Con alevosía sabe mejor
crítica a Relatos salvajes (2014), dirigida por Damián Szifrón.
¿Cuántas veces has fantaseado con vengarte de una forma sórdida y perversa de tus enemigos? Venga, confiesa. Admítelo. ¿Nunca has soñado con empuñar virtualmente una cerilla, un bidón de gasolina, un extintor o un simple cuchillo jamonero y sacarle las tripas a todos aquellos seres puñeteros que perturban tu existencia? Ese crítico petulante que dilapidó sin pestañear tu carrera musical; una ex-pareja que te dejó unas astas imponentes; el imbécil de la grúa que se llevó sin piedad tu coche mientras tú, inocente de ti, recogías las vueltas en la panadería; o aquel niño de mamá que se burló de tu coche destartalado que ya tenía medio pie en el desguace. Todos contenemos esos impulsos desorbitados de violencia que nos sobrevienen en los momentos de máxima tensión, y es por pura educación, dignidad humana o pánico a la represalia posterior el hecho de que apretemos los puños en lugar de estrangular al vecino, pegarle un tiro al abogado o ahogar al novio de turno con litros de la nata de la tarta nupcial. De todo ese puñado de ocurrencias macabras que podrían brotar de nuestra imaginación en cualquier contexto cotidiano, nacen las seis historias independientes que componen el trayecto de Relatos salvajes. Un brillante largometraje que, sin duda, hace justicia a su nombre, teniendo como única conexión entre sus piezas el clímax de irritabilidad y exasperación que lleva a sus protagonistas a tomar la justicia por su mano.
Damián Szifrón ha logrado conjugar con perfecta armonía la crítica social aguda con un humor ingenioso y negro a más no poder. Repleto de momentos álgidos que tienen como efecto la carcajada, condimentados con coágulos, puñaladas, humo y enajenación mental. Como si la venganza fuese a todas luces la mejor redención para nuestros males comunes, y su perpetración más divertida conforme mayor sea la dosis de violencia. En realidad, Relatos salvajes es una desternillante metáfora contemporánea sobre como sortear las injusticias, los tropiezos y los prejuicios a golpe de risa. Un sexteto de fábulas que representan a nuestra sociedad desbordada, cabreada e insultada por el gobierno, los medios y las presiones convencionales. Cada uno de los cuentos aquí presentes dibujan una solución drástica distinta a esa ansiada dolce vendetta que sus personajes —y con ellos, nosotros, ávidos y deseosos— le debemos a la realidad.
Damián Szifrón ha logrado conjugar con perfecta armonía la crítica social aguda con un humor ingenioso y negro a más no poder. Repleto de momentos álgidos que tienen como efecto la carcajada, condimentados con coágulos, puñaladas, humo y enajenación mental. Como si la venganza fuese a todas luces la mejor redención para nuestros males comunes, y su perpetración más divertida conforme mayor sea la dosis de violencia. En realidad, Relatos salvajes es una desternillante metáfora contemporánea sobre como sortear las injusticias, los tropiezos y los prejuicios a golpe de risa. Un sexteto de fábulas que representan a nuestra sociedad desbordada, cabreada e insultada por el gobierno, los medios y las presiones convencionales. Cada uno de los cuentos aquí presentes dibujan una solución drástica distinta a esa ansiada dolce vendetta que sus personajes —y con ellos, nosotros, ávidos y deseosos— le debemos a la realidad.
El envoltorio del filme es atractivo y apetitoso. Planos atrevidos, travellings mortales y una fotografía colorista, rica y sugerente a cargo de Javier Juliá, sumada a una banda sonora —compuesta por Gustavo Santaolalla— que acentúa el sarcasmo de las mejores secuencias, y un reparto de lujo, diferente para cada pieza narrativa. Hablamos de los enormes Ricardo Darín, Erica Rivas, Leonardo Sbaraglia o Darío Grandinetti, entre muchos otros nombres importantes de ese cine latinoamericano cada vez más vigoroso y lleno de ambiciones. Todos ellos se pondrán en la piel de personajes llevados al extremo, consumidos por un arrebato de indignación hacia la corrupción institucionalizada, las desigualdades económicas o el desprestigio social. Los finales felices no están asegurados, pero la risotada ante esta espléndida colección de crónicas negras, sí. Cabe mencionar que la duración narrativa de cada corto va in crescendo, por lo que el primero es bastante breve y el que pone el broche final se trata del más extenso.
