Régimen de comunicación foral
crítica de Stop the Pounding Heart, de Roberto Minervini, 2013El título de esta película es toda una declaración de intenciones. No sólo anticipa su temática conservadora, por la que su chica protagonista sólo encuentra motivos para olvidar sus impulsos juveniles y abrir su corazón completamente a la devoción y a la sumisión, sino que también es un mensaje dirigido al espectador. A veces conviene frenar un poco el ritmo cardíaco y olvidarnos de nuestros quehaceres cotidianos contemplando durante hora y media un paisaje por así decir exótico y apacible… No durante mucho más tiempo, porque se corre el riesgo de que las pulsaciones se vuelvan a acelerar recordando el tiempo que se puede estar perdiendo. Pero durante el modesto tiempo que dura esta película el freno es casi radical, no porque se empleen los habituales recursos de algunos cineastas que desprecian la elipsis y el dinamismo, con planos lentos, personajes inertes, ausencia de diálogos y decorados sobrios, sino porque realmente da la sensación de estar asistiendo a una especie de limbo, a algo transitorio, a un paréntesis donde la trascendencia inesperada que toman acciones y conversaciones cotidianas dilata su significación. Y al mismo tiempo tales acciones y conversaciones son las únicas que importan y tienen sentido para los pocos personajes que pueblan este relato, ya sea el cuidado de un rebaño lechoso por parte de la chica o el intento de domar un toro desbocado por parte del chico o las descompensadas y frustrantes conversaciones entre los dos. En otras palabras, no hay nada más allá de esta incomunicada y enclaustrada cotidianeidad aunque, en otro sentido, sí lo hay. Pues en el fondo la chica duda y se cuestiona el papel que su comunidad familiar le tiene reservado. De ahí la necesidad del mandato del título.
Estas reflexiones podrían agotar el discurso interpretativo de un filme, al margen de un par de imágenes simbólicas aquí y allá, cuya intención está bastante clara y cuyo director se muestra bastante imparcial ante lo que rueda. La manera de trabajar de Minervini está de hecho más cerca del documental que de la ficción. Ello queda patente en el tempo de las escenas y en la completa ausencia de música, así como en el carácter no profesional de unos actores que se interpretan a sí mismos, en lo improvisado de unos diálogos repetitivos y en ocasiones superfluos o en la inclusión de acciones como un parto real en directo, cosa inédita en una película de ficción. Pero, de la misma manera que antes subyacía el dilema bajo la monotonía, aquí también sale a relucir el sustrato ficticio bajo este tratamiento engañosamente documental, pues realmente no se utilizan ninguno de sus recursos propios. Por ejemplo, a los “actores” no se les parece imponer directrices determinadas ni recrean determinadas emociones, pero al mismo tiempo tampoco aparecen desde un perspectiva distante ni carente de dramatismo. Para conseguir su confianza y desenvoltura, capturando sus frases y movimientos de manera que parezcan estar actuando cuando no lo están haciendo (y no al revés), se requiere una relación casi simbiótica con el director, y por ello no es extraño comprobar que la numerosa familia Carlson, cuya hija mayor es la mencionada protagonista, ya había trabajado con Minervini en una película anterior, The Passage (2011), filme inaugural de una trilogía sobre el interior de Texas que cerraría Stop the Pounding Heart.
De lo dicho hasta ahora se pueden derivar algunas contradicciones, algo manifiesto también en las referencias estilísticas que parece manejar Minervini. Puede sostenerse que la más clara es la de Terrence Malick, cuya herencia es cada vez más amplia. La cadencia de las escenas y de la cámara que las recoge es una copia casi fidedigna del estilo del cineasta de Illinois, al margen del enclave bucólico tejano ya apuntado y de la formación religiosa que nutre a sus personajes. Sin embargo, al mismo tiempo la película tiene un componente terrenal y áspero, en parte por los mencionados atributos documentales, que ha llevado a algunos a nombrar más bien el neorrealismo y la obra de Bresson entre sus inspiraciones. El de Bresson es un caso curioso, porque sus películas también eran bastante cortas, pero precisamente sí pecaban (o se beneficiaban, según quién) de esos rasgos a los que me refería al principio, sobre todo los personajes inertes y los decorados sobrios. Pero en la obra de Minervini me encuentro más bien con personajes pese a todo vitalistas, y con una luminosidad y un ritmo que no me recuerdan en nada al afligido cine europeo de los años 40 y 50. Por citar otros referentes más actuales, casi estaríamos más cerca, comunalmente hablando, de un Bestias del sur salvaje (Benh Zeitlin, 2012) que de una Luz silenciosa (Carlos Reygadas, 2007). Y en cualquier caso Malick anda por ahí cerca, lo cual no sólo es una bendición sino que además en este caso está justificado tanto estética como narrativamente, teniendo en cuenta igualmente el carácter tan etéreo como biográfico de la “historia” que nos cuenta Minervini. Se mire como se mire, estamos ante un trabajo crudo y a la vez bello, complejo y a la vez sencillo, que va alternando escenas protagonizadas con espontaneidad y trascendencia por adultos, niños o animales hasta un poético desenlace que da pie a una oportuna interpretación sobre lo que se ha presenciado hasta entonces… Incomprensible este conjunto ha pasado hasta ahora de puntillas por algunos certámenes de autor de la temporada, incluido el de Cannes, por lo que espero que obtenga mayor reconocimiento en su próxima parada: el festival de Sevilla. ★★★★★
Ignacio Navarro
enviado especial a Bosnia y Herzegovina | 19ª edición del Festival de Sarajevo | crítico cinematográfico.
Estados Unidos, Italia, Bélgica, 2013. Director: Roberto Minervini. Guion: Roberto Minervini. Productora: Pulpa Entertainment / Ondarossa Film / Poliana Productions / Japage Investments. Fotografía: Diego Romero. Montaje: Marie-Hélène Dozo. Intérpretes: Sara Carlson, Colby Trichell, Tim Carlson, LeeAnne Carlson, Katarina Carlson, Cristin Carlson, Grace Carlson.