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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Bronson

    Bronson

    LEÑA, ACERO… Y MÁS LEÑA

    crítica de Bronson | Nicolas Winding Refn, 2008

    La cárcel es un hábitat único que ha dado mucho juego en el cine. Sobretodo para planes de fuga o episodios de sufrimiento, pero también para inesperados thrillers como el de Un profeta (2009), o improbables amistades como la de Cadena perpetua (1994). En estas dos últimas se le da pues un giro a esta localización, pasando de ser un lugar que nadie quiere conocer y del que todos desean escapar, a ofrecerse como algo cercano a una tierra de oportunidades. De hecho, en estos últimos años han encontrado su hueco en las noticias historias de individuos que cometen un delito lo menos grave posible pero sí lo suficiente como para acabar entre barrotes, y así ahorrarse los insostenibles gastos de la vida en libertad y al menos disponer de techo y comida. Es algo cuanto menos desolador. Pues bien, en Bronson (2008) asistimos a otra vuelta de tuerca en este sentido, con un protagonista para el que la prisión termina siendo una necesidad vital, pero no en clave socialmente dramática sino individualmente humorística, o al menos con tintes surrealistas que le quitan hierro al asunto.

    Dicho esto, hierro no le falta a esta película, tanto en el metabolismo de ese protagonista como en el entorno físico en el que se siente como en casa. Aquel es un hombre salvaje y esquizofrénico, que desde muy joven comete una serie de fechorías hasta que por fin consigue que lo acojan en dicho entorno. De él solo saldrá durante un par de meses para que enseguida lo vuelvan a ingresar, aunque parte de ese ingreso transcurre igualmente en hospitales psiquiátricos. Efectivamente, a los funcionarios de prisión se les escapa el motivo del comportamiento tan sadomasoquista de este ser marginal, un ser totalmente irracional que consecuentemente no tiene encaje entre nosotros. Por eso debe ser internado, aunque a él le gustaría que fuese siempre en la cárcel propiamente dicha. En cualquier caso, para dar vida a este personaje sin caer en la insensibilidad o la deshumanización (pues ello echaría para atrás al espectador), Tom Hardy se entrega sin tapujos a un papel exigente como pocos. Sus continuos brotes de violencia extrema se acompañan de esporádicas risas en medio de una expresividad flemática, desconcertando a su público pero dotando igualmente de profundidad a este hombre que, por lo demás, no podría sino calificarse de psicópata.

    Bronson

    Además, todo ello cobra mayor capacidad provocadora y rebelde al estar dirigido por Nicolas Winding Refn. La violencia casi incesante de la historia se nos muestra en planos que a menudo funcionan también como puños, repentinos pero de efecto duradero. Ello va asociado a un montaje brusco que sin embargo se entretiene en determinadas secuencias, y que desestructura la cronología del guion. Entre esas luchas descompensadas y brutales, principalmente entre nuestro encantador protagonista y los guardias de prisión, surgen paréntesis en donde aquel es entrevistado en solitario por la cámara, narrándonos bajo su punto de vista las vicisitudes de su existencia, u otros en donde se disfraza y representa esas vicisitudes frente a un público ahora sí presente, el de un teatro ensombrecido y suspendido en el espacio y el tiempo. La narrativa se configura por tanto como un verdadero show en primera persona, reservándonos un asiento de primera para presenciar este espectáculo barbárico, música de Wagner incluida. Esta teatralización es idóneamente conducida por la batuta de Refn, ahondando en sus ya famosos decorados monocromáticos y en su tratamiento estilizado de la violencia, pero también sin abandonar, como parece haber hecho en sus últimos trabajos, ese improbable humor físico más digno de viñetas y cómics, medios en los que por otro lado encajan bien aquellos atributos estéticos del cineasta danés. En definitiva, todos estos elementos componen un retrato particularmente distanciado de la realidad, reforzando un aislamiento que ya viene dado por si solo al encerrarnos entre cuatro paredes, sean las de un centro penitenciario, sean las de uno para enfermos mentales. Pero, al mismo tiempo, pues este caso tampoco impide el planteamiento de una lectura de este tipo, lo anterior sirve como metáfora de cierta alienación social, ya que en los pocos momentos en los que a este tal Bronson (éste es su apodo, originalmente se conforma con el anodino nombre de Michael Peterson) se le permite andar suelto por la calle, comprobamos que los demás personajes también están trastornados.

    ¿Estaríamos incluso nosotros contagiados de esa enfermedad? Por un lado, como hemos visto, la película se desarrolla de una forma ficticia, casi exhibicionista, y por tanto no cotidiana, como algo que se pudiese sentir cercano y propio de todos nosotros. Al margen de la metáfora recién expresada, la historia de Bronson es excepcional, y como tal Refn la idea y nos la presenta. Sin embargo, por otro lado, debido precisamente a esa presentación excitante y abrillantada, forzosamente entretenida, nos deleitamos viendo lo que padece este hombre. Quizás porque nos supone un alivio el no tener que sufrir como él… o quizás porque en el fondo nos gustaría sentir esa misma catarsis y liberación dando un simple puñetazo en la cara de un prójimo. A él eso le basta para ser feliz. ★★★★★

    Ignacio Navarro.
    director & crítico cinematográfico.

    Reino Unido. 2008. Director: Nicolas Winding Refn. Guión: Brock Norman Brock & Nicolas Winding Refn. Productora: Vertigo Films / 4DH Films / Str8jacket Creations / Perfume Films. Fotografía: Larry Smith. Montaje: Matthew Newman. Intérpretes: Tom Hardy, Kelly Adams, Luing Andrews, Katy Barker, Matt King. 

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