Manual del buen soldado
crítica a Corazones de acero (Fury, 2014), dirigida por David Ayer. | ★★★★ |
La representación audiovisual del asesinato ha dejado de tener, para la sociedad contemporánea, ese componente horrendo y aterrador que sí afectaba a generaciones anteriores. La culpa de que asumamos tamaño acto deleznable con fría naturalidad es, en gran parte, debido al cine bélico. Un género cinematográfico que se desarrolla y consolida a partir de los años 40, convirtiendo a Hollywood en un fuerte aliado propagandístico frente al avance nazi. El enemigo (alemanes, japoneses, italianos…) quedaba sometido a una transformación despiadada, mostrándose como el único responsable del conflicto armado y enfrentándose a un ejército de hombres justos que luchaba patrióticamente por el bien del planeta. Las masacres estaban, pues, justificadas (No eran imprescindibles —1945— o Clandestino y caballero —1946—). De forma más sutil, se ha representado la amenaza bélica hacia los Estados Unidos en forma de catástrofes naturales (Armageddon, 1998) y seres despiadados —monstruosos (Alien, el octavo pasajero, 1979), o aparentemente inofensivos pero sujetos a una mutación diabólica del comportamiento (Los pájaros, 1963)—. Sin embargo, tras el (ignominioso) desenlace en Hiroshima y Nagasaki, llegaría la guerra fría, y con ella la desmitificación absoluta del ejército americano, acorralado y atemorizado por la posible existencia de armas nucleares en manos de rebeldes. Desde aquella pública humillación, la heroicidad del soldado fue puesta en entredicho, estableciendo que su condición de combatiente le arrastraría inexorablemente a la enajenación desquiciada del militarismo (Apocalypse Now, 1979). La magnificencia de las grandes batallas, como Pearl Harbor, fue rindiéndose poco a poco al irracionalismo de la violencia territorial, la II Guerra Mundial perdía cualquier atisbo de romanticismo y los nuevos hijos de Hollywood le arrebataban la elegancia a sus producciones. Este es el caso de David Ayer quien, con Corazones de acero (Fury), elimina, o aniquila, cualquier semejanza con el cine de propaganda de la época dorada de Hollywood.
El director, buscando reproducir una estructura narrativa similar a la de los filmes que le aportaron mayores alabanzas, Sin tregua (End of Watch, 2012), y su guion de Training Day (2001), presenta una acción que se desarrolla en 24 horas e incluye la participación de un novato en un ambiente altamente violento. Este recurso temporal juega una baza importantísima a la hora de aportar verosimilitud a un relato crudo y descarnado que, como decíamos anteriormente, pretende despoetizar la concepción belicosa que cualquier contienda marcial lleva implícita, sirviendo de fiel complemento para las nuevas generaciones que se enfrentan a diario contra todo lo que, con mayor o menor rigor, quedó escrito en los libros de historia y ha sido frívolamente disfrazado por la ficción cinematográfica y televisiva. Un día completo dentro del marco de la rendición alemana, cuando las facciones del ejército nazi —por la desesperación de quienes se saben derrotados y sin nada que perder— se mostraban más crueles y violentas, cual animal acorralado. Un día que pondrá término a todo un ciclo vital, no sólo al visualmente evidente, sino también al ciclo del razonamiento y la evolución intelectual humana. En efecto, las acciones de los protagonistas no responden a conductas racionales pero, ¿quién dijo que la guerra fuera un ejercicio militar congruente? Lo que se ve es el producto de actos imprecisos, sujetos al siempre impredecible ataque enemigo, de un grupo de personas desesperadas y mentalmente inestables ante la necesidad de matar a seres humanos para evitar ser asesinados —sólo hay que analizar la escena que sirve de presentación del protagonista, Brad Pitt, atacando brutalmente por sorpresa a un general de las SS, para darnos cuenta de que no habrá concesiones ni con el enemigo ni con el espectador—. Para esta terrible tarea, el grupo de cinco soldados estadounidenses bajo el mando del sargento Wardaddy, contará con la ayuda de “Fury”, un mastodóntico tanque de acero al que se le ha dado una función narrativa prosopopéyica, hasta tal punto de llegar a disputarle el protagonismo al mismísimo Pitt. Su participación es tan importante que es el propio carro de combate el que da título a la película (excepto en España que se nos ha privado de ese astuto recurso mediante una de nuestras absurdas traducciones).