El mosaico de Relatos salvajes tiene una apertura colosal con Pasternak, una historia peculiar a bordo de un avión en la que los pasajeros descubren su aterrador enlace en común. Le sucede Las ratas, situada en una espesa noche de lluvia en un parador desierto, donde podremos hallar una confrontación brutal entre moralidad, mala educación, impulsos homicidas y patatas “al caballo”. Este relato cabalga sobre un dilema ético entre la sed de venganza y el cargo de conciencia, cuando un villano conocido por la camarera sienta sus posaderas en una mesa y pide un café con malas formas. Tras su apoteósico desenlace nos topamos con la tercera historia, titulada El más fuerte, y uno de los platos más deliciosos y salvajes de la velada, un delirio de violencia extrema y soberbia realización técnica. En él, dos hombres aparentemente procedentes de mundos bastante opuestos (ejemplificados en su vestimenta y en sus vehículos), tienen una pequeña discusión en carretera que engordará como una bola de nieve hasta el fatalismo. Bombita tira de la ansiedad de un ingeniero estresado por el tráfico porteño, el cumpleaños de su hija y una línea de aparcamiento jamás pintada. Darín ejemplifica con maestría esta sensación de saturación y ansiedad en medio de la urbe, y la enrevesada sucesión de hechos nos conducirá a un final hilarante e inesperado. La propuesta, quinta narración, se trata de una sanguinaria paradoja acerca de la codicia, el poder y el uso manipulador del dinero. Aquí Szifrón decide sumirnos en más espanto que humor al presenciar las triquiñuelas de un millonario metido en apuros que desea salvar a su hijo adolescente de la pena carcelaria. Por último, y bajo el criterio de la que aquí suscribe, la más brillante y divertida de todas, presenciamos Hasta que la muerte nos separe, una fastuosa boda judía a golpe de orquesta con pinceladas de sexo, traición, rock and roll e instintos homicidas.
En los últimos años no habíamos sido testigos de una comedia tan ácida y contundente, que en palabras de su creador fuese capaz de retratar «la difusa frontera que separa a la civilización de la barbarie, del vértigo de perder los estribos y del innegable placer de perder el control». Aplaudida en Cannes y laureada con los Premios del Público en Donosti y Sarajevo, este largometraje ha ostentado también los méritos de convertirse en la película de habla hispana más taquillera de la historia argentina y de ser elegida para representar al país latinoamericano en los Óscar como Mejor Película de Habla No Inglesa. Definitivamente, esta obra puede convertirse en un pecado liberador para todas aquellas personas normales que también hemos querido tirar a un memo por un barranco, incendiar la estructura burocrática o hacer que un amante odioso se atiborre a cristales. Relatos salvajes es el mejor título que esta media docena de genialidades podía haber tenido. Difícil olvidar una antología tan inteligente, cáustica y deliberadamente oscura. | ★★★★★ |
Andrea Núñez-Torrón Stock
redacción Santiago de Compostela
Ficha técnica
Argentina, 2014, Relatos salvajes. Director: Damián Szifrón. Guión: Damián Szifrón. Productora: Coproducción Argentina-España; Kramer & Sigman Films / El Deseo / Telefé. Fotografía: Gustavo Santaolalla. Música: Javier Juliá. Reparto: Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Oscar Martínez, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Osmar Núñez, Nancy Dupláa, Germán de Silva, María Marull, Marcelo Pozzi, Diego Gentile, María Onetto Presentación oficial: 2014: Festival de Cannes: Sección oficial largometrajes a concurso, 2014: Festival de San Sebastián: Premio del Público (mejor film europeo), 2014: Festival de Cine de Sarajevo: Premio del Público.