crítica de Paraíso: Fe | Paradies: Glaube, Ulrich Seidl, 2012.
premio especial del jurado Venezia 69.
Tras la escandalosa presentación de la primera entrega de trilogía Paraíso, de Ulrich Seidl, proyectada en la edición del 2012 del Festival de Cannes, llega al público su secuela (no exenta, cabe aclarar, de controversia). Se trata de Paraíso: Fe, que gira en torno a un nuevo personaje protagónico y a una nueva temática, pero que no pierde el rumbo a la hora de mostrarnos cómo el amor, o la fe en este caso, son meros medios para alcanzar una felicidad que parece ser imposible. Esa ha sido, de antemano, la hipótesis sostenida en la crítica de su predecesora, y que bien puede ratificarse tras el visionado de esta notable segunda parte. Sobre su trama, nuevamente, poco hay que decir: describe la vida de una mujer abnegada y entregada a la religión católica que da un giro de ciento ochenta grados cuando reaparece su esposo, un hombre inválido que obedece a Alá, cuya tolerancia por el cristianismo es escasa, cuando no nula. Ella tiene una misión: junto a un grupo de creyentes, pretende convertir a su país, Austria, en un país católico. No es una tarea fácil, desde luego, pero eso no la detiene. Por el contrario, parece darle las fuerzas que le faltan. Sin embargo, la situación en su hogar comienza a tornarse insostenible: las recriminaciones constantes de su marido la llevan, inconscientemente, a replantearse lo que está haciendo. ¿Este hombre es un enviado del bien o un enviado del mal? ¿Qué es lo que pretende de ella?
El autor, fiel a su estilo impactante, no escatima en ofrecer algunas de las imágenes más fuertes que nos ha obsequiado el cine contemporáneo. Decir que merecen despertar una polémica es poco. Tal vez sea más apropiado apelar a la honestidad, y asumir que las mismas merecen (por su calidad estética y por su deliberada pobreza ética) despertar sentimientos apasionados y violentos en el público. La efervescencia de algunas secuencias se hace notar bajo el contraste buscado de éstas con un ambiente en el que no se puede respirar. Y luego están las espaldas, el eje del dolor, las que protagonizan el acto de fe. Los planos secuencia de las espaldas de sus protagonistas no son producto del fetichismo, sino de la voluntad y de la conciencia de lo que realmente significan para la fe: en ella Cristo cargó la cruz.
Si hay una constante entre ambas obras (por si no queda claro: entre Amor y Fe), es que ambas mujeres escapan de la rutina impuesta por el trabajo y por el tiempo para buscar la felicidad. Estas "vacaciones" son, básicamente, alternativas para evitar la decepción, que por lo visto, es insoslayable. Pero el punto de desencuentro se da en la representación espacial de estas "vacaciones": después de todo, las paredes, las cerraduras, poco familiarizadas están con la arena, el sol ardiente y el agua cristalina. Son, sin lugar a dudas, extensiones del carácter de las dos protagonistas. La primera, un espíritu libre, sin ataduras, que busca respuestas en esa merecida libertad. La segunda, un espíritu esclavo de una religión a la que valora sobre todas las cosas, y en la que buscará sus propias respuestas. Ambas son experiencias de viajes, una hacia el exterior y otra hacia el interior. La pregunta, entonces, es: ¿influye, después de todo, la dirección que se tome para emprender esa odisea? ¿O son otras las variables que deben ser contempladas?
Esta nueva entrega sobre el reclamo de la raza humana por ese paraíso ansiado, pese a mantener un ritmo pausado (que corre el riesgo de alejar a gran parte de la audiencia), se sostiene gracias a otras virtudes, como la inmensa interpretación de María Hofstätter, o ese delicado humor negro con el que Seidl decide narrar su historia. Lo que propone, en general, no es nada demasiado distinto a lo que muestran o sugieren las películas de religión o de exorcismos (como la producción alemana Réquiem, de Hans-Christian Schmid, o Más allá de las colinas, del rumano Cristian Mungiu): la lucha encarnizada entre las fuerzas diabólicas (la tentación, los excesos) y las fuerzas del bien (la castidad, el sacrificio, la bienaventuranza). Sí la diferencia del montón el humor, que sabe ser sutil e inteligente, aunque opte eventualmente por ser brusco y descabellado. De algún modo, concuerda con la condimentación que hace de Paraíso: Fe un espectáculo inquietante e intenso. No debe sorprenderle a nadie que un trabajo como éste sea repudiado por algunas de las instituciones más prestigiosas de la religión católica. Sin lugar a dudas, en Seidl no sólo hay crítica, sino también provocación a la manera de Lars von Trier. Es la provocación el elemento que la hará resonar en el mundo, y que convocará a los interesados, a los curiosos, y a una interminable fila de ateos impacientes por un divertimento infalible. Pero también es la provocación un aspecto en contra: el espectador debe saber apartar los ojos de esos momentos, para hacer un balance del todo, de la situación general, pues en ella se cifra la verdadera esencia del filme. Esencia que prepara el terreno para una última entrega que promete, en principio, no dejar de sorprender; luego, contar una historia que capte el interés del espectador; y finalmente, acercar a estos errantes pero ricos personajes de su trilogía al oculto paraíso, a esa felicidad a la que aspiran. Felicidad que afortunadamente ilumina, asimismo, a los espectadores que hallan en Seidl un frente de batalla para combatir la escasez de ideas y el mal gusto. ★★★★★
Rodrigo Moral.
crítico de cine.
Austria, Suiza, Francia, Alemania, 2012, Paradies: Glaube. Director: Ulrich Seidl. Guión: Ulrich Seidl, Veronika Franz. Productora: Tat Film / Parisienne de Production / Austrian Film Institute / Filmfonds Wien / Land Niederoesterreich / CNC / ORF / WDR / Arte / Degeto / Arte France Cinema. Fotografía: Wolfgang Thaler, Edward Lachman. Maria Hofstatter, Nabil Saleh, Natalija Baranova, Rene Rupnik, Dieter Masur, Trude Masur. Presentación: Venezia 69.