El yugo
Crítica desde la Seminci a Camino de la Cruz (Kreuzweg, 2014), dirigida por Dietrich Brüggemann. | ★★★★ |
En una época en la que, por desgracia, el auge de radicalismos en Oriente Medio como el del Estado Islámico parece buscar de la forma más cruel posible otra Guerra Santa, en días en los que la televisión echa mano de la Yihad para sembrar titulares nutridos de decapitaciones, amenazas de atentados y auténticas barbaridades dichas desde mezquitas, quizás, una obra como esta venga bien para replantearnos que ni ellos son todos malos, ni nosotros somos todos buenos. Que el demonio, como se señala en la propia cinta, está en todas partes, y que nuestro gozoso estado del bienestar (al menos así lo era hasta hace unos años), ese que tanto costó conquistar, ese de la libertad de pensamiento, de sexualidad, o de llevar minifalda y escuchar a Iron Maiden, ni ha sido ni es tan universalizable como nos pensamos. Porque el fundamentalismo católico puede ser tan terrible como cualquier otro. Porque en realidad la muerte de la razón empieza en el dogma, sea este del color que sea.
Narra la cinta, que fue premiada como mejor guión en Berlín, la historia de María, una joven de catorce años que sin ser consciente de ello vive presa en el ambiente sectario católico de su familia. Una joven que en ningún momento vive, ni vivirá, su propia libertad. La película está estructurada de una manera original e impactante: catorce estaciones, como Jesús de camino al Calvario, las cuales van dando una evolución a la historia creando elípsis entre los distintos conflictos. Catorce planos secuencia en los que la estaticidad es la reina de cada escena. No solo la de un trípode clavado al suelo, sino también la de unos personajes encerrados en sí mismos que quedan atrapados en esa inmovilidad síntoma de su padecimiento interior. Se crean así encuadres próximos a cuidadas composiciones pictóricas que aumentan por esos derroteros el interés narrativo, sembrando además cuando es oportuno referencias religiosas con sutilidad y evidencia, y sobre todo, oponiendo dentro de cada secuencia la movilidad contra la estaticidad, la vida contra la muerte: la chica discutiendo con la madre, el padre clavado en su silla, los niños que corren en el gimnasio, la chica que se para por culpa de la “música demoniaca”, la bella au pair llena de energía, la joven enferma en la cama. Lo mejor de esta fragmentación es, sin duda, el hecho de que a pesar de que el todo es más que la suma de las partes, estas mantienen una unidad consigo mismas, pequeños átomos que contienen en sí mismos la esencia de la unidad mayor y que a la vez muestran una progresión narrativa. Sorprendente es por tanto el inicio del filme, un plano fijo de unos diez minutos en el que un cura, con seguridad de manual, “enseña” a un grupo de alumnos entre los que se encuentra María, las leyes divinas tal y como deben ser. Aquellas que no admiten doble lectura, que solo pueden ser de una manera, y que un soldado de Cristo debe conocer. La siembra de la semilla que conducirá a María a su personal deriva, entregada por voluntad propia al Dios que la han hecho creer que existe como si su vida no pudiera ser otra cosa que una ofrenda divina. Y el hecho de que no hay salvación posible es algo que vamos sabiendo poco a poco, pues el único rayo de cordura que se acerca a ella como acto de inocente amor prepuber es desechado en el acto por las aspiraciones de trascender de la joven. Lo limitado de lo banal es la debilidad del alma. La verdadera esencia está más arriba, en la entrega total al verbo como única manera de vivir (o morir).
Y no se trata de que la cinta exagere o busque provocar, se trata de que se están revelando verdades incómodas que desde una perspectiva inevitablemente cristiana, sobre todo en un país “laico” como el nuestro, a veces nos cuesta aceptar. En serio, cuestiónense: ¿Por qué empezar propiciando esa división entre ellos y nosotros? ¿Por qué un hombre que propicia una masacre en Noruega es un loco sin remedio y un musulmán que se inmola en un autobús es parte de la infraestructura de una religión violenta y condenable? Entramos en un terreno pantanoso, pues si Camino y su retrato del Opus Dei fue una obra (nunca mejor dicho) polémica, esta cinta está destinada a ser marcada como exageración fantasiosa por no buena parte de aquellos que profesen de manera seria y sagrada la religión católica, y, empero, a pesar de su crudeza ha sabido convertirse en una cinta llevadera, sacando no pocas carcajadas de parte de buena parte del teatro Calderón esta mañana, concretamente de esos que con cada respuesta extremista proveniente de la pantalla reían pensando: “Sí, así es la religión, lo llevo viendo toda la vida”. | ★★★★★ |
Álvaro Martín
Enviado especial a la 59ª edición de la Seminci
Camino de la Cruz
Título original: Kreuzweg.
Dirección: Dietrich Brüggemann.
Guion: Anna Brüggemann, Dietrich Brüggemann.
Productora: UFA Fiction Ludwigsburg, SWR, ARTE, Cine Plus.
Intérpretes: Lea van Acken, Franziska Weisz, Florian Stetter, Hanns Zischler, Lucie Aron, Moritz Knapp, Klaus Michael Kamp, Birge Schade.
Fotografía: Alexander Sass, en color.
Montaje: Vincent Assmann.
Duración: 107’.
Rodaje: Berlín, Alemania.
País: Alemania.
Sección Oficial.
Pueden leer la crítica de Gonzalo Hernández dentro de la crónica de la cuarta jornada de la Berlinale 2014.
«Las presiones sociales y educacionales bajo las que la joven intenta mantener su rectitud son el eje del discurso. Y en ese dibujo que Dietrich realiza de este ambiente tan retrógrado y tradicional, tan peligroso incluso para la propia integridad física y mental, subyace una ambigüedad de contenido bañada de sutilidad. Un planteamiento parecido al que Fesser ejecutó hace unos años en España con Camino, aunque en la práctica ambas obras sean incomparables por tener tonos y estilos completamente diferentes. Donde una es minimalista, la otra es recargada y bastante más condescendiente. Ha sido una sorpresa inesperada. Y que se digiere mejor conforme más reposa».