'Quadrophenia' (1979), de Franc Roddam.
producida por The Who Films.
LA CATARSIS DEL ROCKTrémolo | The Who
“¿Recuerdan esos pósters que decían: ‘Hoy es el primer día del resto de tu vida’? Bueno, eso es cierto para cada día excepto en uno: el día que mueres”.
Eran ancianos, uno de ellos medio sordo. Eran viejos porque así lo certificaban sus carnés de identidad. Eran veteranos, lo suficientemente lúcidos para grabar una ópera rock (Endless Wire) que, poco después, serviría de excusa para iniciar un tour de muchas revoluciones. De Londres a Boston, aquellos ingleses mostraron los inequívocos destellos mod que durante varios decenios han hecho las delicias de legiones de melómanos. Era verano, 26 de Julio de 2006. Anochecía en Madrid justo antes de entrar al Palacio de los Deportes. 12.000 fans aguardaban nerviosos, expectantes, con ese punto de ilusión que sólo exigen las citas históricas. Habían esperado cuarenta años para ver a una de las mejores bandas del rock, por influencia y por clase. Una vez dentro, y con previsible puntualidad, dos portentosas glorias rindieron tributo a su público. Los Who conquistaron la capital sin estridencias, apartados de cualquier tipo de caricatura, cosa muy habitual en un negocio que desnuda fácilmente las miserias de sus antaño protagonistas. Triunfaron con una descarga de decibelios, regalando un track list de grandes temas entre los que destacaron los sintetizadores de Baba O’Riley, el desgarro de Behind Blue Eyes y el nervio incontenible de My Generation. Faltaban Keith Moon –esta vez era Zak Starkey, hijo de Ringo Starr, el que percutía los bombos– y John Entwistle, pero los dos pilares básicos seguían intactos. Voz y guitarra, o sea Roger Daltrey y Pete Townshend, ofrecieron un concierto antológico. Dosificado en esa clase de nostalgia que emborrona el festejo. Un show presenciado por varias generaciones de rockeros anglófilos o simples amantes de la música.
La contribución de The Who al cine no es desdeñable, más bien al contrario. En la memoria de todo cinéfilo hay lugar para la ceguera de ese joven virtuoso del pinball. Se llamaba Tommy y dio título a la primera rapsodia fantástica (y psicodélica) de Pete Townshend, un guitarrista subvalorado que ha tenido que vivir a la sombra de leyendas más pirotécnicas o mediáticas o carismáticas, aunque menos dotadas para la composición. Tomemos como ejemplo a una de las tantas estrellas que se dejan ver en el citado filme: Eric Clapton. A pesar del hito que supuso Layla, nunca ha dejado de inflar esa creencia más o menos extendida de que es mejor intérprete que músico. Maestro indiscutible agraciado con el don de la ubicuidad. Aquí, un reverendo barbudo que hace apología de la mina rubia por excelencia, Marilyn Monroe. Una escena que materializa el fetiche de innumerables fetichistas: una mujer (qué mujer) y una Gibson Les Paul.
Dos años más tarde publican el imprescindible Who’s Next, quizá su trabajo más redondo y accesible, en cuyo interior se dan cita varios temazos como Won’t Get Fooled Again –la melodía que suena en la cabecera de C.S.I. Las Vegas– y Bargain. En 1973 retornan a la intrincada senda de la pieza de largo recorrido con el doble LP Quadrophenia, donde aúnan la limpieza del pop y la aspereza de los ritmos que definen un nuevo estadio en el rock de masas. Quadrophenia (1979), cuya adaptación cinematográfica se ha convertido paulatinamente en una obra a reivindicar, lapidó las escasas dudas que por aquel entonces aún suscitaba la banda inglesa. Y, de paso, demostró a sus más fervientes críticos que es posible crear tres obras maestras de manera consecutiva, la Santísima Trinidad del auténtico mod. Resulta imposible no evocar la imagen de un Townshend greñudo ejecutando su célebre molino, rasgueando las cuerdas de su ahora Stratocaster rojiblanca. En los Who se advierten los mejores hallazgos de la música de los 60 y los 70. ¿Traducción? Cada vez que veo a Kevin Spacey practicando footing mientras suena The Seeker –extraída del Meaty Beaty Big and Bouncy, de 1971–, no puedo más que rendirme ante él, ante ese himno tan vigoroso como pesimista, ante una película (American Beauty), un guionista (Alan Ball, quien seguidamente obtendría el aval necesario para sacar adelante la maravillosa serie A dos metros bajo tierra) y un director (Sam Mendes) que torpedean el llamado American Way of Life, su despreciable hipocresía moral –tal vez expuesta de manera complaciente- y su infinita depresión, las falsas apariencias y el artificioso protocolo para con los vecinos. La tentación, en definitiva, se esconde bajo cuatrocientos pétalos de rosa. Con todo, no capto la salvaje decadencia de Happiness, el retrato probablemente definitivo acerca de la disfuncionalidad norteamericana. No importa. Me quedo con la sonrisa plastificada de ese padre de familia poéticamente histérico. Me quedo con los Who.
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
Trémolo es una sección dedicada a dos de mis grandes pasiones: el cine y la música. Un espacio donde intentaré resaltar la ya de por sí estrecha relación entre los dos negocios, casi siempre con la mirada en esas canciones de producción ajena que son (o pueden ser) reconocidas sin el apoyo de imágenes, pero que junto a estas adquieren una nueva dimensión. Clásicos de todas las épocas, sin apuntes de manual ni análisis para eruditos. No pretendo aburrir. Tampoco me olvidaré de las series de televisión, una fuente inagotable de melodías. Espero que os guste.
'The Seeker' - The Who | 'American Beauty' (1999).