El depredador moderno
crítica de Welcome to New York | Abel Ferrara, 2014
Que con escasos meses de diferencia salgan dos películas como El lobo de Wall Street y Welcome to New York debería decirnos algo sobre el momento que vivimos. El estado de una sociedad en creciente desconfianza, cuando no desprecio, hacia aquello a lo que se llama “los mercados” (en el caso del filme de Scorsese) y hacia la clase política (en el caso que nos ocupa). Más aún si ambos productos vienen firmados por dos directores que, pese a sus diferencias (podríamos considerar a Abel Ferrara una versión enfant terrible de Scorsese), comparten orígenes en los bajos fondos neoyorquinos e inquietudes temáticas comunes. Inquietudes que ahora han dado el salto de explorar el sórdido mundo de las malas calles y las mafias a interesarse por otra dimensión del poder. La economía y la política, si nos atenemos a esta evolución en sus trayectorias, terminan no siendo más que otra forma que tiene la corrupción humana de mostrarse, de hacer que un sistema de gobernantes y gobernados termina degenerando en un sistema de dominantes y dominados.
En su nuevo largometraje, Ferrara se enfrenta al mismo reto que encaró Scorsese con Jordan Belfort: retratar a una de las células infecciosas que contribuyen a extender por todo el sistema ese cáncer llamado corrupción. Esto es, a un personaje incapaz de despertar la empatía de una platea que sabe reconocer a sus monstruos. Devereaux, el protagonista encarnado por Gérard Depardieu, viene a ser un representante de la política en su más desenfrenada podredumbre. De hecho, el personaje y la trama se inspiran, sin molestarse en disimularlo, en el famoso affaire Strauss-Kahn. Hagamos memoria. En 2011, Dominique Strauss-Kahn era un prototipo de hombre poderoso. Se encontraba al frente del Fondo Monetario Internacional y su nombre era el favorito en los sondeos para presentarse como candidato socialista a la presidencia de Francia. Hasta que Nueva York vio morir su carrera política. Cuando estaba a punto de abandonar la ciudad tras una breve estancia, fue detenido en el aeropuerto. Una limpiadora de su hotel le acusó de haber intentado violarla en su habitación. Pese a que el proceso penal terminó en absolución (el testimonio de la acusadora fue declarado inconsistente) y Strauss-Kahn siempre declaró su inocencia, el asunto dio una estocada mortal a su imagen pública.
Tres años después, Ferrara presenta un filme que, en esencia, se dedica a reconstruir los hechos que van de la llegada de Devereaux/Strauss-Kahn a Nueva York hasta su absolución. Desde una opción narrativa intimista que en ningún momento despega la cámara del personaje, y con una asunción que tiene mucho de política: Ferrara no solo da por hecha la culpabilidad del representado al contar su historia. Sino que la plantea desde el asco hacia su protagonista, como explicita la entrevista de Depardieu haciendo de sí mismo que abre el metraje. Y que, de paso, hace más presente su conexión con la realidad mediante la ruptura del pacto ficcional. Bajo su apariencia objetivista, Welcome to New York no puede ser más intencional. Mientras que el acercamiento de Scorsese a Belfort tenía algo de “contaminación”, de simpatía hacia su protagonista (hay quien lo ve como un defecto, hay quien lo considera una forma de contar que la fascinación por el dinero se contagia fácilmente), la postura de Ferrara marca las distancias para subrayar su rechazo frontal, exento de compasión, hacia un personaje al que muestra como un enfermo incurable.
