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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Antes del anochecer

    Antes del anochecer

    LA IMPOSIBILIDAD DEL SEXO PLATÓNICO

    crítica de Antes del anochecer | Before Midnight, Richard Linklater, 2013

    Los primeros noviazgos y los polvos ocasionales a la muy temprana y paradójica edad en la que ya no eres ningún crío, ni joven ni mayor, dudando si quieres cumplir el estereotipo socialmente aceptable, a medio camino entre la (impostada) experiencia y la ignorancia propia de la edad. Aquel sentimiento lo definía maravillosamente un singular pintor cuyo psicólogo le había obligado —a modo de terapia expiatoria— a escribir una autobiografía de vivencias vívidas, sin necesidad de sortear ningún charco negro en su mente, en un lugar (des)conocido como Rancho Aparte. La exquisita novela de Marcos Ordóñez, quien hablaba de todo lo imaginable con las mejores ocurrencias. “Viendo al hombre pude pintar a la mujer posible, arriba, en el piso más alto de aquel altísimo edificio. Muy joven también, jóvenes los dos. Ahora los veo jóvenes, insultantemente jóvenes, aunque entonces fueron para mí una pareja “adulta” pero con las maletas todavía por deshacer, a punto (¡siempre a punto!) de saltar para otro lado”. Recordemos ahora ese romántico tren camino de París, destinado a parar en Viena para contemplar el eterno juego de seducción que, sí o sí, resume cierta intriga existencial: el ilusorio, nefasto común denominador del hombre moderno. ¿Quién no ha soñado, aunque fuera en sueños, con su alma gemela o con su “media naranja” (supongo que el inventor de dicha expresión, además de consumir cítricos, murió de pena y sin probar la carne)? “Es prácticamente imposible, pienso ahora, que un adolescente pueda comprender sino ni siquiera imaginar la vida a los treinta”.

    Él se llama Jesse, y no es ni joven ni viejo, tampoco adolescente, pero aún no se ha imaginado a los treinta, sorprendentemente aseado de frente para arriba, con el pelo de punta y, oh, sin grasa. Es periodista. Americano, que suelen decir los norteños de aquel continente. En realidad sueña con publicar libros, convertirse en un autor prestigioso, nómada con padrón en el mundo de las letras, como un ilustrado hijo del saber enciclopédico y demás vanidades que venden los sabios con carné de “voces autorizadas”. ¿Imaginar la vida a los treinta? Mejor con Céline. Aunque una noche no da para mucho, ya seas Dick Tracy o Don Draper. ¿Una noche? Obviamente, el contexto era idílico: paisajes centenarios, conversaciones dilatadas, kilómetros y kilómetros por recorrer; juventud, exultante y casi dolorosa. Los treinta, apenas tres asesinos en el borroso horizonte. “Así hemos ido siempre”, zanjaba con lucidez Eduardo Frenhofer, “maleducados por mitos y quimeras, sin saber nada de nadie”. De ahí partían, pero hacia atrás, en un giro inverosímil, las reflexiones de la sensual Céline, una chica (como tantas otras) adelantada a su tiempo o extemporánea no tanto por conducta como por carácter: donde nosotros, hombres más o menos íntegros (ejem), nos imponemos torpemente a una realidad hipertrofiada, ellas son capaces de pensar varios “amores” posibles y, por tanto, vidas por vivir.

