Pan y circo
crítica de Diamantes negros | de Miguel Alcantud, 2013En una época como la que estamos viviendo en la que el fútbol constituye una de las principales herramientas de evasión de la realidad de nuestro de país, la aparición de una obra como Diamantes negros es bastante oportuna a la par que incomoda, pues nos recuerda que ni siquiera algunos de los ocios “incunables” de España están exentos del oportunismo que tanto nos caracteriza. Miguel Alcantud ha tocado una fibra delicada con su tercera creación, indagando en los entramados de un mercado negro que se asemeja bastante a lo que viene siendo el tráfico de seres humanos enmarcado en el mundo del deporte. A través de la mirada de dos adolescentes de Mali, Alcantud dibuja la crónica de una ida y de una vuelta, y entre medias, el fracaso y el fin del sueño. Amadou y Moussad solo quieren jugar al fútbol. Desde niños han estado soñando con estadios vacíos donde suena el ruido de las multitudes. Han oído hablar de los “placeres” del viejo continente, el sueño del deporte rey en Europa. Convertirse en jugador de un equipo ilustre, el Real Madrid o el Barcelona, tanto da, con la esperanza de un mañana mejor, ignorando una realidad injusta que, en último termino, les dejará tirados en la plaza de una ciudad que no conocen, como juguetes rotos sin dueño y sin hogar, víctimas de un sistema que hace oídos sordos al evidente mercadeo de un entretenimiento demasiado valioso como para airear sus trapos sucios.
Alcantud opta por acercarse a un tono documental que ancle su narración a una conseguida sensación de realismo. Diamantes negros es una película con un presupuesto ajustado, protagonizada por dos actores noveles de arrasadora naturalidad, arropados por secundarios ilustres como Carlos Bardem o Guillermo Toledo otorgando empaque y compromiso a un discurso no exento de cierto maniqueísmo. La historia de Amadou y Moussad es un relato de víctimas y verdugos. La crónica de cómo el sistema y las circunstancias son las únicas culpables de que al final, tanto uno como otro, acaben robando y traficando para poder sobrevivir. Si nos atenemos estrictamente al análisis de esa situación, la obra evidencia la debilidad de sus personajes, su plantilla panfletaria y su afán aleccionador. Su filosofía no es la de construir un retrato excesivamente complejo. Alcantud tiene una opinión clara, y la transmite con legitimidad y respeto, sin miedo a poner el dedo en la llaga, dejando ver hasta límites casi cómicos hasta donde llegan los engaños con tal de tener a dos jugadores negros de talento innato comiendo de la mano, arrastrándoles de un punto a otro de Europa con la eterna promesa de un éxito que no llegará. Saltando de equipo en equipo, todos ellos de barrio, hasta que finalmente son olvidados en mitad de un país cualquiera. Portugal o España. Poco importa. El resultado es el mismo. Otra vida destrozada a costa de unos pocos que consiguen encajar.
El regreso al hogar no constituirá un consuelo. Amadou conocerá la vergüenza del fracaso. El sueño del fútbol europeo es algo tan idolatrado que las familias estarán dispuestas a sacrificar a sus propios miembros con tal de asegurar las metas de su hijo o hermano, el enviado a la tierra de las oportunidades. Los ahorros de toda una vida y un niño de ocho años que, literalmente, es vendido a la prostitución, hablando en plata, en pos de algo que no es más que humo. El director no carga las tintas, pero lo que sugiere no es ninguna tontería. Endulza y suaviza determinados momentos, aligerando el tono con canciones alegres que subrayan las emociones de los jóvenes en su llegada a Madrid o las primeras pruebas. Poco a poco llegan las primeras decepciones, y algunas escenas ganan en dramatismo, resultando especialmente incomodo cuando se aborda el arresto de Massoud por posesión de drogas a manos de la policía en una redada nocturna, y se resalta el patetismo de la situación cuando el chico es obligado a desnudarse de arriba a abajo para cachearle del todo. La fuerza es de contenido más que de forma. La película busca una veracidad continua en los espacios, retratando las ciudades con una cotidianidad que queda lejos de cualquier esteticismo, muy cercana a la mirada que cualquiera de nosotros podría tener, y optando por un lenguaje sencillo, atado a sus personajes.
Avalada por el Festival de Cine de Málaga con el Premio del Público, Diamantes negros ha sabido ganarse su lugar dignamente, pues pocas son las cintas de producción española que se adentren en el mundo del fútbol desde el lugar en el que lo hace este largometraje, alejándose del espíritu cómico que suele inundar los filmes nacionales ambientados en un estadio, para dirigir la mirada (crítica) hacia unas cuestiones a las que la industria deportiva de Europa y de España suele mirar de refilón, cuando no obviarlo porque no interesa. Esa valentía es la que llevará lejos el trabajo de Alcantud, como ya ha hecho en festivales como Sevilla, Toulouse, Raindance o Montreal, cuestionando las motivaciones ocultas de un mundo que, como escuchamos diariamente, mueve millones a costa de unas pocas personas y al que se le da una cobertura informativa que iguala en importancia a la actualidad política. Que la humildad estilística no os lleve a engaño. Diamantes negros es una cinta que íbamos necesitando. Porque aunque se puedan poner en entredicho varios de sus enfoques, o la falta de sutilidad de todo el conjunto, está bien que alguien haya verbalizado las cuestiones aquí se plantean de forma clara y a gritos. Pan y circo para el pueblo, pero ¿A costa de qué? ★★★★★
Gonzalo Hernández
redacción Madrid
España, Portugal. 2013. Título original: Diamantes Negros. Director: Miguel Alcantud. Guión: Miguel Alcantud. Intérpretes: Setigui Diallo, Hamidou Samaké, Carlos Bardem, Antonio Barroso, Guillermo Toledo, Raúl Tejón, Diego Álvarez, Ana Risueño, Carlo D'Ursi, Santiago Molero. Fotografía: Alberto D. Centeno. Producción: Fado Filmes, Menufilmid, Potenza Producciones. Fecha de estreno oficial: 22 de Abril de 2013 (Festival de Málaga – Premio del Público).