Reposiciones, Parte I
Críticas: Leviathan (Andréi Zvyagintsev), Adiós al lenguaje (Jean-Luc Godard) y Pride (Matthew Warchus).
La décima jornada revolucionó las listas de favoritos. La rusa Leviathan llegaba a escasos días del anuncio del palmarés para convertirse en una de las cintas más nombradas gracias a su hiriente retrato de una Rusia corrupta, hermosa y decadente. Pero no se quedaba sola. Jean-Luc Godard alteraba las pasiones de la cinefilia más ortodoxa de Cannes. que se rendía fanáticamente a un ejercicio de un pretenciosidad desaforada que explora hasta el agotamiento el lenguaje de las tres dimensiones redifiniendo un 3D autoral que ha demostrado que puede usarse con mucho acierto para propuestas puramente independientes. En mitad de estos dos grandísimos nombres, la convencional Pride se convertía en la ganadora del Premio Queer del festival. Su discurso exaltador y amable lo permitía fácilmente, a pesar de una estructura narrativa y una construcción de personajes que tira del manual de las historias en torno a grandes empresas que salen adelante gracias a la fe de sus miembros. Sin duda, el estreno más débil visto en la Quincena de los Realizadores.
LEVIATHAN
Leviafan
dirigida por Andréi Zvyagintsev
intérpretes: Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova.
Rusia, 2014 | Competición
Andréi Zvyagintsev llegó a Cannes a escasos días de terminar el certamen para revolucionar el listado de favoritas a la Palma de Oro. Leviathan se adentra en el alma podrida de Rusia con un potente alegato de dos horas y media en torno a una familia a la que le expropian la casa y el terreno para especular con él al antojo del alcalde. Cuando Kolya decide recurrir, descubrirá nada más que obstáculos. La burocracia entera está aliada en su corrupción. El alcalde con el juez, éste con el departamento de policía e incluso el sacerdote de la iglesia ortodoxa que lidera la zona, lideran un grupo que barre hacia afuera los problemas ajenos. Zvyagintsev aborda los muchos obstáculos de su país a través de un personaje que se erige como reflejo cinematográfico del literario Josef K, aquel al que Kafka también haría recorrer espacios imposibles en El Proceso para poder escapar de un corrupto laberinto de burocracia construido para el enriquecimiento de unos pocos a costa de los ciudadanos.
La gravedad de la depresión rusa es muy desoladora en su retrato social; el vodka es el agua de Rusia y las armas los juegos de la tarde. Kolya ahoga sus penas en el alcohol igual que lo hace el resto de su familia; pero cuando su mujer desaparece el efecto se triplica. A los jóvenes les quedan pocos divertimentos más allá de reunirse en las ruinas de una iglesia a beber junto a una hoguera. Se evidencia la grandeza de un país que siempre ha sido un gigante con pies de barro. Los cadáveres calcinados de antiguas embarcaciones llenan las marismas de la zona donde vive Kolya, en la península de Kola donde Finlandia puede verse desde la ventana. En su contemplación de ese paisaje lleno de salvajismo y nostalgia, Zvyagintsev imprime belleza a su relato; la de un mundo hermoso en su decadencia. Gran angular y tonos azules y grises, en la línea de una propuesta reciente que pudimos ver en la Berlinale de este año: Omheten. Filme sueco ambientado también en una zona desierta y de pocas esperanzas donde el contexto geográfico se vuelve parte vital para la composición de un conjunto triste y en caída.
Con una hermosísima apertura sonora del compositor Philip Glass, Leviathan llega en un momento crucial a nivel político, con Rusia convertida en nación homófoba y odiada en Europa, ideas que ya se han dejado sentir en Cannes a través del maniqueísmo de un Hazanavicious insultante. Leviathan se ha convertido en una de las cintas clave del certamen. No sólo por su perfección técnica. También por un excelente guión que se preocupa por que los personajes tengan una entidad propia sin convertirse presas de la ambición aleccionadora. El director acierta al introducir un leve subtexto mitológico —y metafórico— que se deja sentir en un par de escenas a través de la presencia, apenas perceptible, de un animal marino que referencia explícitamente al título. La figura de Job ha sido evocada en boca del propio cineasta. Kolya es construido a la manera de un antihéroe víctima de sí mismo y de una sociedad que dice proteger a sus ciudadanos cuando en realidad los condena. Aunque no es una obra de fácil digestión —dura sus 2 horas 30 minutos— que puede que no despierte pasiones en un amplio espectro de público, es un filme que sabe ganarse la complicidad gracias al humor con el que salpica muchas de las interacciones de ese núcleo familiar. Una cinta necesaria que debería ser protagonista durante este 2014. | ★★★★★ | 87/100 |
PRIDE
dirigida por Matthew Warchus
intérpretes: Bill Nighy, Dominic West, Andrew Scott.
