CONVIRTIENDO LO FAMILIAR EN MILAGROSO
crítica de De tal padre, tal hijo | Soshite chichi ni naru (Like Father, Like Son), Hirokazu Kore-eda, 201348º Festival de Karlovy Vary
El cine es un medio que permite tanto reflejar como transformar la realidad, por lo que cuando un cineasta encara una película, debe decidir cuanto de lo que mete en ella se corresponde con las experiencias que el mismo ha vivido o a las que ha asistido, y cuanto entra en el terreno de la imaginación o de la estilización. A veces tal elección es inconsciente, y a veces se parte de un suceso concreto para a partir de ahí desarrollar una historia más o menos ficticia. Más raro, aunque igual de provechoso, es volcar en el filme una manera de ver las cosas, determinada por una condición personal recién adquirida. Pero esto último es lo que manifiestamente le ha ocurrido al cineasta japonés Hirokazu Kore-eda, que desde que se ha convertido en padre ha hecho girar en mayor grado sus películas en torno a las relaciones familiares, con un reciente énfasis en el inocente comportamiento de los niños. Así, se nos presentan acontecimientos con los que muchos estamos familiarizados y que a menudo suponen una de nuestras mayores ambiciones vitales: para algunos es un objetivo a largo plazo mientras que para otros es una aspiración ya satisfecha, pero en cualquier caso suele tratarse como algo maravilloso que sin embargo está a nuestro alcance. Tal dualidad nos la muestra el cine de Kore-eda, lo cual permite evitar la frustración que uno siente al salir de una proyección cuyo contenido nunca podrá vivir por si mismo, algo más propio del género fantástico; y al mismo tiempo nos entusiasma con algo igualmente mágico y querido pero real y cercano.
De tal padre, tal hijo (Soshite Chichi ni naru) sigue, por tanto, en esa línea, partiendo de una premisa oportuna y sabidamente fructuosa, pero desarrollándola bajo los parámetros sutiles e intimistas de su director. Aquella se refiere al intercambio de dos bebés al nacer, de manera que cada uno crece con la que no es su familia biológica. Tal revelación ocurre tempranamente en el metraje, aunque no sin antes presenciar cómo es la vida de una de esas dos familias, viendo cómo es la relación entre los dos padres y su hijo. Y lo cierto es que su naturaleza afectiva y cariñosa nos muestra una unión clara entre ellos, lo cual sienta ya el dilema sobre el que se desarrolla todo el argumento: si vale más la línea sanguínea o el tiempo (en este caso seis años) en que se ha visto crecer a un niño como si fuera propio. Lo anterior también nos sitúa en un ámbito donde el conflicto está plenamente interiorizado, sin recurrir a posibles elementos como la rebeldía de los niños, los pleitos y alargadas luchas o enfrentamientos más físicos. Al contrario, ambas familias intentan resolver el asunto de la forma más civilizada y gradual posible, primero encontrándose todos juntos para ir conociéndose y luego acogiendo al respectivo hijo biológico durante el fin de semana. De esta manera asistimos, poco a poco, a las distintas derivaciones morales y respuestas prácticas que plantea dicha premisa, sin estridencias ni giros inesperados, dando el espacio y el tiempo necesarios para que las relaciones entre los personajes se fortalezcan y afloren en su verdadero significado, aunque engañosamente pueda parecer que el metraje se alarga y que no siempre se están aportando datos relevantes.
Un ejemplo de esto último es la frase que pronuncia el padre protagonista, un exitoso y trabajador arquitecto interpretado de manera conmovedora por Masaharu Fukuyama, al enterarse de que ha estado criando a un hijo adoptado. En concreto dice algo así como que “ahora todo tiene sentido”, desvelando su contrariedad ante la naturaleza menos ambiciosa y el talento más escaso del niño en comparación con sus propias cualidades. Es una frase sobre la que más tarde volverá su esposa, criticando la decisión que parece estar tomando así como su visión casi utilitaria de las cosas. Pero al mismo tiempo es una frase que sale espontáneamente, y que no revela necesariamente una mente reprobable o una ausencia de amor hacia ese niño, pues este personaje tiene dudas legítimas y al mismo tiempo se siente reflejado en aquel. Aunque es quizás el que más antagonismo puede generar, es interesante que al mismo tiempo sea el protagonista. En realidad no hay buenos y malos en esta historia, sino únicamente unos seres humanos dotados de sentido común pero también de deseos y temores, enfrentados a un conflicto para el que nadie les había preparado. Su resolución solo puede venir entonces con la misma evolución y progresión con la que está estructurada esta historia, sucediéndose las conversaciones, los juegos y las reuniones de una manera natural, y empleando sabiamente las elipsis para indicar un paso del tiempo que facilita y a la vez dificulta dicha solución, por las traumáticas implicaciones que podría tener para ambos hijos.
Esa cadencia apacible y serena de la película se ve reforzada por una planificación técnica elegante, sin abusar del primer plano ni de la cámara en movimiento; y por una banda sonora dominada por suaves acordes de piano, entre los que destaca la utilización en tres momentos clave de las variaciones de Goldberg compuestas por Bach, detalle que demuestra la confianza del director en el efecto artístico de su película antes que cierto capricho o falta de originalidad. Tanto ello como la armoniosa combinación de risas y lágrimas de la trama nos tocan en cualquier caso la fibra sensible, e igualmente redondean la sabia delicadeza del filme. Del tal padre, tal hijo se alzó, gracias a todo ello, con el Premio del Jurado en el pasado festival de Cannes, una medalla de bronce que incluso sabe a poco ante el trabajo de un cineasta que lleva demostrando película tras película una capacidad tan sensible como madurada para combinar su herencia de anteriores maestros asiáticos con aspectos de su propia vida y de la de sus otros seres queridos y admirados. ★★★★★
Ignacio Navarro.
enviado especial a la República Checa | director & crítico cinematográfico.
Japón, 2013. Director: Hirokazu-Kore-eda. Guion: Hirokazu Kore-eda. Productora: GAGA. Presentación: Festival de Cannes 2013. Fotografía: Mikiya Takimoto. Montaje: Hirokazu Kore-eda. Intérpretes: Masaharu Fukuyama, Machiko Ono, Yoko Maki, Lily Franky.