LAS VENAS QUE EMPAPAN LA MÉDULA
crítica de Sólo Dios perdona | Only God Forgives, Nicolas Winding Refn, 2013Hace un par de años el cineasta danés Nicolas Winding Refn asombró a muchos con un relato neo-noir, estilizado y ochentero, protagonizado por un Ryan Gosling solitario y pluriempleado: chófer de ladrones, especialista de cine, mecánico en un taller y salvador de damiselas en apuros según las circunstancias. Drive (2011) se alzó con el premio al mejor director en el festival de Cannes, asegurando tácitamente una plaza en competición para la siguiente colaboración entre ese director y ese actor que habían alcanzado instantáneamente una fama de culto. No importarían el fondo ni la forma de su nuevo proyecto juntos, pues prácticamente desde que el mismo se anunció se preveía que el filme entraría en la sección oficial del certamen de cine de autor por excelencia. Y así efectivamente ha ocurrido este año, pese al posterior recelo de no pocas personas presentes en sus proyecciones. La mayoría esperaban un nuevo Drive, ignorando que el guion ya no corría a cargo de Hossein Amini sino que también era obra de Refn. En el fondo daba igual porque, admitámoslo, aquel guion pecaba de un convencionalismo ocultado en gran medida por el llamativo estilo del danés y por la sentida caracterización de Gosling. Pero por muy secundaria que fuera la historia, sus reconocibles parámetros impedían cuestionarla y permitían disfrutar tranquilamente (o excitantemente, mejor dicho) de esas cualidades más visuales e instintivas. En Only God Forgives (2013) ya no hay tal convencionalismo ni tales parámetros, por lo que, por un irónico giro del destino, la prensa se ha cebado con la obviedad y la inmadurez de su narrativa, dejando en un segundo plano, o quizás dando por supuesto, esos atributos a priori más destacables de la película.
Seamos pues consecuentes y centrémonos primero en esas acusaciones mayoritarias, relativas al “fondo”, aunque las conclusiones que saquemos determinarán inevitablemente todo análisis de la “forma”. Pues bien, tales acusaciones enseguida parecen injustas al comprobar que la película reniega de habituales recursos como la voz en off o los flashbacks aun teniendo en cuenta su naturaleza profundamente introspectiva. En efecto, la historia gira en torno a varias luchas internas: entre pasado y presente, entre lo humano y lo divino, entre el deseo y la violencia, que los personajes afrontan sin salirse nunca del marco espacio-temporal y sonoro marcado por la ciudad de Bangkok, sin que sus recuerdos o pensamientos se expresen directamente mediante aquellos recursos clarificadores pero poco sutiles. La acción transcurre así en el corazón de esta urbe de apariencia moderna y tradiciones ancestrales, donde el día parece noche y la noche día, y donde conocemos a Julian, el taciturno personaje encarnado por Gosling, dueño de un club de boxeo a la luz (de los focos) y presunto traficante de droga a la sombra (del neón). La trama arranca propiamente cuando su hermano Billy (Tom Burke), cediendo voluntariamente al mandato de sus genes “diabólicos”, mata salvajemente a una prostituta en una anodina habitación de hotel. Allí acude la policía y posteriormente uno de sus agentes supuestamente retirados, el misterioso Chang (Vithaya Pansringarm), que propone al padre de la víctima saciar su venganza y moler a golpes el cuerpo acorralado de Billy. A partir de entonces asistimos a una historia de venganzas sin freno de ida y vuelta, encendida más si cabe por la llegada de la dominadora madre de Julian y Billy (Kristin Scott Thomas). La interacción entre ella y Julian nos aporta más datos acerca de sus respectivos personajes, definidos en gran parte por su pasado fuera de Asia: pero, como hemos dicho, nunca presenciamos tal cual esos momentos anteriores.