Reino Unido, 2014 | Quincena de los Realizadores
Pride es la propuesta queer premiable en todo certamen. Su director —Matthew Warchus— no tiene demasiados créditos más allá de un olvidado filme del 98 con Jeff Bridges, Sharon Stone y Nick Nolte pero no es algo que debamos tenerle en cuenta. Su película es buenrollera, amable y con ese toque que dibuja al gay como chico excéntrico y loco, simpático y que sabe ganarse a las señoras mayores con cierta gracia de ingenio. Es la exaltación sin demasiados obstáculos de cómo la asociación de lesbianas y gays en favor de las minorías se creó en Londres y acabó expandiendo su terreno hasta convertirse en grupo de referencia. Lo hace desde la ficción, sin tomar ninguna figura real como foco sino con la vista puesta en un joven veinteañero que cumple la descripción del gay de filme mayoritario. Pride posee una exaltación algo cartoon que podría emparentarse con una versión colorista de la serie de televisión Queer as folk. Mark es el cabeza de la organización, encargado de buscar un espacio en el que el que poder celebrar las reuniones del grupo, tarea harto complicada ya que todo el mundo le deja con la palabra en la boca en cuanto escuchan la asociación a la que representa. El buen criterio de una señora mayor —cómo no— les abrirá las puertas del centro social en el que vive, un pequeño pueblo del interior de preceptos muy convencionales en el que el grupo conseguirá ganarse el corazón de unos pocos y el rechazo de otros tantos. Así, Pride se va abriendo paso sin ninguna sorpresa excesiva a través de un desarrollo con las necesarias fases de toda empresa. La excitación, el éxito, el desánimo y la superación. El lustre lo pone su casting veterano. Por ahí aparecen Imelda Staunton y Paddy Considine cumpliendo con papeles no demasiado brillantes pero se agradece verlos en un panorama de concienciación civil de manual y premio. | ★★★★★ | 50/100 |
ADIÓS AL LENGUAJE
Adieu au langage
dirigida por Jean-Luc Godard
intérpretes: Héloise Godet, Zoe Bruneau, Kamel Abdelli, Richard Chevalier.
Suiza, Francia, 2014 | Competición
Es difícil hablar de Adiós al lenguaje sin traicionarse a uno mismo. Por un lado, uno reconoce su total independencia de las concepciones narrativas más clásicas. Su apuesta por una libertad de contenido total y casi azarosa, sin responder —en apariencia— a una razón lógica. Se admira su libertad de vuelo y el punto al que llega, porque nada responde a un orden. En el conjunto hay determinadas ideas que gritan más alta que otras. Godard habla de lenguaje visual, de texturas, de experimentación y videoarte, no de viva voz, pero sí con sus decisiones formales. Imágenes en negativo, colores transformados, saturación, rodaje convencional y el 3D como materialización cuasi-física de una serie de imágenes que, entre otras cosas, hablan de una pareja. Con unas composiciones de plano que dejan ver la marca de Godard en la descomposición de los cuerpos, el punto de ruptura llega cuando el cineasta decide arrojarse al vacío llevando al límite una tridimensionalidad que hasta entonces, es de recibo decirlo, nadie había sabido utilizar así. En lugar de utilizar una única cámara las duplica, captando cada una un ángulo ligeramente diferente del plano y haciendo que entre ambas la imagen gane relieve en los rostros y en los cuerpos. También se atreve a filmar dos cosas diferentes con cada una y superponer ambas imágenes una sobre la otra, o sólo mitad, y dejar la otra mitad del plano intacto. El efecto es mareante pero de un riesgo absoluto.
También cabe matizar lo que en Godard es riesgo, pues es un director al que ya nadie le tose. El fanatismo que ha despertado en Cannes ha sido exagerado, aunque curiosamente las reacciones a su Premio del Jurado, exaequo con Dolan, ha despertado abucheos encendidos de la prensa. Es evidente la egolatría de un ejercicio como Adiós al lenguaje porque es una película que sólo un tipo así podría haber hecho. Un recorrido por la psicología cinematográfica del cineasta que despertará tesis sesudas de varias páginas. El problema, como decíamos al comienzo, es que uno reconoce todo esto, pero no puede engañarse a sí mismo en sus emociones. Si hay una película que haya hecho algo por hacer avanzar el lenguaje del cine esa ha sido ésta, o por lo menos lo ha intentado. Luego llegan las valoraciones personales. En Adiós al lenguaje o entras o te quedas fuera y si estas en esta posición lo único que verás serán incongruencias envueltas en narcisismo. Un perro como metáfora, imágenes de archivo, extractos de otras películas, discurso sobre el totalitarismo político, cuerpos desnudos desdoblándose, y de nuevo el perro. Este es un cine para estudiosos del cine, historiadores y sobretodo fanáticos. Algunos se sentirán atraídos por la etiqueta “3D de autor”, y es que es eso. Godard ha intelectualizado las nuevas tecnologías del cine componiendo una obra magna que se intuye un testimonio del final de una carrera y a la que yo le reconozco sus méritos pero en la que, por más que me esfuerce, me siento muy lejano. Mi sensibilidad para con el cine está en otros territorios y el de Adiós al lenguaje no es uno de ellos. | ★★★★★ | 55/100 |
Gonzalo Hernández
enviado especial al Festival de Cannes 2014