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    Cine Alemán Siglo XXI

    Berlinale 2015 | Día 2. Críticas: Queen of the Desert, 45 Years & Taxi

    Damian Lewis, Nicole Kidman y James Franco en la Berlinale

    Selección natural.

    Crónica de la segunda jornada de la 65ª edición de la Berlinale.

    Los primeros días en la Berlinale son de asentamiento y ritmo, de encontrar el mejor café de tu calle y prepararse para lo que esté por venir. El redactor tradicional organizará sus tres primeros pases acorde a la Sección Oficial; pero siempre hay alternativas y Panorama y Forum las ofrecen, no sin grandes riesgos. Como nunca he sido amigo de decisiones impulsivas, y tras haber escarmentado el año pasado con algunas de las muescas de dichas secciones, este año he preferido tirar por el sendero seguro, porque es poco el tiempo que se tiene, y hay que intentar ser selectivo, aprovechando la intuición para que por lo menos aquello que se vea sea, cuando menos, sea interesante. Hay también cierta querencia a jugar a las carreras, haciendo contabilidades para ver quién ha visto más películas a lo largo del día. Una especie de juego comúnmente aceptado que, de manera aparentemente inocua, ayudan mucho a diferenciar las maneras en las que cada uno asume su programa. Es lo estimulante de lugares como éste: la excitación que recorre los pasillos los primeros días y el progresivo agotamiento que va consumiendo nuestras energías. Es el ciclo vital de todo certamen: empezar como la primavera y acabar como el otoño, decaído y con mucho cine dentro, tanto que a veces cuesta independizar una propuesta de otra, y el juicio, como ya he comentado en otras ocasiones, se adultera a través del ambiente y los numerosos comentarios que uno absorbe. Pero es parte de la relatividad que rige toda crítica de festivales, y al mismo tiempo es parte de su encanto, de lo que la hace única. Esa frescura instantánea que prácticamente se vomita, entre horas de sueño acumuladas y bocadillos mediocres. Es una adicción agotadora, pero adicción al fin y al cabo.

    Taxi

    TAXI

    Jafar Panahi, Irán, 2015 | COMPETICIÓN

    El encierro ha obligado a Jafar Panahi a ser creativo con su cine; con su mirada y con los emplazamientos de cámara; dando con ideas sencillas pero de gran efectividad que diseccionan, de maneras diversas, el mundo en el que vive. Lo hizo con Esto no es una película (2010) desde el balcón de su apartamento, y lo ha vuelto a hacer este año, desde la cabina de un taxi, con el foco puesto en el salpicadero y un eje de 360 grados que abarque los alrededores. Panahi se pone a sí mismo, de nuevo, como maestro de ceremonias de su trama en una especie de planificado realismo, a medio camino entre la ficción y el documental, donde la aparición de personajes estrafalarios no es impedimento para la captación de un veraz retrato social que no haga ascos a la risa del público, resaltando lo absurdo de algunos ideales que, en su ciudad, son inamovibles. Curiosamente, la película nunca se resiente de estar rodada en un mismo espacio, acercándose al concepto que ya utilizó Jim Jarmusch en One Night on Earth para, a través de una serie de cortos ambientados también en taxis, dar lugar conversaciones especialmente hilarantes, exactamente lo mismo que lo que hace Panahi, dejando por el camino varias perlas que habría que grabarse a fuego. Reflexiones que continúan resaltando la filosofía crítica de su director en torno a la política de su país y el derecho universal a la cultura cuando ésta es censurada mediante leyes poco sólidas. No teme demostrarlo en muchas de las conversaciones que crea, autorreferenciando su trabajo si hace falta, y jugando con el factor ficción, el que le da el poder a todo cineasta de jugar con la realidad y la mentira despertando las dudas de uno de sus pasajeros respecto a la autenticidad de lo que, en su filmografía, se etiqueta como documental; un doble sentido con el que juega la propia Taxi, road movie que se evidencia guionizada pero que, al tiempo, sabe como encerrar momentos muy espontáneos. Una obra valiente que se ha convertido en la primera contendiente de peso para el Oso de Oro. 80|100.