Refn confía plenamente en el poder y el significado de una historia reducida a su esencia, donde cada plano sirve un propósito concreto y donde se insertan contados detalles que nos sirvan para interpretar su contenido. Uno de los más importantes es el relativo a las manos de Julian, extremidades que pueden tanto provocar el dolor como el placer. Enseguida adivinamos con todo que esas manos han inflingido ya demasiado dolor como para poder dar placer, en concreto a esa bella mujer interpretada por Yayaying Rhatha Phongam, aunque también es posible que ambas implicaciones se encuentren mezcladas. Esto solo ocurre sin embargo cuando Julian pierde el control sobre sus impulsos, sobre esa separación autoimpuesta entre la sangre y el sexo: separación que, de hecho, para su hermano desde el principio no existe. Y todo ello lo deducimos de unos pocos planos, donde no hay voz en off sino silencio, incluso a veces insonorizando los diálogos finales de un personaje cuando el contexto y la imagen ya dejan claro lo que se está diciendo; y donde no hay flashbacks sino flashforwards, o, alternativamente, turbadoras visiones oníricas que en cualquier caso también impulsan la historia hacia el futuro y que adelantan acontecimientos venideros, dentro de esa intimidad reflexiva que caracteriza al filme. Por ello no comparto la crítica sobre la superficialidad de su fondo psicológico porque nos vuelva a hablar del complejo de Edipo y otros traumas conocidos, olvidando que lo hace con medios y elementos tan novedosos como primitivos. Tal contraposición entre lo nuevo y lo viejo puede aplicarse así tanto al fondo como a la forma, de la cual es parte integrante esa localización clave que es Bangkok pero que se define sobre todo por la puesta en escena y la estética que adoptan Refn y su equipo.
El mundo al que asistimos en la pantalla probablemente pueda definirse como uno de muertos vivientes, de seres a la deriva que son acogidos en un limbo transitorio entre la vida y la muerte. En tal espacio existe un paréntesis, una parálisis, que la película capta reduciendo, casi negando, el elemento definitorio por excelencia del cine: el de imagen en movimiento. Ello en un principio trastoca: Gosling efectúa una exagerada labor de contención, midiendo cada uno de sus gestos y palabras, lo cual conlleva que cuando adopta una expresión más visible, como esa repentina cara de susto en uno de sus sueños, la falta de precedentes impide que compartamos su desasosiego. El efecto es más bien risible, o como mucho de indiferencia. Lo mejor habría sido por tanto evitar esas bruscas y ridículas exteriorizaciones, siendo coherente con esa introspección extrema que recorre el metraje. De hecho, el personaje de Julian no es el que aparece más carente de emociones a flor de piel, sino que tal honor corresponde a Vithaya Pansringarm en su retrato del semi-Dios Chang, una estatua venerada por sus fieles que únicamente cobra vida por obligación espiritual. Además de con estos y otros personajes, esa labor de depuración de la dinámica visual de la historia, extendida a partir de su contenido, la encontramos en la planificación técnica en base a lentos y medidos travelings o en base a planos centrados y fijos, así como en unos decorados tapizados y plásticos que se repiten y reflejan (sean pasillos, restaurantes o habitaciones de hotel), y que parecen absorber el aliento de los referentes que se mueven en ellos. Pero es probablemente la paleta sangrienta de la fotografía la que culmina esa operación de succión y drenaje, que nos mantiene también a nosotros consumidos e inmovilizados ante lo que contemplamos. Quién lo considere un defecto adopta una posición ortodoxa y legítima, pues al fin y al cabo Only God Forgives está revirtiendo varios de los principios clásicamente necesarios para que una película funcione. Sin embargo, lo meritorio es que ésta también funcione pese, o más bien gracias, a ello, y lo haga consecuentemente de una forma única y ambiciosa, naturalmente radical y polarizante… Lo cierto es que no debíamos esperar menos del siguiente paso que diese el director de Drive. ★★★★★
Ignacio Navarro.
enviado especial a la República Checa | director & crítico cinematográfico.
Francia, Tailandia, Estados Unidos & Suecia, 2013. Director: Nicolas Winding Refn. Guión: Nicolas Winding Refn. Productora: Bold Films / Gaumont / Wild Bunch / Film i Väst. Fotografía: Larry Smith. Música: Cliff Martinez. Montaje: Matthew Newman. Intérpretes: Ryan Gosling, Kristin Scott Thomas, Vithaya Pansringarm, Yayaying Rhatha Phongam. Presentación: Festival de Cannes 2013.