crítica de Arrugas | Ignacio Ferreras, 2011
En los últimos años, España ha dado un paso de gigante en cuanto a la cantidad y, sobre todo, la calidad de su producción de cine de animación. Tras una gran cantidad de fallidas propuestas, casi siempre en lo que concernía los guiones, demasiado alejados de la inteligencia de la competencia americana –Pixar, Dreamworks y compañía– en 2007 apareció la magnífica Nocturna de Adrià García y Victor Maldonado para hacernos recuperar las esperanzas en que algo estaba cambiando. En 2009, la ambiciosa Planet 51 de Jorge Blanco, Javier Abad y Marcos Martínez, arrasó en las taquillas de medio planeta, codeándose sin complejos con títulos como Wall-E o Kung Fu Panda. Un año después, Chico y Rita de Fernando Trueba, Javier Mariscal y Tono Errando, llegaba a estar nominada al Oscar a la mejor película de animación y en 2012, Las aventuras de Tadeo Jones de Enrique Gato, se convertía en el segundo filme más taquillero del año, además de poder presumir de un acabado técnico que rozaba lo sobresaliente. Al igual que la mencionada Chico y Rita o la francesa Persépolis (2007), Arrugas (2011) es la prueba palpable de que el género animado no tiene que ser necesariamente sinónimo de infantil –es más, está dirigida a un público adulto– y que puede competir de igual a igual en efectividad a la hora de plantear temas tan serios como la vejez o la enfermedad, con las mejores películas convencionales.
Se trata de una adaptación del prestigioso cómic de Paco Roca a la gran pantalla, que narraba la enternecedora amistad que se establece entre Emilio y Miguel, dos ancianos que viven recluidos en un geriátrico. Emilio trabajó en un banco en sus años jóvenes y consiguió tenerlo todo en la vida (dinero, una familia perfecta), pero los achaques propios de la edad y un incipiente Alzheimer hace que su hijo, incapaz de cuidarlo como necesita, le interne en dicho centro. Miguel es un simpático y pícaro argentino que comparte habitación con Emilio, ayudándole a integrarse a la rutina de la vida entre esas cuatro paredes. Allí conocerá a una nutrida fauna de ancianos –Antonia, que guarda todas las porciones de mantequilla o mermelada del desayuno para regalárselas a su nieto cuando acude de visita; Dolores y Modesto, un matrimonio en el que él sufre un Alzheimer avanzado y requiere los constantes cuidados de su esposa; Ramón “el locutor”, que sólo hace repetir continuamente las palabras que oye; Doña Sol, una octogenaria que vive esperando que su familia vuelva a llevársela de allí; o la señora Rosario, siempre sentada junto a la ventana, inmersa en la fantasía de que viaja a bordo del Orient Express rumbo a Estambul– y descubrirá que la mayor preocupación de todos es no pasar al piso de arriba, donde se encuentran los residentes que no se pueden valer por sí mismos.
Ignacio Ferreras hace una magnífica traslación de la obra de Roca que, aunque cuenta una historia de gran calado dramático, durísima en muchos pasajes, lo hace siempre desde una óptica positiva, con acertados golpes de humor. Éstos corren en su mayoría a cuenta del personaje de Miguel, auténtico testigo de la enfermedad que va arrebatándole poco a poco a todos sus compañeros de residencia. Su tono está más cercano a la amabilidad de ¿Y tú quién eres? (2007) de Antonio Mercero (bastante inferior a Arrugas, todo hay que decirlo) que a la crudeza sin concesiones de la reciente Amour (2012) de Michael Haneke. Un momento especialmente divertido es el de la sesión de gimnasia con la voluptuosa monitora, en la que los viejitos deben pasarse una pelota, resolviéndose el ejercicio de forma caótica. Esta aparente ligereza no evita que el delicado tema de la enfermedad y la soledad a la que se enfrentan los ancianos en la última etapa de sus vidas, esté tratado con igual eficacia y realismo. Resulta brillante la escena que abre la cinta, donde vemos al joven banquero discutiendo en su despacho con unos clientes para a continuación descubrir que estamos ante una ensoñación propia de la demencia de Emilio, sentado ante el plato de la cena en su cama. En este sentido, Arrugas juega constantemente entre la realidad y la fantasía –con ejemplar sutileza y originalidad– para hacer al espectador partícipe de los terribles estragos del terrible Alzheimer. Cuando Emilio llega a la residencia, su imaginación regresa al momento en que entró a la escuela por primera vez, con los temores propios del niño que no sabe lo que le espera. Los intentos de Miguel por tapar el progresivo deterioro mental de su compañero de habitación, que supondrían el rápido traslado del Emilio a la planta de arriba, no ocultan el dramatismo de la situación, a pesar de su tratamiento en clave de humor. Como regalo adicional, Arrugas encierra una pequeña gran historia de amor, la de Loli y Modesto, dos niños que prometieron estar siempre juntos desde el momento en que él consiguió traerle una nube a su amada. Esos pocos minutos podrían rivalizar en maestría y ternura con el celebrado prólogo de la inolvidable Up (2009) o el oscarizado cortometraje Paperman (2012).
Ganadora de dos Goya (mejor película de animación y mejor guión adaptado), Arrugas es una de las obras más sinceras, valientes e interesantes del cine español de los últimos años. Su animación es sencilla y tradicional, con un precioso 2D que no requiere de grandes alardes técnicos para transmitir todo el potencial de su historia. La maravillosa partitura de Nani García funciona a la perfección para inundar de emoción sus imágenes, especialmente en el mencionado pasaje de la infancia de Loli y Modesto. En un año en que No habrá paz para los malvados, La piel que habito, La voz dormida y Blackthorn se disputaban el Goya a la mejor producción, no se me caen los anillos en reivindicar, con la boca bien grande, que Arrugas fue el mejor título salido de nuestra cinematografía de 2011, una auténtica joya que queda grabada en la memoria y el corazón con la intensidad que solo lo logran las grandes películas. ★★★★★
José Antonio Martín.
crítico de cine.
2011. España. Título original: Arrugas. Director: Ignacio Ferreras. Guión: Ángel de la Cruz, Paco Roca, Ignacio Ferreras, Rosanna Cecchini. Productora: Perro Verde Films/Cromosoma. Presupuesto: 2.000.000 euros. Música: Nani García.