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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en Serie | Breaking Bad (Final)

    Breaking Bad (Final)

    EL LENTO DESCENSO AL INFIERNO

    crítica de Breaking Bad (2008-2013) | balance de las 5 temporadas

    AMC / 5 temporadas: 62 capítulos. | EEUU, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013. Creador: Vince Gilligan. Directores: Michelle MacLaren, Adam Bernstein, Vince Gilligan, Colin Bucksey, Michael Slovis, Bryan Cranston, Terry McDonough, Johan Renck, Rian Johnson, otros. Guionistas: Vince Gilligan, Peter Gould, George Mastras, Sam Catlin, Moira Walley-Beckett, Thomas Schnauz, Gennifer Hutchison, John Siban, otros. Reparto: Bryan Cranston, Aaron Paul, Anna Gunn, Dean Norris, Betsy Brandt, RJ Mitte, Bob Odenkirk, Steven Michael Quezada, Jonathan Banks, Giancarlo Esposito, Charles Baker, Matt Jones, Christopher Cousins, Jesse Plemons, Laura Fraser, Lavell Crawford, Emily Rios, Mark Margolis, Michael Bowen, Kevin Rankin. Fotografía: Michael Slovis, Reynaldo Villalobos, Peter Reniers, Nelson Cragg, otros. Música: Dave Porter.

    De las ruinas de aquella legítima huelga de guionistas que tuvo lugar entre noviembre de 2007 y febrero de 2008 han acabado surgiendo dos series de atronador éxito. Cada una por circunstancias distintas. La primera es Big bang, cuya primera temporada tuvo 17 capítulos y que la semana pasada estrenó su 6ª tanda con estupendos números. De calidad mejor no hablar. La otra es Breaking bad, cuya primera temporada tuvo 7 episodios y que terminó su andadura el domingo. En medio, 62 capítulos repartidos en 5 temporadas (o 6 dependiendo de cómo se mire) y un verdadero fenómeno social. De proporciones mastodónticas. Y excesivas, por supuesto, aunque de eso no se puede culpar a ningún miembro del equipo creativo de la extraordinaria serie. Ellos sólo se merecen alabanzas por haber servido con un nivel altísimo (y sostenido) de calidad una historia clásica en rebobinado. Un hombre de buen corazón empieza a hacer las cosas mal para sentirse vivo. Porque haciendo todo lo que debía, lo que dicta la moral y lo socialmente aceptado, ha desarrollado un cáncer. Empieza un viaje hacia la parte oscura de su alma. Un viaje con el que uno puede identificarse.

    Una serie de circunstancias trazadas con mano maestra por el creador Vince Gilligan llevan a este profesor de química, Walter White, a reunirse con un antiguo alumno que distribuye droga para su camello. A cambio de su silencio, Walter cocinará cristal para el susodicho camello y así podrá ahorrar para dejar un buen dinero a su familia cuando muera, presumiblemente pronto. La serie sorprende desde el primer fotograma, pues comienza con una escena descontextualizada y extraña, cuya explicación vendrá en flashbacks. Aunque el arranque es inmejorable, serán esos primeros capítulos los que den la clave para entender que estamos ante algo diferente. Concretamente esa célebre escena de …y la bolsa está en el río (1.3) en la que Walt mata a Krazy-8 tras darse cuenta de que falta un trozo de plato. El hecho de que el asesinato sea mostrado con toda su crudeza y sobre todo fisicidad es lo que marca y eleva a Breaking bad sobre el grueso de series —cable o en abierto— que nos asolan cada semana. Casi sin pretenderlo, asistimos a una demostración de genio. Y capacidad de entretener sin ponérselo fácil a nadie. Ni dentro ni fuera de la pantalla. Y como ese ha habido decenas de momentos a lo largo de la serie. Demasiados para empezar a listarlos, pero reconocibles con facilidad porque cambiaban la trama de un bofetón. Algunos se prepararon minuciosamente por los guionistas y directores, mientras que otros son fruto evidente de las ganas de sorprender. Sea como fuere, experimentarlos ha sido uno de los mayores placeres de la serie. Ayudados siempre de la música de Dave Porter, a la manera de unos estupendos tambores de guerra, que aceleraban el pulso y acompasaban el frenético ritmo en algunos casos.

