Eternas secuencias de una triste Taipei
crítica de Stray Dogs | Jiaoyou, de Tsai Ming-liang, 2013
¿Qué se nos prometía, o anticipaba al menos, a los espectadores en torno al estreno en Compostela de Stray Dogs, en este noviembre cinéfilo de Cineuropa? Siendo uno de los filmes estrella del festival y con una elevada cantidad de proyecciones programadas, la nueva –y, según él, última en su carrera— creación del taiwanés de origen malayo Tsai Ming-liang era descrita en las sinopsis oficiales como "un Taipei apocalíptico de incierto y apasionante destino", una epopeya postmoderna sobre la soledad, el consumismo y la alienación humanas: en definitiva, un filme hermoso lleno de simbolismo y merecedor del Gran Premio del Jurado en la Mostra de Venecia de este año, o sin ir más lejos, el de mejor director en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Bien, lejos de percibir la belleza, el interés temático y la crítica social subyacente en sus personajes o saborear la estética que supuestamente brindan esos planos que duran más que un día sin pan, sólo puedo categorizar este largometraje de soporífero, innecesario, y, en algunas secuencias, completamente irritante para la inmensa mayoría de espectadores, que sólo pueden cruzar los dedos estoicamente desde sus butacas ansiando el paso del minutero. Una lástima, puesto que las ideas que esta cinta aborda tienen una perspectiva interesante.
La trama es sencilla y se fundamenta más en la ausencia que en la presencia, más en el vacío y desolación de los paisajes urbanos y los subterfugios oscuros que en la acción activa, más en la contemplación y el silencio que en el diálogo (puesto que apenas se oyen 20 o 30 frases breves). Supuestamente situada en el presente, aunque con tintes de un cierto y deprimente furismo, los espacios que hallamos en Stray Dogs son inhóspitos y sórdidos: exteriores ruinosos que causan agorafobia, apartamentos en estado de putrefacción, vastos bosques llenos de maleza y grandes avenidas llenas de tráfico; todos ellos parecen hacer hincapié en el automatismo al que se ha visto sometido el ser humano, en su pequeñez frente a la inmensidad, y en el declive al que han arrastrado a Taipei un estilo de vida sobreexigente y explotador. En definitiva, la ambientación deshumanizada aquí es el pilar en el que sustenta y excusa el filme para erigir una paradoja del progreso, una parábola sobre el caos de la civilización moderna, protagonizada por una familia con problemas que intenta sobrevivir en la ciudad. Su padre, Lee Kang-sheng, es un poste humano que sostiene un cartel publicitario en medio de la calle durante muchas horas, encarnando así el comienzo de la crítica a la cosificación de las personas y la falta de humanidad de un sistema cruel que no para de crecer. El padre intenta ahorrar dinero y mantenerse a flote durmiendo penosamente en lugares abandonados, bebiendo y cuidando de sus hijos pequeños, que prueban muestras de comida en un gran hipermercado a diario.
Filmada por entero con planos estáticos y largos, en secuencias cuyo significado de fondo es imposible de atisbar, o si lo es, no hay justificación en aguantar durante cinco minutos a un hombre comiendo un zanco de pollo o mordiendo una col cruda mientras llora durante un largo intervalo que se antoja eterno. Si la imagen tiene valor por sí misma, con sus connotaciones y simbolismos, ningún espectador precisa de un margen tan largo para desentrañarla, menos aún cuando ésta no refleja ningún conflicto nuevo, ni existe ningún tipo de interacción entre sus personajes. Aunque es innegable la calidad sobresaliente de la fotografía y de la imagen, el montaje se gana con creces el status de exasperante, ni colirios ni parpadeos, ni redbulls ni un embalse de café salvan a una ya no del bostezo, sino de las ganas de echarse una cabezadita. A lo largo de esta sesión, de aforo prácticamente completo en el teatro, hasta cuarenta personas aproximadamente desfilaron, en diferentes momentos de la película hacia la puerta, y cuando se encendieron las luces, la expresión de alivio genérico fue perceptible en la gran mayoría de los rostros. Stray dogs, como su propio nombre indica, pudo ser el vehículo de un para contar la historia de unos, metafóricamente hablando, perros abandonados, personas sin hogar ni rumbo que viven en crueles metrópolis como Taipei. Víctimas de la crudeza insostenible de un sistema que se retroalimenta a si mismo y que suprime las emociones a golpe de máquina y tecnología, una historia de pena y deshumanización, de una familia que sobrevive al límite, pero no hacía falta que tal ejercicio crítico se convirtiese en una tortura. Demasiada paciencia gastada para un mensaje tan poco profundo. ★★★★★
Andrea Núñez-Torrón Stock
redacción Galicia | enviada especial al Festival Cineuropa de Santiago de Compostela
Taiwan, Francia, 2013, Jiaoyou (Stray Dogs). Director: Tsai Ming-liang. Guión: Tsai Ming-liang. Productora: Homegreen Films, JBA Productions. Reparto; Lee Kang-sheng, Lu Yi-ching, Lee Yi-cheng, Lee Yi-chieh, Chen Shiang-chyi. Presentación oficial: Festival de Venecia, 2013, Gran Premio del Jurado.