SINTÉTICA MANIPULACIÓN SOCIOLÓGICA
crítica de La mujer del chatarrero | An Episode in the Life of an Iron Picker (Epizoda u životu berača željeza), Danis Tanović, 2013
19º Festival de Sarajevo
El oscarizado cineasta bosnio Danis Tanović vuelve a sus raíces con una historia real y engañosamente sencilla. Al margen de su contenido, que resumiremos a continuación, lo primero que salta a la vista es que el filme parece seguir las constantes del realismo moderno, el cual a veces es una elección estética definitiva y otras veces viene impuesto por las carencias presupuestarias. En este caso el resultado podría ser producto de ambas circunstancias, y en él como hemos dicho nos encontramos con elementos conocidos como una cámara digital al hombro, una completa ausencia de música, acciones espontáneas o aparentemente improvisadas… Todo ello apoyando un drama intimista que no pretende sino retratar la vida misma de los ciudadanos más desfavorecidos, haciéndonos compartir las complicaciones con las que la mera supervivencia se puede encontrar. Sin embargo, Tanović no es un debutante y por eso no se apunta sin más a este propósito encomiable y a tal moda cinematográfica, sino que utiliza las señas de esta última para extender el suceso que representa hasta cuotas artística y políticamente trascendentales.
En efecto, la película tiene su origen en una noticia que el director leyó en los periódicos con lógica indignación y probable vehemencia, sensaciones que le empujaron a rastrear a la montaraz familia protagonista de la misma y proponerle repetir ese mismo episodio para que el pudiese llevarlo a la gran pantalla. El título apunta así a un contenido casi anecdótico, recopilatorio de un suceso verdaderamente acontecido. En concreto, el mismo se refería al aborto accidentado de una madre de dos hijas con sobrepeso (la madre, no las niñas) que debe ser tratado con cirugía (el aborto, no el sobrepeso), pero cuyo pago de unos 500 euros su marido no puede cubrir. Éste se dedica a vender trozos de hierro sacados de vehículos destrozados u otros objetos de segunda mano, pero las cantidades que obtiene a cambio son nimias. Además, a este rústico protagonista se le van amontonando las desdichas de la misma forma que él va amontonando pedazos de chatarra: tras la enfermedad de su mujer y la falta de dinero sobrevienen la avería de su coche, la resignación de su esposa o el corte de la electricidad de su hogar. Con todo, si conocemos el punto de partida de esta historia, sabemos que esta familia de cuatro miembros sale adelante, por lo que al fin y al cabo la película adquiere cierto tono fabulesco, gracias también a su cortísima duración y a su estructura simétrica más propia de un cuento.
Pero el final feliz de rigor parece más bien algo transitorio. Lejos de ser optimista, Tanović denuncia las desigualdades de su país de una manera más o menos sutil: más allá de los problemas sanitarios subyacen las rivalidades étnicas, pasando por encima de la raza gitana de los ruinosos y abandonados protagonistas. El hospital en el que finalmente es atendida la mujer, por ejemplo, es serbio, y en él el marido se siente en la obligación de preguntar a los facultativos si debe obsequiarles de alguna manera: algo que ellos rechazan. Es costumbre social generalizada ofrecer un regalo al inaugurar la visita médica o anticipar una cantidad dineraria para obtener un empleo, y este clientelismo queda pues apuntado en La mujer del chatarrero (Epizoda u životu berača željeza). En este sentido, la solidaridad desinteresada entre los personajes que más clara e ingenuamente se ve en la película sirve sobre todo para llamar la atención sobre la otra cara de la moneda. No faltan tampoco una referencia expresa a la guerra (como en casi todas las producciones locales), ni una mirada sucia al paisaje normalmente montañoso y frondoso del país: en vez de ello se repiten las imágenes de fábricas cilíndricas y humeantes.
Lo anterior ya nos deja entrever que bajo la apariencia medida y limitada del filme se esconden varias cualidades interesantes. A la mencionada ausencia de música, total pues ni siquiera hace acto de presencia diegéticamente ni en los créditos finales, le sustituye un admirable trabajo con el sonido directo, que funciona a menudo como banda sonora propia. El ejemplo más claro lo encontramos en una temprana secuencia en la que el protagonista, junto con dos compañeros, se pone a demoler a palazos un coche, sin diálogos de por medio. Se suceden así los planos haciéndonos llegar un timbre distinto según la distancia con la cámara y el material que se golpea, orquestando una verdadera sinfonía metálica. El caso se repite en un momento posterior del metraje, obedeciendo a uno de los puntos que conforman la simetría de la narrativa, y encontramos también este uso auditivo, apoyado en la escasez de diálogos, en la recolecta de la leña o en el reclinar de una de las niñas contra la jamba chirriante de la puerta. Ello provoca cierto efecto impetuoso, por otro lado reforzado por un montaje tan brusco como limpio y por una cámara que se mueve y se pega a los personajes pero que lo hace a menudo con un llamativo angular en vez de usar un teleobjetivo. Dicha cámara está pues colocada bastante cerca de los actores y dado que estos no son profesionales ocurre que su interpretación se ve inesperadamente condicionada por aquella: tanto la de las niñas, que miran varias veces en dirección al objetivo, como la de los padres, en ocasiones algo forzados en sus gestos y palabras. Por eso me extraña que Nazif Alimanović obtuviese en Berlín un premio al mejor actor por intentar hacer de sí mismo lo mejor posible, aunque a Tanović no parece importarle este dato ante su objetivo de documentar de una manera necesariamente recreada un episodio dramático concreto… Y el mismo sí merece en mi opinión el otro premio que se le concedió en la Berlinale, el Gran Premio del Jurado. ★★★★★
Ignacio Navarro.
enviado especial a Bosnia & Herzegovina | crítico cinematográfico.