La exhalación infinita de un coloso
crítica de El hombre más buscado | A Most Wanted Man, dirigida por Anton Corbijn, 2014 | ★★★★
Ahora ya da igual porque está muerto. Y en la muerte como (in)decisión fatídica no hay conjura que valga. Sólo un adiós, ni siquiera un "hasta siempre" con motivos florales. Algunos prosiguen camino y otros, sencillamente, no. Porque agotaron su turno o no quieren jugar repitiendo esquemas o tal vez no se lo permite su frágil salud. La muerte, me digo con nocturnidad estos días, impacta más en la corta distancia. Seguro. Donde hay fuego y violencia, intenciones oblicuas y a menudo eso que los señores de la guerra llaman eufemísticamente "daños colaterales". También cuando llega de improviso, como lluvia de metralla invisible que erosiona la carne y se funde con la médula. Hay además personas que parecen arrastrarla minuto a minuto durante toda su vida: algo en sus ojos nos advierte del temor a esa incertidumbre que podría rodearnos, en espiral, y estrangular con alevosía cualquier opción de supervivencia. Empero decimos que vivir, como soga de cónyuge, aprieta pero no asfixia. Pues tampoco nadie ha demostrado que sea así, tan drástico y tan insoportable (imaginen la reacción de Goliat al enterarse de que un científico ha constatado los efectos adversos del vivir-para-trabajar).
Y ahora ya da igual. Philip Seymour Hoffman fue hallado muerto en su apartamento de Nueva York el 2 de febrero de este mismo año (2014). Debía de hacer mucho frío cuando me enteré de que su figura figuraba ya en pretérito. Aquel cuerpo rechoncho que sonreía reservándose un hálito de artista maldito, incandescente, empantanado merced a un antiguo dique cuyas ranuras lo salpicaban con no pocas y minúsculas pecas de un color blanco carmesí único. Que no existe ni existió jamás. Sí, hacía frío. Aunque la temperatura era más un factor psicológico inherente al shock. Para mí, y no exagero, aquél fue un duro golpe aturdidor: yo miraba sus muchos retratos como quien espera una llamada desde el año 1986, y mientras los miraba no sabía por cuál decantarme o a cuál decirle: Vale, ya, no me hace gracia.
Leí varias noticias sin terminar de creerme que Lancaster Dodd (PSH en The Master) había conseguido por fin su anhelado barco lento hacia China. Y que su pasaje era sólo de entrada y sin posibilidad de anular billete a medio camino. Y disculpen esta digresión, pero las películas son también su contexto sentimental, su realidad entre humo, en gran medida mutables según el espectador que las disfruta/sufre. Philip se nos aparece en El hombre más buscado y, sin pretenderlo, se transforma —en realidad no— en el individuo perseguido que bautiza un filme de espías con el marchamo literario de John le Carré y la caligrafía visual de Anton Corbijn. La existencia en pantalla de Seymour Hoffman es aquí una ironía muy cinematográfica: a veinticuatro fotogramas por segundo e impreso en celuloide uno nunca muere del todo. Menos aún si ganaste el Oscar por tu interpretación de Truman Capote, si fuiste sonidista (y homosexual, Scotty J.) en la aún rudimentaria industria del porno a fines de los setenta, o dramaturgo y hacedor de un mundo a medio camino entre la artificiosidad de las bambalinas y la decadencia siempre indiscernible de la calle sin decoro ni decoración en Synecdoque, New York; si vestiste sotana o gorra de béisbol o zuecos de enfermero paliativo o una disfuncionalidad de Kleenex y llamada telefónica a hurtadillas —Happiness— o radiaste música rock a través de una Radio encubierta, en alta mar y a punto de morir —una vez más— ahogado; o si, además y por si fuera poco, abriste una película de Sidney Lumet follándote a Marisa Tomei a cuatro patas. O "a lo perrito", que dicen los cursis. Como si tuviéramos que simular que somos animales.
Así las cosas, este pelirrojo camaleón ya había sobrevivido a muchos tornados de categoría 5. E incluso a Bill Paxton enamoriscado de Helen Hunt en mitad de Oklahoma, capital de los vientos destructores y del cristianismo evangélico, que barre con igual fuerza pero sin ponerse catastrofista. A tantos y tan variados personajes había sobrevivido Seymour Hoffman, y no fue sino él quien acabó con su yo real. Hoffman era todos ellos y ninguno lograría definir con exactitud al coloso de Fairport, Nueva York. Se fue con la cabeza enterrada en un gorro, sin despedida epistolar, camino del in utero que fragua mitos repugnantes. Desconocemos casi todo sobre su tránsito hasta llegar al último chute irreversible. Qué sentía, cuál era su depresión, cuáles fueron sus verdaderas inquietudes. Le conocemos a través de su cine y, a falta de biografías que arrojen sensatez, lo disfrutamos como el intérprete que sentía, o parecía sentir más que el resto de mortales. Seymour Hoffman fue todos en un tiempo demasiado agresivo, voluble incluso, marcado por el oropel y la falta de coherencia. Los genios de su talla prefieren caminar a solas. Ahí reside su maestría.
