INDEPENDENCIA CERO, RESULTADO MERITORIO
crítica de The East | Zal Batmanglij, 2013Decía José Martí que radical es quien busca en las raíces. Con el tiempo, sin embargo, hemos asistido a una devaluación sistemática del lenguaje que ha hecho mella en el lector: las palabras, carentes ya de significación, ejercen de fuerza persecutoria a manos de contertulios cuyo principal fin es retratar —nunca conocer— al presunto culpable, eludiendo así cualquier examen no ya coherente sino templado. De tal modo que uno puede ser radical y no tener raíces, o escarbar hondamente siendo un completo desarraigado. Al fin de cuentas, el radical nace también de la diferenciación propia de los extremos, bajo el paraguas del outsider incipiente. Porque el radical —en una pirueta retórica que se desmarca del canon— quiere erradicar todo confort, tal vez una forma muy ruin de enfrentarse a los dilemas de la perra vida. ¿Quién no ha sentido alguna vez que lleva un radical en su interior? Esa vocecita minúscula y casi ahogada, que desafina como la de un niño en la edad del pavo; que ruega por unos instantes de heterodoxa belleza, de rencor desatadamente libre por tal o cual minucia que no viene a cuento pero merece ser mencionada porque podría desembocar en tragedia. Sabía el poeta cubano que, una vez halladas tales raíces, lo más difícil sería eliminar el rencor; o en su defecto, soportar la sed de venganza.
La madeja no tiene límites. Y en su interior se entrecruzan cuestiones quiméricamente moralistas. Discursos del calibre de la segunda película de Zal Batmanglij, cuyo debut en formato largometraje intentaba diseccionar el eje inductor de una secta minoritaria (y seminal, volvemos a las raíces) estadounidense, con una líder inofensiva: treintañera, rubia, sensual, sugestiva, enferma pero radiante como un faro de luz blanca que te ubica primero y después te ciega. Brit Marling (Another Earth) en versión zen enfermiza, en la piel de un personaje que asegura venir del futuro, incapaz de advertir que dos de sus acólitos intentan estudiar el modus operandi del poder fáctico sectario que se aloja en el sótano de un chalet que no han visto, sin dirección aparente porque son trasladados hasta allí con los ojos vendados en una furgoneta, previa ducha en otra casa. Experimento onírico-realista de medio relieve, Sound of my voice sirvió para acreditar a un cineasta, Zal Batmanglij, que busca en la periferia del relato. Aunque también es cierto que se enredaba en la retórica del silencio, de esa trama que parece esconder una bomba sin detonador, que angustia gratuitamente para zanjar con un final abierto que, a mi juicio, es tan críptico como mosqueante. Me dejó con la boca entreabierta, cual imbécil sin premio. A pesar de Brit Marling, quien repite —ahora como protagonista absoluta— a las órdenes del realizador con The East. Título de marcado acento paisajístico, orientado hacia un punto cardinal que pudiera ser otro menos reconocible. A saber, ese que explora temáticas mixtas, al tiempo que abre debates más allá del producto estrictamente cinematográfico.
Aquí los radicales son un grupo de ecoterroristas que planean (y ejecutan) operaciones contra magníficos emporios dedicados a explotar sin reservas el medioambiente, llevándose por delante hábitats que pasaban por ser necesarios pulmones en mitad de esa Megaconstrucción Global de cemento y acero y humos cancerígenos y aguas residuales cuya radiación sedimenta en un fondo casi fosforescente. Ellos son The East, y a ellos se dirige una infiltrada que busca no sólo desarticular dicha organización, sino proteger al cliente de turno que ha subcontratado a los poderosos directivos de su opaca empresa. Y el líder ecologista es alto, rubio, levemente atlético, y zarrapastroso. Lleva una barba de vagabundo, aunque dirías que ese cabello rizado es un kilo de pelusa con mucho pegamento. Con la voz y la presencia inequívocamente nórdica de Alexander Skarsgård, este jefe se fijará, no poco intrigado, en la sutil huidiza que desaparece y reaparece como un intermitente en la mansión del bosque. Ambos transmiten fuerza, credibilidad, sentimientos bañados, ay, en un río con agua sucia. Allí se quieren, se cuidan, se lavan unos a otros, maquinan inexplicables (por ausencia de pruebas durante el filme) actos delictivos con el foco en poderosas multinacionales, ya sean farmacéuticas o hidroeléctricas. "Si nos espías, te espiamos", reza una de las frases del catecismo que enarbola el club. "Somos la noche que no podías dormir, somos tu reflejo".
Y según transcurren los minutos, más empatizo con la evidente ingenuidad de esta fabulosa utopía. Batmanglij impregna el relato de una atmósfera grisácea, decadente, que alcanza su apoteosis en una secuencia nocturna en la que los integrantes de The East beben un sucedáneo anti-clasista del champán al calor del fuego, todos con caretas en blanco y negro de altos ejecutivos: el simpático ritual de las almas puras. Y, sin embargo, The East es una película esencialmente contradictoria. Traza la esencia corruptible del pez gordo, y entretanto dibuja —sin vocación innovadora ni revanchista, ni siquiera indie— una historia que en ningún momento trasciende los márgenes de ese drama que juega a no ser lo que real y evidentemente es. Un confortable señuelo acerca del masoca que financia, supervisa y autoriza la comercialización de su crimen. ★★★★★
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
Estados Unidos, 2013, The East. Dirección: Zal Batmanglij. Guión: Brit Marling y Zal Batmanglij. Productora: Fox Searchlight / Scott Free Productions. Música: Halli Cauthery, Harry Gregson-Williams. Fotografía: Roman Vasyanov. Intérpretes: Brit Marling, Alexander Skarsgård, Ellen Page, Toby Kebbell, Shiloh Fernandez, Aldis Hodge. Danielle Macdonald, Hillary Baack, Patricia Clarkson, Jason Ritter, Julia Ormond. Presentación: Sundance 2013.