UNA LECCIÓN IRREPETIBLE
crítica de La imagen perdida | L’image manquante, de Rithy Panh, 2013
48º Festival de Karlovy Vary
Ganadora de la competición Una Cierta Mirada en el festival de Cannes de este año, L’image manquante es una película particularmente complicada de analizar, sintetizar y valorar. Para entenderla hay que tener en cuenta que su creador, Rithy Panh, tiene una trayectoria documentalista contrastada, casi siempre enfocada a las tragedias ocurridas en Camboya durante el régimen de los jemeres rojos. El propio Panh, nacido en la capital camboyana, las padeció durante su infancia, sufriendo durante cuatro años las experiencias de los campos de rehabilitación hasta que en 1979 pudo huir del país. Un año después se trasladó a Francia, donde reside desde entonces y donde ha realizado la mayor parte de su trabajo en distintas facetas del mundo del cine (desde los distintos departamentos y procesos de producción de una película hasta la profesión de profesor en la prestigiosa escuela La Fémis). Por tanto, este cineasta comprometidísimo ha optado por extraer el mayor jugo posible de las posibilidades que ofrece el cine para compartir con sus espectadores aquella época que les tocó vivir a él y a sus compatriotas: sus películas ya no son meramente biográficas o autobiográficas, sino que surgen por una necesidad casi catártica de exteriorizar una y otra vez sentimientos arraigados y traumáticos. Este último filme mantiene pues ese comentario histórico a la vez que opta por un tratamiento visual único y arriesgado.
En efecto, el viaje hacia el pasado que nos propone aquí Panh se materializa durante gran parte del metraje en decorados habitados por impasibles figuras de plastilina. Estas representan a la familia del director y a otros habitantes de la Camboya rural de los años setenta, aunque la constante narración en off, en primera persona, corre a cargo de una voz imparcial, la del desconocido actor Randal Douc. Este nos va explicando en tono relativamente neutral los distintos episodios que van afectando a estos personajes, desde acciones cotidianas como las labores agrícolas hasta sucesos más temerosos o sangrientos, bajo la progresiva amenaza de los guerrilleros; aunque también se detiene para comentar pausadamente su visión del fenómeno bajo parámetros políticos, sociales, morales o filosóficos, por lo que la película adquiere un insistente carácter didáctico. A su vez, esta recomposición en miniatura se ve acompañada de imágenes de archivo del mencionado contexto, a veces de forma separada y a veces de forma intercalada, de manera que los coloridos personajes de barro son insertados en localizaciones reales en blanco y negro para unificar en mayor medida el relato, dotarles a aquellos de mayor significado y situarlos con mayor claridad en ese oscuro pasado. Por último, a estas dos categorías gráficas se les unen, con menor frecuencia, imágenes reales y actuales, sobre todo al principio del metraje cuando se nos esboza el proceso de diseño y construcción de las figuras y de los decorados; y al final cuando se intenta concluir el discurso con una mirada a la herencia de nuestros días.
Todo es sin embargo demasiado opaco y pesado para lograr la trascendencia que se desea: no dice mucho a favor de la película que su contenido sea el que menos recuerde de todos los filmes que pude visionar en el festival de Karlovy Vary. Así, existe cierta contradicción entre la relevancia y la memoria que persigue la película, gracias tanto a su estética única como a sus profundas palabras, y lo fatigosa y consecuentemente olvidable que puede llegar a ser. Otra contradicción aparente puede deducirse del propósito inicial de Panh, como es el de rastrear una imagen vital y personal perdida con la guerra; y su método para conseguirlo, moldeando figuras por naturaleza deshumanizadas para ilustrar dicha búsqueda. Con todo, la propia sinopsis nos indica que la conclusión a la que enseguida llega el cineasta es que no es posible ni deseable revivir ese horror, sino únicamente representarlo de una forma más distante como efectivamente permiten esos diminutos personajes. El problema es que tal apuesta nos aleja también a nosotros de las penas que hayan soportado y obstaculiza la compasión que en su caso podamos sentir por ellos, teniendo en cuenta igualmente que el mayor acercamiento a dicho sufrimiento se reduce a las muecas atemorizadas pero inmóviles de sus caras.
Pese a ello es obligado apreciar y admirar la meticulosidad y el mimo con que están montadas las maquetas en las que habitan tales personajes, inmersas en decorados ahora sí naturales, normalmente campestres. Sus miradas y posiciones configuran medidas composiciones, puestas de manifiesto con panorámicas o travelings descriptivos de velocidad fija y encuadre pictórico. El mundo alternativo que así se nos presenta se corresponde por lo demás con el deseado por el narrador en una de las secuencias, en la que la familia visita un rodaje de cine: un mundo de colores, cuento y maquillaje. Estos elementos son con todo engañosos, ya que el color utilizado dista de ser luminoso, el cuento no es realmente tal y el maquillaje se aplica sobre rostros de un barro rugoso. Quizás sea esta una tercera contradicción de un metraje que avanza sin duda por un camino complejo y denso, al son de una música tan omnipresente como la narración, pero más heterogénea que ella, combinando canciones más folclóricas con una banda sonora más grave. Este último aspecto es prácticamente el único que ameniza este ensayo difícil y exasperante, aunque innegablemente esforzado y meritorio, y al fin y al cabo tan recomendable para Panh y los demás sujetos pasivos del régimen de los jemeres rojos como para aquellos interesados en la capacidad del cine por reinventarse constantemente y para ofrecer algo tan novedoso desde un punto de vista narrativo como significativo desde un punto de vista sociológico. ★★★★★
Ignacio Navarro.
enviado especial a la República Checa | crítico cinematográfico.
Camboya, Francia, 2013. Director: Rithy Panh. Guion: Rithy Panh. Productora: CDP. Presentación: Festival de Cannes 2013. Fotografía: Prum Mésa. Música: Marc Marder. Montaje: Rithy Panh & Marie-Christine Rougerie. Intérprete: Randal Douc (voz).