Killer Joe (William Friedkin, 2012)
Es extraño el caso de William Friedkin. Antes de cumplir los cuarenta años, realizó dos películas que marcaron el cine de los 70: Contra el imperio de la droga (1971), abanderando un cine policíaco de exteriores, de calle; y El exorcista (1973), un hito en el cine de terror gótico y escatológico. Ambas, le auguraban un futuro entre los cineastas clave de las últimas décadas. Sin embargo, su carrera desde entonces se ha desenvuelto casi en la sombra: sus contadas películas en los años 80, 90 y 2000 han sido misteriosas, oscuras, pero visiblemente menores. Por ello, su vuelta a la cartelera podía llegar a suscitar recelo o incluso indiferencia. Sin embargo, si algo queda claro en los primeros minutos de metraje de Killer Joe (2012), es que no dejará precisamente indiferente a quién acepte adentrarse en su microcosmos cínico y chocante. Pues, aunque la película se inserta con naturalidad en los códigos del cine negro, es también de esas que, casi sin pretenderlo, te rompe los esquemas.
Con una premisa que recuerda a la de Perdición (1944) y un desarrollo que nos remite a la literatura pulp de Jim Thompson, estamos ante un relato llamativamente escueto sobre las vicisitudes de la familia Smith que, para acabar con la vida de la exmujer del padre y cobrar el dinero del seguro, contrata los servicios de un policía que en su tiempo libre hace las veces de matón. Este individuo es el que da nombre a la película, y en cierto modo actúa como espectador primero y catalizador después de las desgracias de esa familia cuyos miembros se mueven por instinto animal. Habitan una caravana en una población tejana dejada de la mano de Dios, en medio de una suciedad tanto física como psíquica. Ello queda patente con la presentación de Chris, el que idea el plan para salvar su pellejo ante una deuda inminente; de Ansel, su padre, a quién parece traerle sin cuidado todo lo que ocurra; de Sharla, su nueva esposa, engañosamente contagiada de la dejadez de su marido; y de Dottie, la hermana perturbada de Chris. Esta secuencia introductoria es brusca, violenta, marcada por el griterío y amenizada con los ladridos incesantes de un perro atado fuera, bajo la lluvia. Ladridos que cesan únicamente cuando Killer Joe entra en escena.
En este marco siguen presentes los elementos propios de la narrativa negra, con unos seres envueltos en la tragedia y la inmoralidad, incluyendo la mujer fatal, el amor prohibido o el asesinato encubierto, pero bajo un prisma parcialmente invertido. Si el cine negro de los años 40 y 50 nació para retratar la sociedad de la posguerra, turbia y decadente, Friedkin lo recupera aquí para que vuelva a ser el espejo de una sociedad en crisis. Se trata de una sociedad que muchos condenan por sus desigualdades y sus ansias materiales, por la pérdida de unos bienes y valores que hasta hace poco se daban por supuestos. Son presumiblemente los efectos de un capitalismo exacerbado cuyo funcionamiento ya se quiso ilustrar este pasado año, siguiendo igualmente las triquiñuelas de un grupo de infelices aunque con menos sutileza que en este caso, en la por lo demás esplendida Mátalos suavemente (2012). No es que Killer Joe sea otra metáfora directa de los engranajes capitalistas, pero en la medida en que se mueve dentro de las pautas del mismo género, a la vez que acentúa la bestialidad y deshonestidad de sus protagonistas, es inevitable que refleje pero también deforme la realidad en que vivimos.
Juno Temple en un fotograma de 'Killer Joe', la vuelta a la primera línea de William Friedkin |
Así pues, en su segunda colaboración después de Bug (2006), Friedkin y el dramaturgo Tracy Letts, que adapta su obra homónima, se esmeran en construir una historia tan reconocible como imprevisible. Establecido someramente el punto de partida de la misma, así como la naturaleza de sus personajes, llama enseguida la atención la manera en que los actores los interpretan. En la secuencia posterior a la inicial de la caravana, en la que Chris le explica el plan a su padre, comprobamos mejor cómo Emile Hirsh dota al primero de una rara mezcla de antipatía y simpatía, pronunciando cada uno de sus diálogos con bravuconería y rabia, tornando cada gesto en una bravata. Por su parte, Thomas Haden Church da vida al padre, aunque es casi un decir, ya que lo convierte en un pasmarote que provoca alternativamente risa y pena.
