DOMINANDO EL ÍMPETU
crítica de La postura del hijo | Pozitia copilului (Child’s Pose), Calin Peter Netzer, 2013
48º Festival de Karlovy Vary
Si echamos un vistazo a los tres últimos ganadores del Oso de Oro en Berlín, encontramos algunas similitudes tanto en su temática como en su tratamiento: los tres son intensos filmes con un fondo criminal cuya lectura se extiende a varias capas sociales. En efecto, incluso César debe morir (Paolo & Vittorio Taviani, 2012), cuya trama transcurre de principio a fin dentro de los muros de una prisión, tiene una pretensión documentalista amplia. Con todo, la comparación se sostiene más entre Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011) y la película objeto de esta crítica: La postura del hijo (Pozitia Copilului). Ambas obedecen a una tendencia del cine por combinar la sobriedad con la agitación, buscando así lo mejor de ambas apuestas: un desarrollo dramático verosímil e incisivo mostrado con un dinamismo que apenas deja margen para el respiro. Tal intensidad trae causa de la intervención en ambas historias de los intríngulis del sistema policial o judicial del país en cuestión, tras el enfrentamiento creciente, sin frenos, entre los personajes principales. Estos pertenecen en ambos filmes a la clase media alta pero se encuentran ante un acontecimiento en el que deben actuar de forma menos segura y refinada y más salvaje o instintiva, sin contar con que a lo largo del conflicto deben hacer frente a personajes de clases más bajas. Con todo ello, partiendo de la intimidad de una familia próspera y pacífica, se establece una especie de radiografía social en la que despiertan algunas de las pulsiones más básicas y ocultas del ser humano.
Tal pretensión la encontramos casi desde el principio en la película de Calin Peter Netzer: la primera secuencia nos muestra una conversación entre la madre protagonista y su hermana, en forma de confesión de la primera a la segunda sobre lo que le molesta la relación de su hijo con una mujer separada. Lo llamativo es que la misma está rodada en un único plano, con la cámara en mano moviéndose ligeramente hacia atrás y hacia delante, aunque los personajes permanezcan sentados, inmóviles. Lo que provoca esta rara planificación es que la cámara llame la atención sobre si misma, aunque ello solo ocurra con claridad en este inicio, y se explica porque es como si la madre estuviese siendo entrevistada, como si hablase directamente a cámara, revelando una información sensible que luego no discutirá con otros personajes pero que nos anticipa ya cuales son sus temores y deseos y cual es el verdadero conflicto de la historia. Por ello se establece ya cierta sensación de estudio sociológico, casi documental, con el que nos quedamos durante el resto del metraje aunque el constante movimiento de la cámara acompañe ya siempre el de los referentes en pantalla y aunque enseguida la trama adquiera un componente claramente ficticio. El mismo se refiere al accidente de coche que le cuesta la vida a un niño, provocado por ese hijo algo bruto que no se lleva demasiado bien con su experimentada madre. A partir de ahí ésta usa sus conexiones en las altas esferas para que el atropello no conduzca a su hijo a la cárcel, cambiando la declaración del testigo o influyendo en la investigación policial. Sin embargo, al antipático hijo no le hace gracia que su madre se inmiscuya en sus asuntos, quizás porque tal interferencia la acerca también a su pareja, en un principio rechazada por aquella en base a unos motivos que más adelante se revelan erróneos.
Dicho esto, el accidente y sus repercusiones configuran realmente una suerte de macguffin al servicio de esa relación materno-filial oscura y problemática, cuyos datos progresivos se nos van aportando gracias a las acciones causadas por el homicidio imprudente, como la estancia del hijo en casa de su madre o la visita de ambos a los pobres padres de la víctima. Esta afirmación encuentra tanto más sentido en cuanto que el accidente ocurre en elipsis y nunca vemos al niño que lo ha sufrido, por lo que en la visita recién mencionada los posibles paralelismos entre ambas familias (y en concreto entre ambos hijos) adquieren mayor fuerza y relevancia. En efecto, la madre asiste a ella junto con su nuera y expresa con gran sinceridad y arrebato el cariño que la une con su hijo, por lo que entiende el vacío que ha provocado en esa otra familia y comparte plenamente el sufrimiento de la misma. Tal secuencia es además clave en tanto que es la que pone sobre la mesa la mayor cantidad de datos sobre la naturaleza de los protagonistas, pero en un contexto de tensión y tormento que aporta indudable credibilidad a sus sentidas declaraciones. En cierto modo cabe extraer una simetría de la estructura del guión por el reflejo existente entre esta escena y la primera que comentábamos, ocupadas ambas prácticamente por un monólogo de la protagonista aunque la segunda sea más larga y emotiva. En cualquier caso, la precisión de sus diálogos y la fuerza de las interpretaciones permiten que este clímax deje una tremenda impresión. Precisando este mérito interpretativo, todos los actores están bien pero destaca el magnífico esfuerzo de Luminita Gheorghiu en el papel de esa madre tal racional como dominadora. El acierto de Peter Netzer se extiende pues a una eficaz dirección de actores, como también ocurría en el trabajo de Farhadi, aunque lo más llamativo a primera vista sea el experto trabajo visual, apoyado en un montaje sin apenas transiciones y representando casi todas las acciones in media res: todo lo cual nos conduce a un cine enérgico, poderoso, en definitiva de alto calibre. ★★★★★
Ignacio Navarro.
enviado especial a la República Checa | crítico cinematográfico.
Rumanía, 2013, Pozitia Copilului. Director: Calin Peter Netzer. Guion: Razvan Radulescu & Calin Peter Netzer. Productora: Parada Film. Presentación: Berlinale 2013. Fotografía: Andrei Butica. Montaje: Dana Lucretia Bunescu. Intérpretes: Luminita Gheorghiu, Bogdan Dumitrache, Natasa Raab, Ilinca Goia.