El moderado éxito de ‘Los pilares de la Tierra’ (The Pillars of the Earth) supuso para Starz un tremendo espaldarazo. El canal Premium refrendaba de esta manera un gran 2010 donde una serie de gladiadores – ‘Spartacus’ – le colocó en la primera línea de entretenimiento de las noches televisivas americanas. La adaptación del best-seller de Ken Follet, articulada en ocho capítulos, sorprendió por su amplio sentido del entretenimiento y su fiel traslación con respecto a la obra original. La miniserie dejaba buenas sensaciones pese a que su tramo final la velocidad narrativa aumentó tres veces su potencia. El compactar un libro tan extenso les jugó una mala pasada a los guionistas que dejaron dos últimos episodios para olvidar. Un hecho que no emborrona un producto atractivo, lleno de giros y de buena factura. Tras su lucrosa acogida, Starz y Scott Free – la productora de Ridley Scott – se pusieron manos a la obra con la siguiente novela de éxito del escritor galés, ‘Un mundo sin fin’ (World without End). Un proyecto más ambicioso y sugerente si cabe que retrata el episodio más oscuro de la Edad Media: la Peste Negra. Tras algunos dimes y diretes en forma de problemas contractuales y con un presupuesto de cuarenta y cuatro millones de dólares llegó su momento el pasado octubre, emitido por ReelzChannel en Estados Unidos.
Ben Chaplin es Sir Thomas Langley en 'Un mundo sin fin' |
Y a tenor de su piloto ‘Un mundo sin fin’ no heredó únicamente la Catedral de Kingsbridge de ‘Los pilares de la Tierra’. Una narración hiperbólica con nexos demasiado finos cimientan el comienzo del serial dirigido por Michael Caton Jones – muy lejos queda ya su mejor filme, ‘Rob Roy’ (1995) –. En su primera entrega se presentan todos los personajes y tramas de manera demasiado tópica y evidente; gritando a pecho descubierto que es una serie de televisión sin más, no una creación HBO o AMC siempre dotada de ese plus cinematográfico. Es indudable que entretiene pero se queda muy corta con respecto a la ambientación de la prosa de Follet. Un carnaval de giros conforman un metraje de cincuenta minutos montados sin ton ni son. Sus protagonistas carecen de profundidad y carisma alguno por lo que el único pilar es el sempiterno retrato del sucio medievo: una Iglesia opresora y eje de la oscuridad de este periodo histórico junto a unas condiciones insalubres fruto de las doctrinas eclesiásticas. Es tiempo de traiciones, diezmos y herejes.
Siguiendo con la comparativa de ‘Los pilares de la Tierra’ otros de los puntos negativos se centra en su casting. Mientras la primera nos dejaba una selección que aunaba brillantes veteranos (Ian McShane, Donald Sutherland), actores solventes (Matthew McFadyen, Rufus Sewell) y promesas cada vez más consolidadas (Eddie Redmayne, Hayley Atwell, Sam Caflin), la segunda es un popurrí de baja gama donde tan sólo Ben Chaplin y Miranda Richardson aportan algo de aplomo. La inminente historia de amor entre los personajes caracterizados por Charlotte Riley y Tom Weston-Jones resulta tan vergonzosa como poco creíble. El retrato Real es descafeinado y atiende a todos los estereotipos posibles. La elección de sus actores se encuentra en idéntico nivel. Hay pocos intérpretes, y sus respectivos alter-ego, a los que agarrarse. Es por ello que la trama se resiente y nunca llega a la media. Ni siquiera la ambientación de la época resulta todo lo buena que se podría esperar. ‘Un mundo sin fin’, es disfrutable y amena pero ni porta un convincente rigor histórico y su armazón argumental es tan endeble como la teorías medicinales de los abades europeos del siglo XIV.
Emilio Luna.