En cuanto a los otros dos miembros de esta familia tan acogedora, la hermana Dottie es una criatura frágil y trastornada, interpretada con una oportuna bipolaridad por la joven Juno Temple, mientras que Sharla, con las formas de Gina Gershon, aparece más desdibujada aunque en el último acto cobra más importancia. Finalmente, Matthew McConaughey es el encargado de caracterizar a Killer Joe, y lo hace de forma memorable, consiguiendo una presencia amenazante, casi terrorífica, aunque su personaje nunca llegue a levantar la voz. Este ha sido definitivamente el año que ha consagrado a McConaughey, con un puñado de interpretaciones reconocidas por un par de premios esta temporada y que han llegado a colocarle en la carrera por una nominación al Oscar en la categoría de mejor actor secundario. La obtenga o no, en cualquier caso su Killer Joe es de los personajes que no se olvidan fácilmente.
Emil Hirsch & Matthew McConaughey en un fotograma de 'Killer Joe', presentada en Venezia 69 |
Con este elenco tan variopinto, Friedkin opta acertadamente por dejar la cámara y el estilo en un segundo plano, llevando a cabo una dirección elegante y sencilla, sin estridencias, pero lo suficientemente cinematográfica (véanse por ejemplo los planos detalle que suelen acompañar al personaje de McConaughey) como para desprenderse de las raíces teatrales del libreto. Por tanto, si la película consigue aunar un buen trabajo de género con altas dosis de singularidad es sobretodo gracias a ese elenco. Inicialmente podrían parecer un baile de caricaturas, por su unidimensionalidad y por lo exageradamente distintivo de cada uno de ellos. Pero esta también es una sensación engañosa. En realidad, gracias a ello se consigue que cada personaje tenga una relevancia y vida propia, superando el déficit que aqueja a muchas otras películas cuyos personajes apenas se distinguen por su forma de hablar y de actuar. Además, a medida que avanza el relato, sorteando unos cuantos giros de guión, estos cinco personajes van adquiriendo profundidad. Aunque en al menos tres de ellos se recurra, en parte para alcanzar ese mayor calado, al manido recurso de una breve historia pasada que ha dejado marcado al personaje en cuestión y que éste rememora, contándosela a otro, es en el clímax final donde realmente quedan las cartas al descubierto.
Éste engloba un prolongado último acto en el que Friedkin y Letts dan rienda suelta a la brutalidad y a la deshumanización que se han venido apuntando. Es donde Killer Joe se impone como un hombre a la vez implacable y retorcido, desvelando la cara más oculta de los demás personajes, de repente mucho más pasivos. Se trata de una secuencia tanto de desenlace en el sentido clásico del término como de ampliación hasta cuotas casi surrealistas de la perversión que late en el resto del metraje (antes destaca, por ejemplo, la conversación previa a la paliza que le dan a Chris por no haber pagado su deuda). Es, al fin y al cabo, donde queda claro que se ha asistido a una auténtica descomposición de las tensiones y los impulsos humanos, aún con su minimalismo y sus irregularidades, pero con indudable capacidad absorbente… Resulta que William Friedkin no estaba acabado: sigue ahí y parece que todavía quiere dar algo de guerra.
Ignacio Navarro.
crítico de cine & director cinematográfico.
Estados Unidos, 2012. Título original: ‘Killer Joe’. Guión: Tracy Letts. Productora: Voltage Pictures / Worldview Entertainment. Presentada: Mostra de Venecia 2012 | Sección Oficial a competición. Fotografía: Caleb Deschanel (A.S.C.). Música: C.C. Adcock. Intérpretes: Matthew McConaughey, Emile Hirsch, Thomas Haden Church, Gina Gershon, Juno Temple.