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    LA NOCHE MÁS OSCURA | CRÍTICA

    Crítica de La noche más oscura - Zero Dark Thirty review
    CAZADORES Y PRESAS, BUENOS Y MALOS
    La noche más oscura (Zero Dark Thirty, Kathryn Bigelow, 2012)

    Como todo el mundo sabe, el hombre más buscado de la historia cayó muerto en una operación militar coordinada por la CIA. Era el enemigo público nº 1, era el Diablo con turbante. Osama bin Laden (ahí están los fotos) debía de estar enfermo antes de acabar en la bolsa, donde su tez se igualaba en color con el de su archiconocida barba de talibán o yihadista o desertor del afeitado apurado que suelen vender en Occidente. Acabó sus días en la región fronteriza de Pakistán, dentro de un fortín con diversas capas que, sin embargo, apenas resistieron —según la recreación de Mark Boal— el envite de los SEAL, esos militares y especialistas en operaciones de alto riesgo. Y como todo el mundo sabe, aquel radical casado única y exclusivamente con sus convicciones (seas cuales fueren), había sido cómplice empresarial de la familia Bush, cuyo hijo y presidente del país leía al revés un cuento para niños cuando le comunicaron que un avión —el primero de los dos que impactarían contra las Torres Gemelas— había sembrado el caos. La tragedia no era tanto un ataque a la libertad (algo que se encargaron de señalar los defensores de la democracia) como la muestra palpable y sabida de que el mal existe y había dejado su huella en el corazón mismo de Nueva York, en el mayor plató cinematográfico que existió jamás.

    Tardó en reaccionar George Bush, sumergido en su jeroglífico, y al mismo tiempo una agente de nombre Maya inició su tenaz persecución al autor de esa masacre tristemente imborrable. El supuesto mártir que desde su guarida señalaba el deseo vengador hacia un país y una cultura (a su parecer) verdaderamente perversos, incluso pecaminosos por su naturaleza tóxica: al fin y al cabo, muchos de los trabajadores que perecieron aquel día bajo toneladas de hierro y cristales y hormigón pertenecían al club del Big Mac tamaño supersize, que puede ser interpretado como señal de gula y de alienación y, sobre todo, de falsa hambre (puntos débiles de nuestra biología, supongo). Allí, al otro lado del charco, se vivieron días de nerviosismo. Luego cambió el presidente, llegó Obama. Éste se mostró firme ante la urgencia de parar las torturas a presos, aunque más tarde se demostraría cuál era su poder real en esta fábula de vencedores y vencidos. Es decir, puramente decorativa, de escaparate a un mundo en continua ebullición. Y sobre ese contexto se erige la infranqueable protagonista de La noche más oscura (EE.UU.,2012), una mujer obsesionada con capturar al líder máximo de Al Qaeda, una profesional expeditiva y de mirada esquivamente tierna, pero siempre calculadora. El filme –dirigido por Kathryn Bigelow-, en sí, es un monumento a la eficiencia de una cineasta sin apenas fisuras, que camufla su sentido patriótico —el bueno, el de la crítica constructiva y pormenorizada— en gustosas micropíldoras de tensión. O hipertensión, porque la historia abarca casi una década de investigaciones e interrogatorios y cables y escuchas en torno a esa cúpula terrorista. 

    Zero Dark Thirty o cómo matar a Bin Laden
    Jessica Chastain en un fotograma de 'La noche más oscura', de Kathryn Bigelow | 'Zero Dark Thirty', EE.UU.

    Tras su inapelable éxito en los Oscars con En tierra hostil, la pareja creativa formada por Kathryn Bigelow y Mark Boal, acaso la digna materialización del matrimonio intelectual, engrandece la literatura burocrática de un capítulo que ya nos habían contado, pero que ahora sí clava el bisturí en los puntos clave: el cerebro de la operación, los obstáculos que surgieron y el asalto definitivo que tuvo lugar media hora después de la medianoche, en ese páramo negro y desapacible. Algo que no eclipsa a Jessica Chastain, cuyo trabajo es de corte marcial pero tan frágil como el cristal de Bohemia. Lo proyecta todo, a excepción de las dudas: sus silencios son grapas; sus frases, concisas y a veces poco ortodoxas. “Soy la hijaputa que lo ha descubierto”, le dice a su jefe (James Gandolfini) durante una reunión. Aunque también sabe que es la única persona capaz de creer en sí misma, puesto que nadie más apuesta todas sus cartas a que Bin Laden se esconde en esa especie de corral insalubre. En cualquier caso, se suceden los fragmentos (el filme está dividido en varios episodios encargados de trazar una línea argumental o teórica sobre el cómo y el dónde) que desembocarán en la media hora última más poderosa y, sin embargo, árida del cine reciente. Conoces el resultado, y aún así te obligan a seguirlo —gafas de visión nocturna mediante— sin apartar la mirada, mientras Bigelow funde el bélico en tercera persona con la intriga pantanosa en subjetivo: verdad o no, crónica o realismo imaginado, es la historia de una mujer contra su mundo. No olvidemos que las pruebas se falsifican y los enemigos se quitan y se ponen según el termómetro del establishment. La credibilidad, sin embargo, no depende de una visión soberana. Bin Laden murió, ¿no? Aparecía en las portadas de todos los periódicos, bullía en Internet. “Han matado a Bin Laden”. Ahora somos libres, papá nos cuida. Y pensamos en la muerte, o sea el leitmotiv de La noche más oscura, que abre con el sonido de varias conversaciones telefónicas sobre negro, varias conversaciones efectuadas el 11 de septiembre de 2001 desde ambas torres del World Trade Center en Nueva York. Y es entonces cuando constatas que, a pesar del infierno, existen autores como Mark Boal capaces de nutrir cualquier espejismo. Su historia es inconclusa, pero magnífica.

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2012. Título original: Zero Dark Thirty. Directora: Kathryn Bigelow. Guionista: Mark Boal. Fotografía: Greig Fraser. Música: Alexandre Desplat. Reparto: Jessica Chastain, Joel Edgerton, Taylor Kinney, Kyle Chandler, Jennifer Ehle, Mark Strong, Chris Pratt, Mark Duplass, Harold Perrineau, Jason Clarke, Édgar Ramírez, Scott Adkins, Frank Grillo, Lee Asquith-Coe, Fredric Lehne, James Gandolfini, Reda Kateb.

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