EL CAMPAMENTO SANGRIENTO DE TELECINCO
crítica de Afterparty | Miguel Larraya, 2013La sombra de Scream (1996) es alargada. Aquella brillante cinta de terror de Wes Craven, apoyada en un eficaz guión de Kevin Williamson, logró conquistar a crítica y público gracias a su inteligente subversión de los tópicos de las películas de horror de los años 70 y 80 y que no se tomaba a sí misma en serio en ningún momento. El invento dio para tres secuelas más (ninguna a la altura de la original, todo hay que decirlo) y multitud de títulos que intentaron, con mayor o menor fortuna, repetir su esquema con fines meramente comerciales. En España también han surgido algunos intentos de películas de terror en su modalidad slasher destinados al público juvenil, con bastante poca fortuna artística, todo hay que decirlo. El arte de morir (2000) de Álvaro Fernández Armero tuvo su gracia por su toque fantasmagórico a lo El sexto sentido (1999). En cambio, otras cintas como School Killer (2001), Tuno negro (2001) o Más de mil cámaras velan por tu seguridad (2003) fracasaron estrepitosamente en su intento de afianzar el género en nuestro país. Para que este tipo de productos lleguen al público sin resultar tan patéticos, sus responsables tienen que ser conscientes de que la llave del éxito es disfrutar con lo que están haciendo, tomárselo como divertimentos sin ambiciones de sentar cátedra y, por encima de todo, añadir unas gotas de humor. Así lo entendió, por ejemplo, Miguel Martí en su simpática Sexykiller (2008), con una Macarena Gómez sencillamente genial en su papel de psicópata fashion victim. Afterparty, el nuevo producto respaldado por Telecinco –por lo que la campaña publicitaria, al menos, está asegurada– y que supone el debut en el largometraje de Miguel Larraya –hasta entonces guionista y realizador de televisión (y de un par de cortos)–, parecía a priori que iba a jugar en la misma liga de Sexykiller, ya que su propio director la vendía como “una película gamberra que, en cuanto se dispara la trama, no deja parar al espectador”. Lamentablemente, las intenciones se quedaron en eso, promesas incumplidas.
El original y estiloso prólogo, que nos muestra el capítulo de final de temporada de la serie de televisión del momento entre el público adolescente, Campamento Misterio, y unos llamativos títulos de crédito donde se nos presenta al protagonista, el joven actor de moda Carlos (conocido como “el capi”), mediante rápidas noticias en programas del corazón o manifestaciones de sus enfebrecidas fans a través de las redes sociales, pueden considerarse los diez mejores minutos de la película. En ellos, se hace gala de un sano ejercicio de crítica a la mano que te da de comer, utilizando como escenario las mismas instalaciones de Telecinco que tan familiares resultan a los espectadores que cada tarde siguen el programa Sálvame y mostrando el endiosamiento de este tipo de precoces celebridades que se creen intocables por el hecho de trabajar en un programa líder de audiencia. Carlos, que además de galán juvenil que aprovecha su fama para llevarse a la cama a cualquier admiradora que se le ponga a tiro, triunfa en su faceta de cantante y planea su salto a Hollywood como sucesor de Antonio Banderas en la piel de El Zorro en sus próximas secuelas (ni más ni menos), está interpretado por el joven Luis Fernández en un papel que puede considerarse una parodia de sí mismo. Él también vive en sus carnes las mieles de la popularidad a raíz de su personaje de El culebra en la exitosa serie Los protegidos, por lo que se muestra suficientemente cómodo en su papel. Afterparty cuenta cómo Carlos acude una noche a una desmadrada fiesta que se celebra en una enorme casa –rodada muy a la americana, con proliferación de destetes, besos lésbicos y música atronadora, en la línea “transgresora” de Project X (2012)–, terminando en la cama con una chica a la que acaba de conocer. A la mañana siguiente, se encuentra con que el lugar ha sido cerrado a cal y canto y permanece atrapado junto a tres chicas de la fiesta. Lo peor llegará cuando comiencen a recibir, a través de un misterioso móvil, vídeos de sangrientos asesinatos cometidos aquella misma noche en la casa por alguien disfrazado como el asesino de Campamento Misterio.
Es empezar la intriga y venirse abajo cualquier tipo de esperanza de encontrarnos con la divertida sátira que parecían indicar sus primeros compases de metraje. Como si hubiesen tomado buena nota de todo lo que no se debe hacer en caso de estar siendo acosados por la figura de un psicópata, sus “personajes” (ni se les puede llamar así por lo desdibujados y planos que resultan) actúan y reaccionan de las maneras más absurdas, lo que provoca la risa (inconsciente) del espectador. Diálogos (inconscientemente) estúpidos, actuaciones irrisorias (especialmente de todo el plantel femenino) y unas muertes muy poco creativas (el buen aspecto formal del primer tramo se convierte, cuando menos lo necesitaba, en rutinario y cutre) son, sin duda, los mayores lastres de la ópera prima de Larraya. Consciente de que Fernández arrastra un buen número de fans entre las quinceañeras, la película cuela un par de escenas de desnudo gratuito del guaperas para deleite de éstas, lo que nos reafirma aún más si cabe en que Afterparty tiene más de estudiada maniobra comercial que de sentido homenaje al cine de terror. Para colmo, cualquier espectador consumidor habitual de este tipo de cine se puede oler la “sorpresa argumental” de la historia y presagiar el devenir posterior de los hechos. No hay ni pizca de originalidad o creatividad alguna en los minutos posteriores a los títulos de crédito, por lo que cualquier parecido con Saw (2004) –aquel, ya imprescindible, thriller en el que también se encontraba un grupo de personas encerradas en un recinto sin conocer los motivos– es pura coincidencia. Si hay que decir algo positivo de la cinta es que sus 76 escasos minutos de metraje hacen casi imposible que resulte aburrida. Qué demonios, si nos llegan continuamente producciones norteamericanas igual de malas (o peores) con el único interés de sacarnos los euros a base de sustos baratos y casquería fina, tampoco tiene Afterparty que avergonzarse en exceso de su condición de producto comercial de consumo rápido y olvido instantáneo. ★★★★★
José Antonio Martín.
crítico de cine.
España. 2013. Título original: Afterparty. Director: Miguel Larraya. Guión: Miguel Larraya, Fernando Sancristóbal Zurita. Productora: Telespan 2000/ Telecinco Cinema. Fotografía: Pablo Rosso. Música: Lucas Vidal. Montaje: Jordi López. Intérpretes: Luis Fernández, Úrsula Corberó, Alicia Sanz, Ana Caldas, Andrea Dueso, Juan Blanco, David Seijo, Coté Soler.