo y todo huele a despedida. Sin embargo, mañana todavía nos quedarán por ver dos aspirantes al título, entre ellas, la esperadísima Macbeth, con Michael Fassbender y Marion Cotillard.
DOPE
Rick Famuyiwa, Estados Unidos / Quincena de Realizadores
La nueva película de Rick Famuyiwa, Dope, muestra a un grupo de adolescentes en su último año de instituto que han de luchar por la consolidación de un futuro, pendiente de la intervención de dos factores, ambos relacionados en cierta manera con el azar: el éxito en una entrevista de acceso a la universidad, y la supervivencia en el entorno hostil de los suburbios afroamericanos de Los Ángeles. El director presenta un drama de evidente contexto racial con la particularidad de que, a diferencia de otros directores ligados a este género como el siempre controvertido Spike Lee, el choque cultural y social entre razas ha sido obviado casi por completo. La participación caucásica se presenta casi de manera anecdótica, siendo este pequeño porcentaje un simple refuerzo paralelo de la trama que, en ningún momento, se presenta como una amenaza conflictiva. Esto, pese a que parece una decisión deliberada del realizador para evitar caer en los clichés raciales sobre el “temible hombre blanco”, como bien se puede apreciar en la escena de la discusión sobre el uso de la palabra “nigga”, puede que también sea una forma de atacar aquello que se trata de defender: las personas negras sometidas al racismo patrimonial presente en todas las etapas de su vida —búsqueda de universidad en el presente caso—. La mayoría de personajes serán matones que intentarán aprovecharse del protagonista, un inteligente adolescente que trata de mantenerse al margen de los problemas del barrio.
No obstante, la cinta tiene un incuestionable trasfondo cómico, por lo que se podrían pasar por alto ese tipo de controversias políticamente incorrectas. De hecho, en la mencionada escena en la que se debate sobre la utilización de la palabra nigga, el guion nos dirige a la canción Sucka Nigga, del grupo estadounidense A Tribe Called Quest, donde se denuncia que el término, que entona el cantante principal Q-Tip, proviene del sur profundo estadounidense como forma ofensiva de referirse al hombre negro por lo que, con su uso, ya sea de forma peyorativa o amistosa, se impide el acercamiento a una completa igualdad en el trato. La música negra de los 90 en Dope, con una anatomía de la vida cultural negra en el ghetto urbano, es de una trascendencia indiscutible, tanto en la propia banda sonora como en las referencias literales o en la apariencia de los protagonistas. Un elemento de vital importancia, ya que aporta una función tanto contestataria, dando voz a la comunidad negra en un entorno marginal al que se le ha arrebatado su facilidad de expresión por medio de otro tipo de comunicados dialécticos, como energética y acentuadora del cómico y rápido ritmo narrativo. Este aporte sonoro, aparte de amenizar el visionado, también funciona —premeditadamente o no— como vehículo para expresar un mensaje profundamente político. [63/100]
EL PRINCIPITO
Le petit Prince, Mark Osborne, Francia / Fuera de Competición
«Las personas mayores nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismas, y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones». Se quejaba Exupéry de lo complicadas que hacen los adultos, en muchas ocasiones, las cosas sencillas. Su novela, El Principito, es el perfecto ejemplo de esta simplicidad metafórica que alberga en su interior tantos significados como lectores pueda tener la obra. Una fábula en la que el lector empatiza con el Principito si adopta el punto de vista de la imaginación y los sentimientos, o con el Aviador, si lo hace desde la realidad y la razón. Quizá sea por eso por lo que el largometraje homónimo de Mark Osborne no termina de funcionar, al menos no en el sentido que lo hace el material original; ya que nos da una interpretación muy limitada y parcial de su significado.
¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Decía el gran Salinas para referirse a la definición perfecta del amor, en la que sólo importan dos factores, dos pronombres: tú y yo. Esa es la relación que intuimos entre El principito y La rosa, dos seres que se aman y que se enfrentan a la decepción propia del mundo externo que los separa: el jardín de rosas donde se pierde el concepto de exclusividad, concepto que será recuperado gracias a la inteligencia del zorro: «tú la haces única». La estructura narrativa se divide en dos partes: por un lado, la historia tal y como la conocemos, contada por el aviador a una niña que está olvidando ser niña sin apenas haber empezado. En esta parte se aprecia muy bien la esencia del veterano persojae, un hombre que se quedó con el alma del Principito al despedirse en ese fin de la infancia que puso término al libro y que, por ello, mantiene el espíritu desprendido y generoso que no está bien visto en el mundo adulto. La segunda parte es una continuación del libro, una muy original idea en la que la protagonista tiene que reunir de nuevo a estos viejos amigos, con el fin de devolver el espíritu infantil a un principito condenado a la desdicha de un mundo sin niños ni estrellas.