    Breaking Bad (Final)

    ¿Algún reproche? El cajero que aplasta, el gemelo sin piernas o la cara sin una mitad como innecesarios pero puntuales peajes de un viaje a lo extremo para crear una imagen perdurable. Nimiedades si lo equiparamos a la incesante cantidad de estímulos que la serie ha desplegado. Un reparto perfecto, dirigido con mano de hierro —no puede ser casualidad que todos los actores recitaran las frases con una cadencia similar— da vida a un grupo de personajes intachables. Todos creíbles como seres humanos tridimensionales y todos con el suficiente material para no repetirse, amén de pequeños instantes de lucimiento (la última llamada para Walt Jr., las cleptómanas incursiones de Marie en muestras de casas). Pero en Breaking bad el protagonismo recae en una bestia interpretativa de primer orden: Bryan Cranston. Sabíamos que el actor era un cómico estupendo, pero Walter White le ha servido para demostrar que puede con todo. El rango de emociones que despliega a lo largo de los 62 capítulos es increíble, así como la profundidad que logra con las modulaciones de su voz o la historia que cuentan sus ojos. Sin despreciar la otra gran interpretación de la serie, Anna Gunn. En la piel de la polarizante Skyler, Gunn empezó en la más pura felicidad para pudrid gradualmente el alma y cuerpo de su personaje. Con una trama especialmente memorable, que culmina en un primer plano en la piscina, la actriz minimizó gestos y expresiones hasta personalizar la demacración. La última charla entre marido y mujer es sobrecogedora.

    Hablar de la progresión de la serie no es tanto hablar de los cambios entre temporadas, sino más bien del ascenso de nuestro protagonista en el mundo de la droga. Gana en densidad y los capítulos pesan más, dicho en el buen sentido. Mientras Walter amasa poder y dinero, cada nueva tanda de episodios plantea mayores cimas a superar. Problemas de mayor envergadura de los que el estupendo equipo de guionistas siempre supo salir de la mejor forma. Como en algunos de las mejores y más trepidantes series de los últimos años, siguen la estrategia de arrinconarse a sí mismos y buscar una solución tan original como plausible. Y nunca decepcionó. Aunque esto le daba a veces a la serie un componente autoconclusivo que molestaba un poco, pues se diría que el guionista de turno quería frenar el desarrollo de la trama general para adecuarse al formato de 13 capítulos por temporada (el camión magnetizado, por ejemplo). Breaking bad usó la clásica fórmula de contar con malvados de altura para sus temporadas. Una colección de carismáticas némesis, todas impecablemente interpretadas, que funcionaron a la perfección por lo distintas que eran entre sí. Tuco, el Tito, los gemelos Salamanca, Gus Fring, Lydia y el tío Jack y su grupo de neonazis. Los ingredientes justos de peculiaridad, verosimilitud y amenaza.

    Breaking Bad (Final)

    En medio de este desfile de maldad, hubo humor (imprescindible hallazgo el laxo abogado que es Saul Goodman). Un humor negro, producto de la estupidez de unos personajes con las cosas en contra o de unas situaciones nada divertidas sobre el papel. A veces era reír por no llorar. Y también hubo una relación fascinante. La de Walter y Jesse. Magistral clase de manipulación, enfermiza conexión paternofilial y ante todo ejemplo de una desesperada asociación que sólo tiene como resultado el hundirse más en el fango. Uno de los ejes fundamentales de la serie, el dúo Cranston/Aaron Paul funciona de maravilla al transmitir la tensión, la ternura y el respeto que profesor y alumno tienen. Así como la progresiva descomposición de tan fuerte núcleo. Cuando lo que queda en la ecuación es pura monstruosidad —el uso del ricino en Brock—, no hay vuelta atrás. El via cruzis del joven Pinkman es espeluznante, y retorcidamente bello su final.