Así, Welcome to New York no se anda con sutilezas. En una escena muy significativa sobre esta dimensión fustigadora del filme, la cámara muestra al protagonista duchándose tras haber salido bajo fianza de la cárcel. Y, como si insinuara que una limpieza “formal” (millones de dólares mediante) no le comprará jamás una limpieza moral, el siguiente plano se detiene en su desnudez, dibujándolo como un monstruo de cuerpo paquidérmico castigado por los excesos, de minga colgante y que se expresa a través de unos gruñidos de mala bestia (con los que Depardieu caracteriza su actuación repetidamente). Las escenas de sexo que marcan los primeros compases van en una dirección parecida. Perceptiblemente dilatadas, se encargan de recrear con toda explicitud el proceder de un depredador intemperante, ávido de carnaza que interprete un espectáculo para su deleite. Así, Welcome to New York coquetea con el género porno en esas bacanales que la abren, para luego dar paso a la escena de la violación, que se contrapone a las anteriores por su brevedad. El desarrollo del filme va empujando a ese sexo orgiástico, animalizado y pasado de rosca hacia lo que parece su consecuencia inevitable: ese golpe brutal, crudo y directo al estómago de un déspota que revela su verdadera naturaleza tirando con las dos manos de la cabeza de una limpiadora a su entrepierna.
Hay quien, en este estilo de crudeza visual que tanto caracteriza a Ferrara, ve mera provocación. Pero quizá, la mejor forma de calificarlo sea como “cine de rechazo”. Rechazo hacia la perversión del poder que filma, hacia depredación sexual como metáfora de la política actual, la de dominantes y dominados. Donde los dominantes compran el sexo, al igual que la servidumbre, arrojando tacos de billetes. Hasta que su engolamiento en este trono de superioridad los termina empujando a las formas clásicas de imposición sobre el débil: la violencia, la violación. Hay mucho en el filme del hastío de una sociedad hacia un poder corrompido que tapona con maletines llenos de dólares sus excesos. La propia cámara ya se encarga de subrayar este rechazo al “poderoso caballero” mediante la contraposición de dos planos en su prólogo: una estatua del Conde de Rochambeau, el mariscal que lideró el cuerpo expedicionario francés en ayuda a las Trece Colonias durante la emancipación estadounidense. Y tras él, hace su aparición una fábrica de billetes de dólar con la efigie del héroe de la Independencia George Washington. Una forma muy expresiva de contraponer el idealismo político (con contribución francesa) como elemento fundacional de Estados Unidos, frente a un capitalismo donde el poderoso francés acude al país por razones mucho más oscuras.
La opción narrativa de Ferrara, decíamos, consiste en la estricta cercanía a su protagonista, que no deja de ser una forma de contar, sin filtros, sin ahorrar detalles desagradables, los vicios de un personaje que son los vicios de este nuevo capitalismo. Se permite incluso algo de profundización en sus orígenes, en un monólogo interior un tanto autojustificativo del protagonista, donde expresa cómo el desencanto acabó con su idealismo político de juventud hasta llevarlo al frío individualismo materialista. De Rochambeau al dólar. Pero el director no le concede la compasión. Su seguimiento de la caída a los infiernos de un personaje al que le pinta en la frente el cartel de “se lo merece” también tiene mucho de deleite ante sus padecimientos. Por ejemplo, en la escena donde Devereaux/Strauss-Kahn da con sus huesos en la cárcel. Que es, por otra parte, el mejor ejemplo del pulso firme de Ferrara como narrador, capaz de aguantar el tempo de una historia sin que decaiga la intensidad, caminando sobre una cuerda siempre tensa, con personajes llevados al límite. Tanto a su propio límite como al límite de tolerancia del espectador. Por esto mismo, lo extremo de la propuesta de Welcome to New York no admite medias tintas. Se la puede tachar de burda provocación o se puede entrar en su juego y dejarse llevar por su exploración de (falso) corte objetivo en las andanzas de la corrupción hecha carne fofa. El viaje, en este último caso, resulta tan irritante como hipnótico. | ★★★★★| [77|100]
Miguel Muñoz
redacción Madrid
Estados Unidos, 2014, Welcome to New York. Director: Abel Ferrara. Guión: Abel Ferrara, Christ Zois. Productora: Wild Bunch / Forbes / Belladonna Productions. Presentación: Festival de Cannes 2014. Fotografía: Ken Kelsch. Montaje: Anthony Redman. Reparto: Gérard Depardieu, Jacqueline Bisset, Eddy Challita, John Patrick Barry, Drena De Niro, Amy Ferguson, Paul Calderon, Ronald Guttman, Anh Duong, Anna Lakomy.