crítica de Después de Lucía | Michel Franco, 2012
sección oficial | Atlántida Film Fest
En los últimos tiempos, ante la avalancha de noticias que han bombardeado los telediarios sobre casos extremos de acoso escolar, el cine ha hecho su función de reflejo de la actualidad social con un puñado de películas sobre el controvertido tema del bullying. Desde el verismo de Elephant (2003) de Gus Van Sant, basada en la matanza real perpetrada por dos alumnos inadaptados en el instituto Columbine hasta la terrorífica Déjame entrar (2008) de Tomas Alfredson, pasando por Klass (2007) de Ilmar Raag, muchas cintas han incidido en esta problemática con mayor o menor fortuna. Incluso en nuestro país, José Corbacho y Juan Cruz realizaron su particular aportación en 2008 con la muy fallida Cobardes. Precedida de una buena cantidad de premios, entre los que destaca el de Mejor película en la sección Una cierta mirada de Cannes 2012, Después de Lucía merece, desde ya, un puesto privilegiado entre las mejores aproximaciones que se han podido hacer del bullying en el cine.
Michel Franco se vale de un estilo naturalista, sin florituras visuales o salidas de tono innecesarias, llegando incluso a prescindir de música. Desde el minuto uno, su película rezuma verdad, valiéndose de largas escenas (muchas de ellas, sin diálogos), mostrando la rutina de una familia rota por la tragedia. Un marido al que un desafortunado accidente de tráfico ha dejado viudo, sumido en una profunda depresión y a cargo de una hija adolescente que precisa tratamiento psicológico por haber estado presente en ese coche accidentado. Padre e hija se trasladan desde la costera Puerto Vallarta hasta México D.F., con la intención de emprender una nueva vida e intentar, en lo posible, pasar página. Alejandra, que así se llama la muchacha, pronto entabla amistad con un grupo de chicos del colegio, con los que parece integrarse perfectamente, pero este espejismo de normalidad dará un violento vuelco a raíz de un desafortunado suceso. Un chico de la pandilla con el que tiene una relación sexual, graba con su móvil el encuentro, poniéndolo en circulación entre los alumnos del colegio. Alejandra se convertirá, no solo en objeto de burlas de todos, sino también en víctima de todo tipo de vejaciones y abusos imaginables que una persona pueda ser capaz de soportar.
El director y guionista no tiene ningún tipo de pudor a la hora de mostrar los abusos a los que es sometida la protagonista en toda su crudeza. No es una película apta para estómagos sensibles o mentes susceptibles, ya que contiene una gran carga de violencia psicológica –al igual que otra cinta que hablaba del maltrato, la británica Redención (Tyranossaur), dirigida en 2011 por Paddy Considine–, que hace que su visionado signifique una experiencia desagradable. Algunos de los momentos más duros de la historia se suceden fuera de campo –el cuarto de baño donde sus compañeras la obligan a dormir encerrada–pero otros, como el del “pastel” sorpresa que la obligan a comer en el aula o la escena de la playa, destacan por su explicitud, casi insoportable. A pesar de todo, Después de Lucía es, por su gran realismo y su valentía a la hora de enfrentar un problema cada vez mayor entre la juventud, una obra necesaria y valiente. En el trabajo de los actores reside gran parte de la efectividad y el impacto de la propuesta. Hernán Mendoza está excelente como Roberto, el padre de Alejandra –responsable de una controvertida venganza–, pero el peso de la historia recae sobre los jóvenes hombros de Tessa Ia, toda una revelación que posee uno de los rostros más bellos y expresivos del panorama cinematográfico actual. Su actuación en el papel de Alejandra es sencillamente espectacular, logrando que el espectador se sienta irremediablemente impotente por todo su sufrimiento en pantalla. El resto de jóvenes actores que interpretan a los verdugos de la chica, ofrecen trabajos muy naturales y frescos, mostrando a la perfección cuánta monstruosidad puede esconderse bajo la apariencia de simples adolescentes.
El director y guionista no tiene ningún tipo de pudor a la hora de mostrar los abusos a los que es sometida la protagonista en toda su crudeza. No es una película apta para estómagos sensibles o mentes susceptibles, ya que contiene una gran carga de violencia psicológica –al igual que otra cinta que hablaba del maltrato, la británica Redención (Tyranossaur), dirigida en 2011 por Paddy Considine–, que hace que su visionado signifique una experiencia desagradable. Algunos de los momentos más duros de la historia se suceden fuera de campo –el cuarto de baño donde sus compañeras la obligan a dormir encerrada–pero otros, como el del “pastel” sorpresa que la obligan a comer en el aula o la escena de la playa, destacan por su explicitud, casi insoportable. A pesar de todo, Después de Lucía es, por su gran realismo y su valentía a la hora de enfrentar un problema cada vez mayor entre la juventud, una obra necesaria y valiente. En el trabajo de los actores reside gran parte de la efectividad y el impacto de la propuesta. Hernán Mendoza está excelente como Roberto, el padre de Alejandra –responsable de una controvertida venganza–, pero el peso de la historia recae sobre los jóvenes hombros de Tessa Ia, toda una revelación que posee uno de los rostros más bellos y expresivos del panorama cinematográfico actual. Su actuación en el papel de Alejandra es sencillamente espectacular, logrando que el espectador se sienta irremediablemente impotente por todo su sufrimiento en pantalla. El resto de jóvenes actores que interpretan a los verdugos de la chica, ofrecen trabajos muy naturales y frescos, mostrando a la perfección cuánta monstruosidad puede esconderse bajo la apariencia de simples adolescentes.
Un trabajo de Franco, frío, pausado, en la línea del mejor Haneke, con el que es imposible no comparar, ya que una de las escenas clave de Después de Lucía bebe claramente de la magnífica Funny Games (1997). También guardan muchos paralelismos ambas cintas en el tratamiento retorcido y sádico de la violencia. Aquí existe verdadera capacidad de aterrorizar al público, que siente y palpa el miedo de lo cotidiano, de un problema que existe a nuestro alrededor y que sufren miles de niños cada día en el mundo. Hacen falta más títulos como Después de Lucía en nuestras carteleras, porque el cine, aparte de entretener, puede funcionar también como un eficaz instrumento para concienciar y abrir los ojos sobre todo tipo de problemáticas. La academia de cine español, sin embargo, no reconoció este valor didáctico añadido de esta espléndida cinta, otorgándole el Goya a la mejor película hispanoamericana a la entretenida (pero mucho más banal) Juan de los Muertos. Una total injusticia que chirría más aún si tenemos en cuenta el carácter reivindicativo del que intentan hacer gala en estos premios. ★★★★★
José Antonio Martín.
crítico de cine.
crítico de cine.
México. 2012. Título original: Después de Lucía. Director: Michel Franco. Guión: Michel Franco. Productora: Coproducción México-Francia; Lemon Films/Marco Polo Constandse/Pop Films/Lucía Films. Fotografía: Chuy Chávez. Montaje: Antonio Bribiesca Ayala. Intérpretes: Tessa Ia, Gonzalo Vega Jr., Hernán Mendoza, Tamara Yazbek, Mónica del Carmen.