    Ahondando más en la calidad suprema de Breaking bad, otro punto a favor es el uso del metraje. Vince Gilligan y sus guionistas se las ingeniaron para lograr una complicada hazaña, esto es, que cada escena de la serie añada más y más al resultado final. No hay rastro de relleno ni momentos de transición, sino la sabiduría de aquellos que tienen un plan y saben ejecutarlo magistralmente. De ahí que, también, la serie sea capaz de interrumpir la narración con flashbacks o flashforwards y que nunca parezcan caprichosos. Y no es la primera vez que decimos en este medio que el estilo de dirección de la serie es plenamente identificable. Los directores mantenían la pauta que el propio Gilligan estableció en el piloto, pero no se puede obviar el afortunado amplificato de esta pauta que los también productores ejecutivos Michelle MacLaren o Adam Bernstein lograron con su trabajo. Cuando una serie cuenta con directores invitados especiales, esas figuras de más o menos prestigio en cine que dirigen televisión por una variedad de razones (dinero, la suerte del fan, experiencia en un nuevo medio), suele brillar más el nombre en sí que la labor que realizan. Esto no es malo, ya que la labor de un director invitado es amoldarse a las necesidades de la serie de turno y rodar con competencia el libreto (por algo se dice que en la televisión el guionista es el rey). En Breaking bad ha habido un director invitado especial, Rian Johnson —Looper (2012), Brick (2005)—, cuya labor merece ser destacada. Johnson ha filmado tres de los mejores capítulos: La mosca (3.10), Cincuenta y uno (5.4) y el impecable Ozymandias (5.14), para muchos el verdadero final de la serie.

    Breaking Bad (Final)

    El creador siempre tuvo claro que la serie no iba a llegar al punto de alargarse porque sí. Y, sabio él, decidió que cinco temporadas era un buen recorrido. Irse a lo grande, mientras se está en la cumbre. Hace unos días, un servidor hablaba de que la última temporada debe transmitir una sensación de cierre, de que el mundo se acaba. Tras la partida de ajedrez mental entre dos inteligencias superiores que fue la cuarta, la fascinante quinta temporada de Breaking bad logra hacer palpable el apocalipsis, y con nota. Empezando con el experimento de AMC (una cadena descaradamente pendiente del dinero) de dividir la orden de 16 episodios en dos tandas a estrenar con un año de diferencia, y continuando con el dispar resultado de dicha división. Los primeros ocho capítulos pecaban un poco de marear la perdiz (Mike y Jesse están fuera del negocio, ahora vuelven, ahora salen de nuevo…) al dilatar el clímax de Di mi nombre (5.7) para después acelerar a capricho los eventos de Deslizándose sobre todo (5.8) y terminar con una gran sorpresa. Los ocho siguientes se notaban meticulosamente planeados. Y son la materialización perfecta y siempre sorprendente de qué pasa cuando un castillo de naipes se derrumba. Con el nivel de tensión mantenido arriba durante todo el rato, una montaña rusa de emociones y acciones sacudían a la audiencia.

    Lo mejor es guardar silencio, declarar la admiración por el gran trabajo realizado y pasar a comentar un poco el “epílogo” de esta historia: Estado de granito (5.15) y Felina (5.16). Como coda a la historia de Walter White, resulta ejemplar. Perfecta. Quizá demasiado. Son 112 minutos que responden muchas de las preguntas importantes que el espectador puede hacerse tras los sucesos de Ozymandias. Gradúa el paso del tiempo con eficaces elipsis, no hay un atisbo de redención, aprendemos que el dinero no da la felicidad, se recupera a unos personajes clave para entender el resentimiento vital de Walt y todo queda bien atado. Era lo esperado. No por ello menos sorprendente en la ejecución, e impactante por lo triste que resulta. Mientras suena la última canción, la melancolía empieza a extenderse. Nuestro tiempo en este universo ha terminado. Que entren los créditos. ★★★★

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