crítica de Paraíso: Amor | Paradies: Liebe, Ulrich Seidl, 2012
sección oficial Cannes 2012
Hay dos grandes males contra los que debe pelear el cuerpo y el alma. El primero, es la frustración, en todos los órdenes de la vida. Y el segundo, es la rutina. A veces, luchar contra ellos sólo es posible mediante un viaje; es decir, uno debe desconectarse del mundo para sumergirse en otros. Es esta la idea que lleva a la protagonista de Paraíso: Amor (Paradies: Liebe), primera parte de una trilogía escrita y dirigida por Ulrich Seidl, a marchar más allá de las fronteras: desde Austria hacia Kenia. Ahora bien, visto desde otra perspectiva, pensar en que el viaje sólo puede entenderse como el remedio para la frustración y la rutina, puede sonar impreciso. Nunca un viaje es simplemente un viaje, y lo que el turista pretende de él, suele tener que ver con un tesoro abstracto, con un decodificador de todos los pequeños conflictos que atraviesan la existencia. Dicho de otro modo, uno busca algo realmente grande, aunque las palabras difícilmente puedan definir de qué se trata. Si existe en el reducido cosmos de la lengua una palabra que se aproxime, ésta es “felicidad”. Tan usada y tan incomprendida como difícil de atrapar. Lo cierto, es que toda iniciación rara vez escapa a la búsqueda de la felicidad. Después de todo, ¿quién es enteramente feliz? ¿Quién no considera que la felicidad sea una meta?
La felicidad, o aquello que se le parezca, entendida como el gobierno de las metas particulares que cada sujeto va imponiéndose en su camino, parece ser un concepto que nos acerca a los planteos subyacentes en la trilogía de Seidl. El amor, como se titula esta primera entrega, es tan sólo una parte del todo, y la película es consciente de esto. Con un argumento sencillo, que nos narra la experiencia de una mujer de mediana edad (Margarete Tiesel) en búsqueda del amor verdadero, Paraíso: Amor es un reflejo de otra gran película dirigida por Laurent Cantet. Se trata, ni más ni menos, que de Vers le sud. En ella, Charlotte Rampling viaja a Haití con fines similares (amor y sexo, básicamente), enfocándose en el lado oscuro del paraíso. No ese costado luminoso que se ve en fotografías y postales, sino el más oculto. Es que todo paraíso debe generar dudas, la perfección no parece ser alcanzable en espacios intervenidos y habitados por el hombre. Haití es a Rampling, lo que Kenia es a Tiesel: el guiño atractivo y urgente que no tarda en absorber a ambas mujeres, impulsadas por sus necesidades psicológicas y fisiológicas.
Seidl construye su tragicomedia en base a la oposición de, por un lado, lo maravilloso, lo mágico, lo embriagador; y por el otro lado, lo negruzco, lo salvaje y lo malintencionado. El choque cultural, fácil de detectar en todas las alusiones a la lengua y a los obstáculos de la comunicación (también a las burlas, claro), no resulta demasiado significativo. De hecho, uno puede imaginar una película con giros similares, sobre una mujer que viaja dentro de los límites de su país con fines recreativos. Sólo funciona para que, acentuando los contrastes, dé la idea de que la felicidad puede provenir de algo nuevo: si no está en lo común, cualquiera puede pensar que está en aquello regido por tradiciones atípicas o fuera de lo que se considere común. Nadie puede calificar, entonces, a la protagonista de ingenua. De lo contrario, aquellos viajes cuya finalidad única es la distensión, se extinguirían en un abrir y cerrar de ojos. Pero lo cierto, es que la realidad es otra. Con un pesimismo arrollador, el autor nos demuestra que las frustraciones son universales. Es el único aspecto en el que las rutinas llevan una ventaja, puesto que éstas son erradicadas por la mera experiencia de encontrarse con un nuevo modo de vida (al menos durante el período previo al acostumbramiento). Prácticamente todo ser humano piensa en el amor como el camino de salvación. Esa es una realidad. Lo interesante de Paraíso: Amor, es que intenta demostrar no que el amor no existe, o que es inútil: sino que es insuficiente. Aun cuando el amor haya sido alcanzado por alguien, siempre hará falta algo más. Las frustraciones están a la orden del día. La rutina siempre estará al acecho. Las irregularidades de la existencia humana obligan a los caminantes a replantearse su propio proyecto de vida: ¿puede entenderse a la felicidad como el alcance de todas las metas que un individuo va poniéndose a lo largo de su paso por el mundo? Es una posibilidad. El autor parece creer en esto, pero sus pretensiones no están nutridas por el romanticismo, sino todo lo contrario. El realismo (y el costumbrismo, como la realización más precisa del estilo realista dentro de la obra) fuerza al espectador a pensar en que la felicidad es imposible, y que el amor, aun encontrado, puede desintegrarse sin la coexistencia de otras cuestiones muy importantes como lo es el sexo en el filme (con, por supuesto, las ocasionales frustraciones derivadas de él, como la insatisfacción sexual).
Paraíso: Amor no titubea en mostrar las cosas como son. Desafortunadamente, como todo hombre que camina hacia tierras desconocidas (tan desconocidas como lo es el cine europeo en el resto del mundo, al menos entre los espectadores no especializados), el prejuicio se convierte en una barrera difícil de quebrar. A veces las primeras impresiones, como las aguas cristalinas enceguecen a nuestra protagonista, alejan al espectador del verdadero discurso. Que Amor sea desagradable poco tiene que ver, al menos a mi parecer, con el exhibicionismo. Es desagradable, eso sí, porque la sensación que le queda a uno luego de terminarla es de angustia y decepción. No con la obra, es necesario aclararlo. Sino con la vida, o al menos, con la representación (subjetiva) de un profesional como Ulrich Seidl: dura como una cachetada, pero también divertida y serena cuando se lo propone. Se trata de una de las películas del año, o al menos, una de las que más emociones despertará en la audiencia: a pesar de las reiteraciones y la cuestionada duración, no hay motivos por los que un espectador sin prejuicios no pueda disfrutarla. Notable puntapié inicial de una trilogía prometedora. ★★★★★
Rodrigo Moral.
crítico de cine.
Alemania, Francia, Austria, 2012, Paradies: Liebe. Director: Ulrich Seidl. Guión: Ulrich Seidl, Veronika Franz. Productora: Société Parisienne de Production / Tatfilm. Presentación: Cannes 2012. Fotografía: Edward Lachman, Wolfgang Thaler. Intérpretes: Margarete Tiesel, Inge Maux, Peter Kazungu, Gabriel Mwarua, Carlos Mkutano.