Tras la pista del Tigre
crítica de El cazador | The Hunter, de Daniel Nettheim, 2011
«Y esto era irremediable, pues Harry quería, como todo individuo, ser amado en su totalidad y no podía, por lo mismo, principalmente ante aquellos cuyo afecto le importaba mucho, esconder al lobo y repudiarlo. Pero también había otros que precisamente amaban en él al lobo, precisamente a lo espontáneo, salvaje, indómito, peligroso y violento, y a éstos, a su vez, les producía luego extraordinaria decepción y pena que de pronto el fiero y perverso lobo fuera además un hombre, tuviera dentro de sí afanes de bondad y de dulzura y quisiera además escuchar a Mozart, leer versos y tener ideales de humanidad». De esta manera describía Herman Hesse a su Harry Haller en El lobo estepario y ya nos adelantaba que la naturaleza humana es completamente inextricable, pero que, por su condición misma de humana, todo tiene cabida. Me pareció oportuno citar a Hesse para presentar a Martin (espléndidamente interpretado por Willem Dafoe), otro lobo solitario parco en palabras y poco sociable de cuyo pasado no sabemos nada. Un mercenario de ese “mundo civilizado de hojalata” de Hesse que trabaja por libre y cuya única compañía se la proporciona la música clásica. Su último trabajo consiste en dar caza y tomar muestras del que se cree el único ejemplar de tigre de Tasmania, que, según dicen, aún vive en los frondosos bosques australianos. Un ser solitario a dar caza a otro. Martin establece su campamento base en la casa de Jarrah, un activista pro-medioambiente desaparecido hace ya un tiempo, y convive con la supuestamente viuda (Frances O’Connor) e hijos de éste. Mientras, se disputa fuera la lucha entre madereros, ecologistas y Jack (Sam Neill), un “local” cuyas intenciones y motivaciones se nos muestran un tanto confusas durante la historia. Y es la relación de Martin con éstos y con la misma naturaleza la que gradualmente lo convertirá en ese yo tan oculto como latente; un conflicto donde se hallará a sí mismo. En Martin veo reflejado a otros personajes desamparados que nos ha dado el cine, como Rodrigo Mendoza, ese cazador furtivo de indios de La Misión (Roland Joffé, 1986) o Michael, ese trabajador metalúrgico de El cazador (Michael Cimino, 1978) –los dos papeles, por cierto, interpretados casualmente (o no) por ese poco hablador pero magistral actor llamado Robert De Niro–, todos ellos seres pocos sociables, en constante lucha consigo mismo, supervivientes en junglas y en busca de la redención. Estos tres individuos, de alguna forma u otra, cazaban. Y es que la caza siempre ha sido un tema recurrente por metafórico en el séptimo arte. La caza como búsqueda del sentido de las cosas, en medio de una galopante crisis existencial, de lucha con los fantasmas interiores. Y como ocurre en todos ellos, es la misma aflicción la que les hace humanos, y la muerte la que, finalmente, les concilia con la vida.
«Nettheim nos regala algunas escenas magistrales que quedan ya para el recuerdo».
El australiano Daniel Nettheim, confeso admirador de su compatriota Peter Weir, después de una dilatada carrera en la televisión australiana, se embarca aquí en un proyecto que llevaba muchos años fraguándose. Basada en la novela de Julia Leigh, The Hunter toma prestada de The Tale of Ruby Rose (Roger Scholes, 1987) esa misma atmósfera abrumadora de las highlands de Tasmania. El omnipresente paisaje boscoso o selvático de la película de Netthein juega un papel esencial en la película. En este landscape cinema, como ocurre en las películas de Werner Herzog, el ser humano se ve aturdido y asfixiado por esa imponente y hostil naturaleza (hostil hasta el punto de que la misma filmación de The Hunter fue una experiencia dolorosa para ciertos miembros del equipo). La grandeza y suntuosidad de ésta oculta algo entre su vegetación, algo quizás extrapolable al ser humano. Y es que Nettheim confiesa que también hay algo de esa complejidad y sordidez de Deliverance y Apocalypse Now en The Hunter y es precisamente el trabajo de fotografía de Robert Humphreys –que ya destacó en esta disciplina artística en la cinta Somersault (Cate Shortland, 2004)– lo que da a la película ese halo especial y enigmático al lugar donde la trama se desarrolla –los tonos fríos dan a la cinta un aire triste, pero también misterioso–. Y no sólo eso, Humphreys y Nettheim acordaron contar la historia a través de la imagen, no ya como otro personaje más, sino como núcleo, como causa y consecuencia de las actuaciones de estos sujetos, mientras que la música de Andrew Lancaster, Michael Lira y Matteo Zingales acompaña sosegadamente dichas imágenes. Si bien la acción en The Hunter transcurre de manera pausada, en ningún momento decae pues la tensión percibida durante todo el metraje te mantiene en constante atención. Nettheim nos regala algunas escenas magistrales que, para un servidor, quedan ya para el recuerdo. Alejada del mainstream -y de la taquilla consecuentemente-, esta rara avis del cine actual es, sin lugar a dudas, imprescindible. | ★★★★ |
«La soledad era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en el que se mueven las estrellas». Herman Hesse. El lobo estepario.
Julio Mogollón
© Revista EAM / Plasencia
Ficha técnica
Australia, 2011, The Hunter. Director: Daniel Nettheim. Guion: Alice Addison, Wain Fimeri (Novela: Julia Leigh). Productora: Porchlight Films. Música: Andrew Lancaster, Michael Lira, Matteo Zingales. Fotografía: Robert Humphreys. Intérpretes: Willem Dafoe, Sam Neill, Frances O'Connor, Sullivan Stapleton, Dan Wyllie, Callan Mulvey, Jacek Koman, Morgana Davies, Jamie Timony, Dan Spielman.