crítica de Érase una vez en Anatolia | Bir Zamanlar Anadolu'da, Nuri Bilge Ceylan, 2011)
De vez en cuando surgen películas con vocación de obras totales, aunque a menudo su distribución se vea limitada al circuito festivalero y a las pantallas alternativas. Hace un par de años se produjeron algunos ejemplos de este tipo de obras, siendo el más reconocible el de El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011), ganadora de una tan discutida como merecida y lógica Palma de Oro en el festival de Cannes correspondiente. Pero esa edición de la Croisette acogió y premió otra película de altas pretensiones y profundo calado, aunque disimulados bajo una apariencia más sobria e intimista. Hablamos de Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu'da, 2011), un largometraje de dos horas y media de duración cuyo propio título invita a la prosopopeya fabulesca, y con el que el reconocido cineasta turco Nuri Bilge Ceylan se hizo con el Gran Premio del Jurado, quizás un premio paradójicamente pequeño si prestamos oídos a los que vaticinaban que Ceylan se podía llevar el premio gordo, aunque solo fuese por insistencia (pues ésta era su cuarta participación en la sección oficial de Cannes, sin irse nunca de vacío).
Pero no conviene ahondar más en estas frívolas especulaciones, pues lo cierto es que estamos ante una cinta que limita sus trivialidades a unos pocos diálogos, como en una de las secuencias iniciales donde la conversación gira en torno a temas gastronómicos (yogures, kebabs y demás productos típicos del este mediterráneo). Por lo demás se trata de una narración oscura, una road movie sui generis centrada en el recorrido por los exteriores de esta región turca que realizan varios agentes, un comisario, un procurador y un médico para hallar, desenterrar y posteriormente autopsiar un cadáver. Para ello son guiados por uno de los implicados en el crimen, aunque a éste le cuesta recordar donde exactamente han dejado tirado el cuerpo. Por ello el viaje se prolonga e interrumpe en sucesivos enclaves, dando pie a conversaciones como la anterior, u otras en cambio más trascendentales, donde los personajes van profundizando su relación y revelándose con atributos propios, de manera muy progresiva, hasta adquirir una apariencia muy característica y a menudo patética. Tal es el caso del procurador, por ejemplo, siendo particularmente relevante en este sentido la secuencia en la que finalmente localizan a la víctima y dicho personaje dicta el acta correspondiente. Es una escena en la que se pone de relieve lo precario que puede llegar a ser la justicia pero a la vez lo profundamente humano de la misma. Es en definitiva una buena ilustración de uno de los discursos de la película, cual es la radiografía de un sistema político y jurídico a través de contados personajes colocados en un entorno primitivo, más propio de un estado de naturaleza, fuera de las instituciones y los despachos… Al menos hasta un último acto que sintetiza los conflictos que han ido apareciendo en ese viaje por los páramos turcos.
GRAN PREMIO DEL JURADO CANNES 2011 | 'Érase una vez en Anatolia', de Nuri Bilge Ceylan |
Entretanto, estos personajes deambulan por la creciente oscuridad, transcurriendo los minutos y las horas hasta el amanecer y la mencionada resolución de la investigación. Incluso los paréntesis que podrían resultar más luminosos o esperanzadores, acentuando el lirismo de la narración, tienen una cadencia y un halo tenebrosos, como la secuencia de la manzana rodando por la tierra y luego flotando sin rumbo por un riachuelo, mientras los personajes siguen hablando fuera de campo, en una metáfora clara pero a la vez rebuscada de las fútiles andaduras de estos individuos, predeterminadas por una fuerza superior a ellos. O cuando éstos se alojan en una pequeña finca para pasar la noche y aparece tras la cena una joven de belleza surrealista, apenas iluminada por una vela, aportando de esta guisa una inesperada luz a estos hombres que, en una expresionista sucesión de primeros planos, nos revelan toda su vulnerabilidad masculina. Son imágenes que pese a su contenido transmiten ambigüedad y decadencia, añadiendo capas a una historia ya de por sí densa. A esta sensación contribuye igualmente un ritmo cuyo vocabulario no parece incluir la palabra “elipsis”, aunque el movimiento de la cámara y unos diálogos ágiles dotan de dinamismo a una puesta en escena por lo demás tremendamente sobria y pausada. Y por añadidura nos encontramos con unos actores que, bajo la batuta de Ceylan, interpretan a esos personajes con plena consciencia de su carácter desencantado, donde cada gesto y cada mirada cobran un significado especial entre una maraña de rostros a menudo imperturbables y apagados.
Por tanto, con esta envoltura tosca y penumbrosa, Érase una vez en Anatolia acaba siendo una propuesta difícil, que exige una inmersión esforzada pero total por parte del espectador para poder apreciar su potencia y aprehender su mensaje. Revirtiendo los códigos del cine negro, con una trama policial que adquiere la relevancia de un gran Macguffin, las preocupaciones de Ceylan se ciñen al estudio de una muestra más o menos representativa de todo un país, empleando con provecho y sabiduría recursos como una iluminación natural y punteada, o una alternancia entre sonidos y silencios particularmente distintiva ante la ausencia de música extradiegética… Todo ello para dar cuerpo a una historia coral que se acerca a la penitencia. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
Turquía, Bosnia-Herzegovina, 2011. Dirección: Nuri Bilge Ceylan. Guión: Nuri Bilge Ceylan, Ebru Ceylan, Ercan Kesal. Productora: Zeynofilm / Turkish Radio & Television / Fida Film / NBC Film. Presentación: Cannes 2011 (Gran Premio del Jurado). Fotografía: Gökhan Tiryaki. Intérpretes: Muhammet Uzuner, Yilmaz Erdogan, Taner Birsel, Ahmet Mumtaz Taylan, Firat Tanis, Ercan Kesal, Erol Erarslan, Ugur Aslanoglu.