UN ASESINO ANDA SUELTO
crítica de Wakolda | Lucía Puenzo, 2013Si el régimen nazi arrastró tantas víctimas y sembró tantas ruinas, tanto por datos históricos como por lógica cuantitativa se argumenta que no fue solo por la locura de unos pocos sino también por la pasividad de otros muchos. En la actualidad está relativamente consolidada una visión de responsabilidad tanto por omisión como por comisión, pero a mediados del siglo XX aun dejaba estupefacto a su interlocutor la confesión de un detenido del tercer Reich de que él solo seguía órdenes, de qué no podía hacer otra cosa, de qué ignoraba el alcance real de sus actos. Los juicios de Núremberg o el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén alumbraron para el mundo este comportamiento desconcertante, bautizado el segundo como un ejemplo de la banalidad del mal según Hannah Arendt. Pero en escalones más bajos e impunes de la sociedad alemana de entonces es donde se comprueba toda la banalidad, y la cobardía, de la reacción que se tuvo frente al mal más rotundo: la de mirar para otro lado, como si no existiese. Repetimos: no había otro camino, salvo aquel que implicase un sacrificio tan impensable como insoportable en las circunstancias de la época. Y tal afirmación no pretende ser ni mucho menos una acusación dirigida hacia estas personas en concreto, pues aquella no revela sino una respuesta humana. ¿Condenable? Sí, pero seguramente muchos de nosotros habríamos hecho lo mismo, aun con nuestro legado, nuestra cultura y nuestros parámetros actuales de responsabilidad por omisión. Y ello queda patente si comprobamos que actuaciones similares se han venido produciendo hasta nuestros días. Para realizar tal comprobación no hace falta siquiera recordar otro tipo de genocidios, crímenes o escándalos, sino siguiendo con la estela del nazismo, muchos de sus agentes escaparon y se refugiaron fuera de Alemania con la connivencia tan desconocida como ineludible de gran parte de la población a su alrededor. Tales casos no son ni siquiera extraños a nuestras fronteras, por mucho que la información al respecto sea escasa, encontrándose, por ejemplo, en un par de documentales emitidos en La 2 de Televisión española. Pero el caso que nos narra Wakolda (Lucía Puenzo, 2013) tuvo lugar en concreto en la Patagonia argentina de los años 60, y no afectó a cualquier oficial o ciudadano simpatizante de las locuras de Hitler, sino a Josef Mengele, el médico de cabecera en Birkenau apodado como el ángel de la muerte.
En realidad Puenzo, conocida en el mapa del cine comprometido y a la vez personal desde XXY (2007) pero contando también con cierto recorrido literario, adapta su novela homónima sobre esta historia real, partiendo por tanto de un suceso sobre el que ya ha trabajado y cuya investigación resulta visiblemente pormenorizada, aun cuando dicha historia se permite las inevitables licencias dramáticas. Pero esto último va acompañado de un efecto quizás más cuestionable, como es la ausencia de condena e incluso cierta ligereza tonal en el seguimiento de las andaduras de Mengele. Éste se encuentra al inicio del metraje con una familia local que acepta acompañarle por el desértico pero tormentoso camino hasta la población de Bariloche. Durante el mismo el individuo en cuestión entabla algo parecido a la amistad con la hija impúber de la citada familia, así como con la madre de la misma quién además habla su idioma. Llegados al destino, Mengele les ruega a ella y a su marido que le acojan como primer huésped en un hotel que aquellos piensan empezar a regentar. Entre tanto se va desarrollando la ambigua relación entre el doctor y la niña, mientras van apareciendo otros personajes de una vecindad preocupantemente dominada por otros nazis fugitivos y por sus ideales. En cualquier caso, el foco está puesto sobre todo en Mengele, y como tal su protagonismo evita un total antagonismo y es forzosamente humanizado, en una estrategia por lo demás ya empleada en mayor grado en películas como El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004) y cuya eficacia es probablemente mayor que la de una estrategia inversa, demonizando esquemáticamente al personaje en cuestión. Así me lo comentaba el encargado de interpretarlo con mucho rigor, Alex Brendemühl, poco después de ver esta película, y es cierto que poco se sacaría en claro recordando sin mayor sentido la perturbación y la perversidad extremas de ese hombre.
En vez de ello Puenzo apuesta pues por desdibujar las motivaciones de Mengele, por desviar la atención en cuanto a sus propósitos y por poner el acento en otro tipo de pesimismo quizás más indignante. Pues si repasamos la Historia sabemos que Mengele no es encarcelado por agentes del Mossad ni es vilipendiado en la plaza pública mientras convive con esta tranquila familia y experimenta con sus retoños. Todo lo contrario: cuando la verdad inevitablemente sale a relucir, las reacciones de las pocas personas afectadas van desde la contrariedad hasta la resignación, dándole un nuevo giro a esa condena social de la que hablábamos al principio. Sin embargo el efecto no es todo lo potente e inquietante que se desea, porque la igualmente mencionada ligereza del conjunto se ve reforzada por un coprotagonismo inocentemente infantil, por una banda sonora más propia de una road movie o por una localización de apacible belleza paisajística que le quitan trascendencia a una narrativa que se espera más grave y profunda. Tal reversión de los acontecimientos resulta intrigante y puede llegar a ser provechosa si el rechazo al dramatismo más burdo y enfático desplaza el poso dramático hacia esferas más amplias y sutiles. Pero aquí la decadencia no está suficientemente bien punteada, no asistimos de una u otra forma a la desmoralización de unos hombres que deben purgar sus pecados, como si ocurría por ejemplo en el filme de Hirschbiegel. El descenso físico o moral se ve de hecho sustituido por un ascenso final, el de un avión en dirección desconocida que pretende que el espectador también se contagie de algo de ignorancia. No creo que Puenzo desee que nosotros también miremos hacia otro lado durante su disfrutable película, pero la misma, en ese final y en otros momentos del metraje, también corre el riesgo de caer en la banalidad. ★★★★★
Ignacio Navarro.
enviado especial a Bosnia & Herzegovina | 19º Festival de Sarajevo | crítico cinematográfico.
Argentina, Francia, España & Noruega, 2013. Directora: Lucía Puenzo. Guion: Lucía Puenzo. Productora: Historias Cinematográficas Cinemanía / Pyramide Productions / Wanda Films / Hummelfilm. Fotografía: Nicolás Puenzo. Música: Andrés Goldstein & Daniel Tarrab. Montaje: Hugo Primero. Intérpretes: Álex Brendemühl, Natalia Oreiro, Diego Peretti, Florencia Bado.