La dificultad de ser alguien
crítica de Vivir es fácil con los ojos cerrados | de David Trueba, 2013Como todo el mundo sabe (espero), Franco sigue vivo y con él, una parte no poco numerosa de contribuyentes españoles que aún secundan su causa tras un nefasto velo de algoritmos económicos y valores clasistas, en un país que avanza en círculos mientras enseña los dientes a su reflejo virado a ocre. El Caudillo murió, sí, pero sólo físicamente. En una burda simulación protodemocrática que invitaba a soñar con tiempos apacibles, donde no hubiera recortes de libertades ni trueque social. Algo, no sé, que certificara su defunción definitiva; no ya la de su huella en el trono (el vestigio del culo amoldado al cuero metálico, un trabajo que le llevaría a gastar toneladas de odio y decenios de juventud con bigote ¡español, hostias!) sino la de su fantasma en Encomienda de Mudela, Ciudad Real, a donde todavía hoy suele ir a cazar perdices y rememorar viejos momentos que se han ido desdibujando como su estela gaseosa. Porque él está tot, pero aún no lo sabe. Y sus discípulos se empeñan en continuar la gracia, asintiendo educadamente a sus chascarrillos sobre el general Mola y el enemigo rojo y el perdigón de Fraga en el trasero de su hija. Y sin embargo, a duras penas consigue suspenderse sobre la piedra del Valle de los Caídos. Hay algo que lo atrae hacia la superficie, un imán o una vibración que martillea su frágil y rechoncho cuerpo. El sonido blanco (o innovador o "negroide") del tardofranquismo, que se extiende hasta la actualidad. Y cuando mira la bandera sólo ve degradación, libertinaje; y casi llora masculinamente, justo antes de bajar la mirada y ver a un suramericano de tez cetrina con una gorra de España y la camiseta de la selección española de fútbol con el nombre de Sanchís a la espalda. El mundo se desintegra a nuestros pies, y ese espectador intempestivo grita: ¡Franco, Franco... ha muerto! Y de la nada aparece —quizá ya estuviera allí, pues la noción temporal de un fantasma es muy relativa y se mide en fundidos a blanco nuclear— un grupo de siete o nueve chavales cercanos a la veintena, y uno de ellos dice autoritariamente: "¡Corten, me cago en Dios y en la Virgen puta, Josito! ¡Eres un inútil! ¡Sin pausa, joder! ¡Del tirón!". Y ahí está España en todo su apogeo: la furia y la ordinariez; el tópico y el sainete. Los cartuchos verborréicos de La escopeta nacional y el chasis transgresor de Balada triste de trompeta. Sin ambages ni cortapisas.
Tan próximo pero tan lejos del ideario racional que posee David Trueba, el cineasta más cartesiano del cine español. O, dicho más fácil, riguroso y con una personalidad que no es más que eso, y sabe a mucho más de lo que aparenta ser: sentimiento y ternura. Sus historias, ya sean adaptaciones de una novela —Soldados de salamina— o material surgido en la intimidad del escritor —Madrid, 1987—, están cargadas de intenciones, y ahí pueden hacerse únicas. Y así son. Piezas de un autor sin complejos en una cinematografía demasiado pendiente de lo que hace el vecino, el otro más boyante en la lucha por convertirse en el éxito de la temporada. Aquí se dispone, se ordena y se deja contemplar. Y si hubiese algún deseo superior, no lo pareciera. Como narrador maduro (y realista) que es, el director de Vivir es fácil con los ojos cerrados (primer verso del estribillo de Strawberry Fields Forever, compuesta por John Lennon) se apoya en un texto desprovisto de toda argucia temporal, ni siquiera dramática. Prefiere la cadencia y la armonía, con tres personajes que se encuentran a mitad de camino, uno cuarentón con la vida resuelta y los otros sin perspectivas porque son muy jóvenes y España a duras penas sobrevive en el sumidero de Europa. Tres tristes españoles que viajarán en coche hasta Almería, donde el beatle más politizado —que no político—, John Lennon, se encuentra rodando Cómo gané la guerra, a las órdenes de su compatriota Richard Lester, también director del ínclito rockumentary Qué noche la de aquel día. El panfleto audiovisual que mostraba a los Beatles huyendo de sus groupies y sus fans incondicionales en una aventura-escarceo con vocación rebelde. En realidad, un llamamiento a la ascensión fulgurante que transformó al cuarteto de Liverpool en la banda más influyente de la música popular.
"Help. Lo que nos dice John es help, ayuda. ¿Por qué pide ayuda John Lennon?", comenta un profesor de inglés a sus alumnos. Habla con tranquilidad, infundiendo calor y transparencia; con una asertividad insólita en aquel colegio de curas que sueltan hostias como panes, pero sin consagrar. Siempre ajenos a lo que se cuece en el exterior, fuera de este país tan deprimido como iletrado; sin Liverpool ni Nueva York ni Hollywood. Es igual. Nada, excepto la idiotez más contagiosa, cruzaba la frontera para ser degustado por los futuros baluartes, niños con el presente en una película de Manolo Escobar, entre otros renacentistas. Así, y con Lennon en tierras andaluzas, el profesor de inglés decide aprovechar el fin de semana para hacerle una visita a su ídolo, cuya trayectoria como actor parece ir en ascenso, y no por imperativos comerciales. Lejos de caer en una zona oscura por saturación, aquella estancia en Carboneras, Almería, dejó una impronta imborrable en el imaginario de Lennon. Incluso le nutrió lo suficiente como para componer un tema titulado Strawberry Fields Forever, que no contrastaba con la comedia que había rodado junto a Michael Crawford. Un obús sin alcance. En oposición —por temática, por tono y por calidad— al modélico Javier Cámara, quien ofrece aquí una vertiente inédita. Él ayudará a ese chico que se ha fugado de casa luego de recibir un duro golpe así con la manopla abierta en la mejilla por parte de su gris —por oficio— progenitor; y hace lo propio con una chica limítrofe a la veintena que huye embarazada de un siniestro ¿hogar de acogida? donde ofrecen cuidar de tu bebé aun sin dinero a cambio. Y quedarse con la tutela, seguro, para siempre.
A caballo entre la road movie y el drama crepuscular menos aleccionador, Trueba consigue una película no sólo entrañable (en la espina dorsal del franquismo) y esperanzadora (para siempre, como los campos de fresas que atisbaba Lennon) sino pura, que respira autenticidad en cada secuencia. Basta un solo detalle para inmolar el legado habido y por haber, la sutileza explícita que se incrusta en el pecho: un niño limpiándose las manos pringosas por las sardinas con una página de periódico en la que aparece el inicuo mandamás. Sebo sobre sebo. Y el aceite borrando la Historia. Qué tarugos los años 60 en España. Qué valiente el profesor vengándose a costa de unos tomates rojos. Qué alivio tan contradictorio, saber que Franco no es un zombi y tener la certeza de que habita dentro de muchos demócratas. ★★★★★
Juan José Ontiveros
Redacción Madrid
España, 2013, Vivir es fácil con los ojos cerrados. Guión y dirección: David Trueba. Productora:Canal+ España / Fernando Trueba Producciones Cinematográficas / Televisión Española (TVE); Fotografía: Daniel Vilar. Reparto: Javier Cámara, Natalia de Molina, Francesc Colomer, Ariadna Gil, Jorge Sanz,Ramon Fontserè. Presentación oficial: Festival de San Sebastián 2013.