    Antes del anochecer

    Casi veinte años después del estreno de Antes del amanecer, Richard Linklater retoma sus hipótesis sobre lo divino y lo terrenal a través de esa pareja convertida ya en icono del cine indie con empaque romántico, un cine más ambicioso que cualquier doctorado sobre Jane Austen. Porque Jesse y Celine se despidieron para reencontrarse una década más viejos, Nina Simone cantando Antes del atardecer, y él se divorció de otra mujer con la que había tenido un hijo y, a continuación, se casaron y Céline dio a luz dos bonitas niñas. Y por supuesto, el tiempo no perdona, erosiona física y psicológicamente. La relación ha de salvar obstáculos que siempre estuvieron ahí, pendientes de explotar en el momento más agridulce, luego de que Jesse se despida de su hijo en un aeropuerto de Grecia, tras un irrepetible verano en el Peloponeso, disfrutando y bañándose bajo el sol olímpico junto a otra familia cuya casa es más bien un caserío de anuncio: cultivan sus propias verduras, tomates que parecen recién salidos de una sesión de fotos. Y la lechuga, una lechuga que llora de felicidad. A un palmo de la playa, lejos del mundanal ruido. Una fotografía, en fin, asquerosamente envidiable. Y que sobreviene tras ese magistral inicio rodado en plano secuencia, un plano de quince minutos que encuadra a los personajes —Jesse, conductor; Céline, copiloto; y las pequeñas en los asientos traseros, durmiendo plácidamente— desde la luna delantera del coche. La fastuosa eficacia lingüística condensada en una secuencia para el santoral. Julie Delpy y Ethan Hawke culminan, a modo de punto y seguido, una historia marcada por la sencillez estética y la concreción del relato. Un masaje estilístico que, o abruma, o cabrea, o fascina. O todo a la vez. Sentados a la mesa mientras departen consumiendo dosis generosas de vino, lejos de esas ruinas que visitarán (o no) a la vuelta, cuando esas inocentes niñas hayan aprendido —para sorna de sus padres, que lo han grabado con el móvil— la vital lección de que “si te duermes, pierdes tu oportunidad”.

    Antes del anochecer

    Ethan Hawke y Julie Delpy coescriben una historia que era suya mucho antes de cristalizar en guión. De alguna manera, estos actores han creado sendos arquetipos posmodernistas, una especie de reacción lógica pero ciertamente pasional a la mentira de la ficción y su mito último: la verdad es inalcanzable y, sin embargo, casi puedes tocarla. En Antes del anochecer, me ocurre con frecuencia eso tan tonto de verme medio anestesiado —y acomplejado— frente a los argumentos que Jesse y Céline nos brindan por una posible mudanza a Illinois (junto al talentoso hijo de este primero), razón suficiente para resucitar viejas tormentas, para echarse en cara tal o cual episodio doméstico. Debo aclarar que, entretanto, la película funciona casi por inercia. El oficio de Delpy y Hawke es de una categoría inapelable. Nada nuevo, menos aún si trabajan bajo las órdenes de Linklater, responsable también de una insólita comedia negra destinada a la marginalidad: Bernie. Sin embargo, Antes del anochecer es música para los oídos: como siempre, su discurso encierra una lectura contemplativa y claramente seductora. Te obliga a sonreír y transmite complejidad, reafirmando una cierta esencia de Don Quijote que confunde los molinos de viento con gigantes (renacentistas y folladores). Durante el último tercio, la retórica del vis a vis alcanza cotas inflamables. Sin duda, los mejores diálogos son aquellos en los que el personaje piensa su discurso, quizá nervioso, luchando con (y masticando) las palabras, y pegándose con la estructura. Que se note que “no están escritos”. Tarea sumamente difícil, por supuesto. Aquí no hallas rastro de imperfección. Ésta reside en la pelea sucia, en la confianza, en la felicidad intermitente, donde se calibran las emociones de estos iconos genéricos. Viven bien, viven con la duda. La duda perniciosa que (des)liga a Jesse y Céline. Dos reflejos instintivos del “Nuevo Desorden Amoroso”, que diría Eduardo Frenhofer. ★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013, Before Midnight. Director: Richard Linklater. Guión: Richard Linklater, Julie Delpy, Ethan Hawke. Música: Graham Reynolds. Fotografía: Christos Voudouris. Reparto: Julie Delpy, Ethan Hawke, Seamus Davey-Fitzpatrick, Jennifer Prior, Charlotte Prior, Xenia Kalogeropoulou, Walter Lassally, Ariane Labed, Yannis Papadopoulos, Athina Rachel Tsangari, Panos Koronis. Presentación: Sundance 2013.

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