Ayer nos sitúa en el último mes de guerra europea antes de la rendición alemana. Mientras los impecablemente uniformados altos rangos descorchaban botellas de champagne, celebrando la inminente caída de Hitler, cientos de soldados seguían formando parte de una funesta ecuación que fue cruelmente sometida a la introducción de dos factores producto de la locura de un hombre degenerado: mujeres y niños. Una guerra en la que no hay héroes, sólo vencidos en uno y otro bando. Los rostros abatidos de los combatientes se presentan fantasmales mientras sus vacías miradas se clavan en el infinito, como buscando recuerdos del pasado que ya no lograrán encontrar. Sus vidas han terminado entre cuerpos desmembrados y cubos de sangre que tiñen de rojo el negro barro. Algunos seguirán respirando, y ellos cargarán con el heroico epíteto como la peor de sus condenas, deseando en secreto haber recibido ese disparo en la sien que terminó con el sufrimiento de su compañero situado a escasos centímetros de él. En la batalla presentada por el director, las balas no silban, el aire no huele a pólvora y las guapas enfermeras no se dejan ingenuamente agasajar por los piropos de los heridos soldados. En esta contienda, las balas gritan blasfemias antes de perforar el pulmón de un anciano desarmado, el amanecer huele a excremento y a bilis, y las heridas de los caídos se infectan irreversiblemente ante la falta de material sanitario. El director destruye cualquier falso esplendor que pudiera quedarle a Hollywood, se atreve incluso a conceder cualidades humanas y piadosas al enemigo (términos que parecían irreconciliable hasta la fecha) y ataca sin compasión a la cadena de montaje homicida que representa el Tío Sam, Ayer consigue hacer respirar de nuevo a la industria americana arrebatándole aquello a lo que tan aferrada estaba: sus eufemismos románticos que encumbraban la figura de sus mal llamados héroes.
La moral cristiana, esperanza última de los moribundos y discurso eterno de los portadores de las barras y estrellas, es también sometida a una completa sátira encarnada en la imagen del soldado Boyd 'Bible' Swan, un acertadísimo Shia LaBeouf que tirará de nuevo testamento como arenga personal antes de masacrar a todos los “rubios” que se crucen en su camino, independientemente de su edad o sexo, y se hará el sordo cuando sus compañeros de pelotón afirmen que “Dios tiene que ser alemán”. Y mientras tanto, “El Fury” continúa su impertérrita marcha. Nada parecerá capaz de detenerle, ni tan siquiera los monstruosos y militarmente superiores carros blindados germanos, hasta que una mina, en el único momento de calma de todo el metraje, le ocasiona la terrible “lesión” que pondrá fin a su avance. En ese momento llega la noche, y los americanos, incomunicados, se verán sitiados por uno de los mayores grupos de rebeldes armados que siguen en activo. “La guerra nunca termina de forma tranquila”, reza el cartel promocional. Sólo restará ver la última irreverencia anti-heroica del realizador antes de que algunas de las más emblemáticas imágenes de la segunda guerra mundial aparezcan en la pantalla, teñidas de rojo furia, como colofón a una descarnada historia de violencia sin excusas ni aditivos. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
redacción Dublín (Irlanda)
Ficha técnica
Estados Unidos. 2014. Título original: Fury. Director: David Ayer. Guion: David Ayer. Duración: 134 minutos. Productora: Coproducción USA-Reino Unido-China; Sony Pictures Entertainment / Columbia Pictures / Qed International. Montaje: Jay Cassidy y Dody Dorn. Música: Steven Price. Intérpretes: Brad Pitt, Logan Lerman, Shia LaBeouf, Jon Bernthal, Michael Peña, Xavier Samuel, Scott Eastwood, Jonathan Bailey, Branko Tomovic, Adam Ganne, Laurence Spellman, Jim Parrack, Brad William Henke, Kevin Vance, Jason Isaacs, Anamaria Marinca, Alicia von Rittberg, Daniel Betts. Presentación oficial: Festival Internacional de Londres 2014.