Vibra estática la trama de El hombre más buscado, cuyo principal (ex)ponente Günther Bachmann lidera un grupo de espías alemanes sin cabida institucional. Y en esas siguen cuando advierten la llegada a Hamburgo de un checheno con supuestas conexiones dentro del mapa terrorista islámico. El chico, de apenas veintiocho años, huye (o eso dice) de sus torturadores rusos. Su look —barba espesa y semítica, moratones varios y cabello grasiento— no le ayuda a camuflarse en una ciudad como Hamburgo, donde el clima de sospecha es permanente. Telúrico, también. Entretanto, el prófugo busca refugio, y lo halla con celeridad gracias a una pareja musulmana que se erige en su guardia custodia. Le dan techo y comida. Después, abren línea con una abogada y activista social que presta ayuda al futurible reo, cuyas acciones son vigiladas no sólo por el equipo de Bachmann (Philip Seymour Hoffman) sino también por los estadounidenses, que siempre meten las narices allí donde surgen rescoldos de terrorismo islámico. Razones: el padre del bastardo wanted man dejó una herencia de más de 10 millones de euros que podrían servir como vehículo presupuestario a la causa del Islam. O, si se prefiere, a cierta rama del yihadismo (no mezclemos la religión o la geografía con el terrorismo militante) con células en Europa. El tema, como dicen los modernos, es trending y hot! Cada vez son más los ciudadanos europeos —ingleses, italianos, franceses, españoles, alemanes, etcétera— que se unen a facciones terroristas que, de alguna manera, sueñan con la Reconquista. No es humor, y tampoco conviene frivolizar: hoy constituyen un califato y mañana, dios dictará a golpe de proyectil. Las fronteras son difusas y las aspiraciones, salvajes. Todo esto Corbijn lo salva con exquisita inteligencia; no cae en tremendismos, ni en clichés espurios; o sí, quizá unos que devienen verdad y rencor que anida en el estómago para después convertirse en rabia sin antídoto. El director prosigue la senda marcada por su anterior película, El americano, una de suspense elegante con George Clooney jugando al gato y al ratón y, entre medias, metiéndose en aguas y escotes turbulentos. Aquí, el cineasta holandés reafirma su condición virtuosa: su pasado y presente como retratista de estrellas del rock quizá (no puedo afirmarlo, es una sensación) deprecie su crédito a ojos de cierta crítica especializada y jurados de festivales. Su miopía, de ser tal, hablaría nuevamente del juicio inocuo que algunos gastan. Porque su trabajo es modélico, y así lo demuestra El hombre más buscado.
En ocasiones abusa de la cámara al hombro, que provoca ese temblor al parecer tan plausible y cismático —no sé por qué— del último cine moderno. Son detalles menores. Hoffman, el Günther Bachmann de Le Carré, es un pulmón infatigable: se fuma la vida, directamente. Bebe whisky y fuma y anhela una victoria, su venganza particular, frente a los compañeros estadounidenses. Se la jugaron tiempo atrás en una operación de gran importancia. A Hoffman lo rodean personalidades reconocibles: Nina Hoss, Willem Dafoe, Robin Wright (de morena y con el pelo muy corto, igualmente preciosa aun con asexuado giro estético), Rachel McAdams, Daniel Brühl... Una modélica cohorte al servicio de un thriller que triunfa, sobre todo, exponiendo con claridad y concisión cada detalle incriminatorio. No hay ganas de enredar. Muy al contrario, el guión de Andrew Bovell se rinde a la palabra dicha en el momento justo, bajo un cielo gris zona IV casi III que condimenta los silencios de unos personajes sobrios y sombríos, y una tensión con ramalazos de otro cine genuinamente radical. Que apenas si mira por el retrovisor. Que frena, se baja y nos deja plantados en los asientos traseros del Mercedes. Que busca y desentierra las raíces para certificar su nivel de putrefacción. | ★★★★★ |
Juan José Ontiveros
redacción Madrid
Reino Unido, 2014. A Most Wanted Man. Director: Anton Corbijn. Guión: Andrew Bovell. Fotografía: Benoît Delhomme. Herbert Grönemeyer. Reparto: Willem Dafoe, Rachel McAdams, Grigoriy Dobrygin, Philip Seymour Hoffman, Robin Wright, Daniel Brühl, Martin Wuttke, Nina Hoss, Rainer Bock, Mehdi Dehbi, Homayoun Ershadi, Neil Malik Abdullah, Vicky Krieps, Kostja Ullmann, Franz Hartwig, Vedat Erincin, Derya Alabora, Tamer Yigit. Productora: Lionsgate / Amusement Park Films / Demarest Films / Film4 / The Ink Factory / Potboiler Productions. Distribuidora: eOne Films.