PROMESAS DEL ESTE
crítica de Lilja 4-ever | Lukas Moodysson, 2002El colapso soviético que se produjo tras la caída del muro de Berlín supuso no sólo cambios dramáticos e impensados en lo que a geopolítica se refiere, sino, también, un trastorno económico que tuvo como resultado una fuerte crisis financiera y un desplome catastrófico en los niveles de vida de las ex república soviéticas; habiendo regiones que incluso en la actualidad son más pobres de lo que lo fueron antes de la caída del muro. En este clima de empobrecimiento repentino y de vacío de poder en algunos países, los regentes comunistas fueron reemplazados por los sindicatos del crimen y la corrupción, cuyo delito más lucrativo, a finales del viejo y principios del nuevo siglo ha sido la trata de blancas, el meretricio de niñas y mujeres jóvenes. En ese contexto de cambio y sustitución de élites, durante la década de los noventa en las cloacas de Rusia, se enmarca este duro y desgarrador drama titulado Lilja 4-ever, del autor sueco Lukas Moodysson, que fue capaz de dar lustre al cine escandinavo más allá del colectivo Dogma 95 y de la herencia de Bergman. Estrenada en 2002 en casi toda Europa, cosechó un gran éxito en el circuito de festivales con sensibilidad indie, como así lo demuestra su galardón como mejor película en el Festival de Gijón de hace ahora once años. Una película que supuso un punto de inflexión en la filmografía del director. Tras dos piezas anteriores pretendidamente optimistas –su opera prima Fucking Åmål (1998) y la comedia Juntos (2000)–, Lilja 4-ever es una inmersión en un mundo turbio, angustioso, gris y destartalado en el que no hay cabida para la esperanza, sólo resignación. La evidencia de este cambio, nos la muestra el propio Moodysson en la selección musical del prólogo. Si su anterior Juntos iniciaba con una canción de ABBA (“S.O.S”), para esta cinta de alma grisácea opta por un desasosegante tema de Rammstein (“Mein Herz brennt”). El día y la noche. Las sombra y las tinieblas. Un cambio que extrapoló a su carrera ya que significó la huida del joven realizador sueco de los caminos cinematográficos convencionales; adentrándose en la experimentación con trabajos posteriores como Ett Hål i mitt hjärta (2004) y Container (2006) de trascendencia minúscula. Un alejamiento de sus fieles con los que trató de reconciliarse fallidamente en 2009 con Mamut, su película de mayor presupuesto.
Pese al cambio de espíritu, cámara en mano, el estilo permanece. El mismo latente a lo largo de toda su obra. De aparente torpeza, cercano al documental o al vídeo aficionado, con abundancia de zooms para los primeros planos y torpes movimientos de cámara, utilizando luz natural, construyendo un cine sencillo y sin rodeos cuya única pretensión es la credibilidad. Moodysson cuenta en un largo flashback la historia de desamparo y resignación de una chica abandonada por su madre y abocada a la prostitución. Filmada en unos escenarios angustiosos, deslucidos y lánguidos –los exteriores de la antigua Unión Soviética fueron rodados en Estonia, los exteriores suecos se rodaron en Malmö, ciudad natal del director–, que contribuyen a consolidar la sensación de orfandad y desabrigo a la que están destinados los protagonistas. Niños de 12 y 16 años obligados a vivir en un territorio sin ley, un callejón sin salida aparente. La trata de blancas es un tema manido, en el que es difícil aportar algo nuevo, sin embargo Moodysson es capaz de darle un aspecto innovador, una perspectiva distinta, huyendo de imágenes morbosas sin restarle dramatismo al asunto. El ejemplo más claro es esa fantástica y a la par desagradable sucesión de primeros planos de hombres sudorosos, un ejercicio de sugerencia extraordinario. Todo esto, además, aderezado con una dirección de actores maravillosa, a pesar de la distancia idiomática existente –fue necesaria la presencia de traductores para que los actores rusos y el director se hiciesen entender–, y que tiene su máximo exponente en la fantástica interpretación de la actriz protagonista, Oksana Akinshina. Hubiese sido muy fácil provocar en el espectador cierta empatía emocional con la protagonista, generando compasión sin matices, presentándola tan sólo como víctima. Pero nada más lejos de la realidad, el cineasta sueco juega con aquel aforismo de Nietzsche “son inocentes, aun en su malicia”; y lo hace construyendo un personaje complejo, que también es verdugo, eso sí, empujado por las circunstancias. Una hiena más en la sabana, pero una hiena atacada por todos.
En esas estamos cuando se cumple la hora de metraje, instante en el filme parecía diluirse en una sucesión de elementos desagradables sin más, hasta que se produce un cambio de escenario, previsible, del Este al primer mundo –Suecia–. A raíz de esa permutación Lukas Moodysson orquesta una media hora final apropiada, deteriorada, a mí juicio, por una metáfora sobre la angelical inocencia de los protagonistas bastante sensiblera, sobre todo si nos atenemos a la dureza manifiesta a lo largo de toda la cinta. Una apuesta por la metafísica y el abandono de los marcos de la realidad; que da fe de un guion primigenio en el que Jesús tenía un papel destacado al lado de la protagonista. Pincelada que en lugar de emocionar, desubica. Detalle que afea pero no estropea una película necesaria en su función de agitadora de conciencias y grandiosa en su retrato de una realidad social sucia y vil. Una pena que nunca se haya estrenado en España en pantalla grande. Una pena. ★★★★★
Andrés Tallón Castro.
crítico de cine.
Suecia, 2002, Lilja 4-ever. Director: Lukas Moodysson. Guion: Lukas Moodysson,. Productora: Memfis Film AB. Presentación: Festival de Estocolmo 2002 (mención de honor premios FIPRESCI). Música: Nathan Larson. Fotografía: Ulf Brantås. Reparto: Oksana Akinshina, Artiom Bogucharskij, Pavel Ponomarev, Elina Beninson, Ljubov Agapova.