    Queen of the Desert

    QUEEN OF THE DESERT

    Werner Herzog, Estados Unidos, 2015 | COMPETICIÓN

    A nadie le ha sentado bien esta película, ni a su director, ni a su actriz y mucho menos a sus secundarios. Queen of the Desert huele a encargo en cada uno de sus planos, un exquisito trabajo de orfebrería en cuanto a diseño artístico y un descalabro absoluto en cuanto a guión y diálogos, al dar lugar a situaciones que no se sabe si son deliberadamente ridículas o que Herzog ni se cree ni siente lo que cuenta. Mucho se ha hablado entre las salas del Berlinale Palast de la ‘ebria’ interpretación de James Franco, de la soterrada parodia de la obra, o del constante quiero-y-no-puedo de Nicole Kidman. La actriz se esfuerza en intentar, con la mayor sinceridad posible, sacar sangre de la pobre escritura de su personaje, incluso con buenos secundarios que parecen tomarse la cosa un poco a broma —no en vano Franco regala una de las escenas que despertaron la risa del público— o un afán por las tomas de grúas aéreas que buscan retrotraer, sin éxito, a un tipo de melodrama épico que estaba mejor plasmado en la hortera pomposidad de Baz Lurhmann en Australia que en esta farsa del director alemán.

    Un recorrido por el desierto que recuerda en estructura al de Coixet, pues ambos tratan sendos viajes de mujeres obstinadas a través de lugares inhóspitos, sacrificándose por amor, erigiéndose como aparentes relatos femeninos, de la conquista blanca sobre territorios indígenas y con sendas buenas actrices que no entregan sus mejores trabajos.. Bertolucci ya hizo lo mismo con El cielo protector y, aunque no es una cinta para todos, desbordaba pasión desde la banda sonora. Lo mismo que se podría aplicar para El paciente inglés o cualquier romance grandioso de esencia clásica. Historias de amor de producción opulenta pero con buen oficio y mucho más tino. 30|100.

    45 Years

    45 YEARS

    Andrew Haigh, Reino Unido, 2015 | COMPETICIÓN

    Finalmente, Andrew Haigh, director inglés que despuntó en la escena internacional con su segundo largo, Weekend —un drama homosexual íntimo, dirigido con bastante elegancia—, nos recibe con una propuesta engañosamente contenida, abordando la aparente quietud de una pareja anciana que, a una semana para su 45 aniversario, recibe la noticia de que el cadáver de una mujer ha sido encontrado, el que fuera el primer amor del marido. Es el pistoletazo de salida para abrir antiguas heridas que estropeen la aparente tranquilidad de un matrimonio más que asentado, despertando inseguridades en ella. Una Charlotte Rampling intensa en su moderación, acumulando en su personaje una rabia y una impotencia que se acumulan de manera creciente, explotando en unos primeros planos magníficos, que la actriz sostiene como sólo una mujer de su altura es capaz de hacer. Ella es parte de la razón de que la trama avance, silenciosa, entre miradas de reproche casi ocultas y gestos mínimos de dolor, aquellos que marcan los picos emocionales, aparentemente fríos; de una cinta que juega la engañosa baza del relato amable de pareja anciana que redescubre su amor en los últimos estadios de su vida; pero aportando una oscuridad de sentimientos que, bajo la superficie, se intuyen duros, especialmente los de ella que, a la manera de una Joan Fontaine luchando contra el recuerdo de la eterna Rebecca, debe sobreponerse a los recuerdos del pasado ocultando en su interior cuestiones que podrían arruinar todo aquello que para ella significaba seguridad. En los últimos minutos, sólo queda la certeza de algo terrible, de una verdad desgarradora que se queda en el aire. Haigh se ha superado a sí mismo con 45 Years. Es un filme que crece en el recuerdo, merced a un cierre magnífico, y que seguramente le valdrá nuevos éxitos a Charlotte Rampling, no sin merecimiento. 85|100.


    Gonzalo Hernández Espinosa
    Enviado especial al 65ª edición del Festival de Berlín



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