Pese a que el resultado no llega a alcanzar la magnificencia del producto original —aunque también resulte algo injusto someterlo a una comparación con una obra tan irrepetible— el filme se define como un entrañable relato, realizado con mucho tacto y tratando de llegar a una audiencia lo más amplia posible que, acompañado por una banda sonora maravillosa, logra reformular el mensaje de lucha por el respeto y los genuinos valores de amor y amistad: «Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres». [67/100]
PAULINA (LA PATOTA)
Santiago Mitre, Argentina / Semana de la Crítica
Hay algo que no terminamos de entender acerca del remake homónimo que Santiago Mitre hace sobre La Patota, de Daniel Tinayre; y es que se empeñe en que odiemos a la protagonista. Odiar puede no ser el término adecuado, ya que durante todo el metraje trataremos de empatizar con ella, entenderla como si fuéramos un personaje más de los que aparecen en el largometraje. Sin embargo, por más que lo intentemos, no llegaremos a perdonar su actitud y eso nos deja una sensación de mal humor, ya que lo último que queremos sentir hacia una persona que acaba de sufrir una experiencia traumática y terrorífica, es resentimiento o animosidad hacia ella. Y pese a ser un recurso que no comprendemos, tampoco lo juzgamos inoportuno. Todo lo contrario, el director se aleja de la frivolización y de la demagogia en un tema que bien se presta a ello, para mostrar un punto de vista extremo que no habíamos visto antes.
La película comienza con una discusión entre Paulina, una doctorada licenciada en derecho, y su padre, un juez, sobre la idoneidad de dejar sus estudios y su trabajo para irse dos años a realizar un programa de ayuda humanitaria dando clases a jóvenes sin recursos en los suburbios de la ciudad. Un trabajo para el que, según su padre, está sobrecualificada, además de constituir una pérdida de tiempo y un error. Pocos argumentos servirán para cambiar la opinión de una mujer muy testaruda y de fuertes principios que jamás da su brazo a torcer. De este modo, la profesora comenzará a impartir su docencia a unos adolescentes apáticos y conflictivos. A los pocos días de su incorporación al centro, cuando volvía de casa de una compañera de trabajo en la moto de ésta, ocurrirá un lamentable y violento incidente. Antes de que lleguemos a conocer qué es lo que ha ocurrido exactamente, la cámara nos vuelve a llevar al primer día de clase, ahora desde una perspectiva diferente, la de uno de los alumnos. A partir de ese momento, y una vez que se haya esclarecido completamente el penoso suceso, la cinta se centrará en la investigación de los hechos y en la reacción de la protagonista al pasar por todos los trámites post-traumáticos (legales y psicológicos).
Una patota es, en jerga lunfarda, un grupo de delincuentes comunes que se reúnen habitualmente. Encontramos la imagen de la patota de manera muy explícita cuando la protagonista llega por primera vez al pueblo, donde la reciben de forma amenazante una pandilla de estos muchachos que la observan desde lo alto de un cerro. El metraje nos da un motivo —que no una justificación— para este crimen; somos conscientes del estado de ansiedad y la ira del agresor. También se nos hace partícipes de la frialdad burocrática por la que tienen que pasar las víctimas de este tipo de desgracias. Todo está preparado para que el espectador obtenga su satisfacción justiciera, algo que no llegará, y no por un error jurídico —recordemos que la ley está de su lado por derecho y por consanguineidad—, ni por la astucia del criminal, ni tan siquiera por una genial estrategia del abogado defensor, para eso sí estaríamos preparados. Lo que nos depara el final de La Patota es algo que realmente hará que perdamos la paciencia con la protagonista, y la única justificación que encontremos será la de «nadie que no lo haya pasado puede entender cómo me siento». Por si este enunciado no fuera lo suficientemente conflictivo de por sí, el guion añadirá otro tema de discusión, algo que volverá a hacer que demos la espalda a Paulina y deseemos zarandearla para que deje de representar (porque asumimos que está llevando el papel de la heroína inalterable a un nivel extremo) tamaña entereza y acepte su papel de víctima con ansia de justicia. Pero, una vez más, habrá de ser el público quien decida lo que cree que está o no está bien en su actitud, y en qué cree que la protagonista se está equivocando, porque la película lo dejará todo a la interpretación más exasperante. [65/100]
Alberto Sáez Villarino
Enviado especial a la 68ª edición del Festival de Cannes