12 años de vida
crítica de Boyhood (Momentos de una vida) | Boyhood, Richard Linklater, 2014
Hace 12 años, Richard Linklater empezó a rodar una película sobre el crecimiento de un chaval de 5 que se iría documentando en tiempo real. Cada año, el cineasta reclamaba al mismo casting de actores para hacer avanzar un poco más la historia. Las crónicas de cómo el actor Ellar Coltrane, alias Mason en la ficción, encaraba el papel de su vida dentro y fuera de la pantalla; la infancia, pubertad y adolescencia de un crío cualquiera, incluyendo la relación con sus padres, las discusiones con su hermana, el colegio, el instituto, el primer amor, la universidad y prácticamente todo el espectro de trivialidades por las que pasa cualquier persona joven. Boyhood llega precedida de una gran expectación debida al ejercicio único que el cineasta ha llevado a cabo, contando un relato con el que mucha gente puede sentirse identificada, optando —como es habitual en él— por maneras de trabajar que impliquen un reto. Los medios se han deshecho en elogios, algo que no debería sorprendernos. Estamos ante un filme que podría haber caído en saco roto fácilmente, ya sea por la caída de algún miembro del reparto, por desavenencias internas, por desidia o por cualquier dificultad que pudiera surgir en un proyecto perpetuado durante más de una década. Afortunadamente, no ha sido el caso. Boyhood se estrenó mundialmente en Sundance con críticas superlativas, aunque no ha sido hasta su llegada a Europa cuando la cinta ha empezado a cosechar premios. Berlín fue el primer certamen conquistado, ganando un Oso de Plata al Mejor Director —el primero de muchos, eso seguro— y erigiéndose como una de las favoritas de la sección oficial. A día de hoy, hasta siete festivales independientes tienen confirmado su estreno (y eso sólo hasta el mes de junio); una buena muestra del poderío de un trabajo que todo certamen de nivel que se precie quiere en sus pantallas.
La filmografía de Linklater siempre ha destacado por trabajos que, en su particularismo, se convierten en referencia. La trilogía que conforma el romance de Ethan Hawke con Julie Delpy ya fue indicadora de su gusto por el más difícil todavía, contagiando al cine de la realidad del paso del tiempo. Esta conquista ya la habían intentado antes diversos cineastas. Sin ir más lejos, Lars von Trier con Dimension, proyecto de estructuras mastodónticas fracasado por el concepto que conllevaba: grabar segmentos de tres minutos a lo largo de 30 años —comenzando en 1991— para acabar con una obra compacta en pleno 2024. El danés acabó abandonando la idea y estrenando el material en el 2010 como una película corta que sólo puede ser encontrada en un recopilatorio de cortometrajes nórdicos, a la venta únicamente en territorio escandinavo. Si se valora Boyhood simplemente por lo que cuenta, descubriremos una historia bien narrada aunque algo anodina. Linklater se refugia en la familiaridad de los tópicos para acercarse al público. Todo en base a unas escenas que siempre girarán en torno a Mason afrontando preocupaciones de su adolescencia, ya sea el progresivo distanciamiento de un padre divorciado, el estrés de una madre que no está enamorada de su segundo marido o el momento en el que a Mason se le pregunta directamente cuál es la dirección que quiere tomar de ahora en adelante en su vida. A destacar la maravillosa conversación en el restaurante de la bolera, en la que Ethan Hawke intenta acercarse a su hija interesándose por su vida personal, mientras ella se ríe con una naturalidad que desborda a cualquiera. Sin duda, uno de los instantes que mejor ejemplifican la esencia auténtica del filme.
Es de admirar la sutileza de las transiciones. La realización es muy práctica, casi televisiva, y poco dada a las piruetas formales. En ningún momento se recurre a los socorridos carteles de “un año más tarde”, algo de lo que muchos filmes deberían tomar nota, ya que aquí se da una auténtica lección de cómo documentar el paso del tiempo de una manera natural y fluida, utilizando los recursos al alcance. No sólo el decaimiento físico, sino el acierto de un diálogo bien escrito y, de propina, una selección musical referencial de toda una época. Es el trasfondo histórico de los 2000 el que acaba dando solidez y alejando a Boyhood de ser un ejercicio que podría haber caído en la indiferencia, a la par que insufla al filme de una nostalgia que acaba siendo la del propio Mason en torno a su propia infancia. La nostalgia infantil de los que nacimos a finales de los 80 explota en estos pasajes. Ahí está el estreno de Harry Potter —filmado en una premiere real—, con la consecuente chiquillería armada con sus libros y disfraces, o la sucesión de Bush por Obama en uno de los mejores momentos de humor, cuando el director se permite realizar una serie de bromas a costa del republicanismo trasnochado de algunos vecinos del barrio. Un humor que se vuelve irónico visto hoy día. Es un retrato al pasado reciente comparable con el que en su día realizó Robert Zemeckis en una de sus obras esenciales, Forrest Gump (1994), cinta con la que Boyhood puede encontrar mayores paralelismos en cuanto a la contextualización de toda una cronología socio-política que se convierte en parte esencial de la experiencia.
El trabajo de Ellar Coltrane está fuera de una valoración común. El actor prácticamente se interpreta a sí mismo, pero es de admirar su presencia ante la cámara. Lo tendrá difícil para encontrar en el futuro algo como lo que le ha dado Boyhood. Un papel hecho para crecer en la pantalla, personal y profesionalmente. Por su parte, tanto Patricia Arquette como Ethan Hawke dejan constancia de lo que fueron y de lo que son. Ella dando entrada a la que será su peor década a nivel profesional; él continuando una carrera donde no faltarán títulos de interés y donde nunca terminará de separarse del todo de Linklater, con quién filmará paralelamente hasta dos filmes —Fast Food Nation (2004) y Antes del atardecer (2006)—. Ambos intérpretes entregan un trabajo sincero y emotivo, destacando la química que desprenden con Ellar y Lorelei. Es evidente que se conocen y tienen complicidad. Sin ese elemento, la película no funcionaría como lo hace. Los que nos hayamos enamorado de Patricia con Carretera perdida (1997) asumiremos con cierta pena lo que el paso de los años ha hecho a la actriz. Verlo documentado poco a poco, es algo que impacta y forma parte del gran poder de una cinta que, como ejercicio de cinefilia, tiene mucho jugo. Las conversaciones en torno a Boyhood están aseguradas, pues Richard Linklater ha apostado fuerte y la jugada le ha salido victoriosa. Es difícil que su último trabajo se lleve algún cuestionamiento severo más allá de su libreto —que se adivina que ha estado abierto a distintos cambios— no por imperfecto, sino por el registro tan común que hace de lo que significa crecer, madurar y tomar decisiones en la vida, en una tónica que habremos visto muchísimas veces antes, aunque no de esta manera. Lo que está claro es que habrá bipolaridad en torno a la cinta. Algunos se implicarán desde el principio con la icónica imagen de Ellar tumbado en la hierba y el grupo de Chris Martin dando el opus de apertura, mientras otros, por su parte, aplaudirán la valentía de su realización y se sentirán algo más fríos por su contenido. Lo que sí puede decir un servidor es que Boyhood gana en el recuerdo. Su melancolía es contagiosa y no he podido resistirme a ella. Soy un nostálgico empedernido. | ★★★★★ |
Gonzalo Hernández
Enviado especial al Festival de Berlín 2014
Estados Unidos. 2014. Título original: Boyhood. Director: Richard Linklater. Guión: Richard Linklater. Intérpretes: Ethan Hawke, Patricia Arquette, Ellar Coltrane, Lorelei Linklater. Director de fotografía: Lee Daniel, Shane F. Kelly. Montaje: Sandra Adair. Productoras: IFC Productions, Detour Filmproduction. Fecha de estreno oficial: 19 de Enero de 2014 (Festival Internacional de cine de Sundance).