Hay muchas películas de extraterrestres llegando a la Tierra en sus artefactos voladores. Las hubo antes de esta y ha habido muchas después. Pero para mí, y disculpad si hago ley general de algo que tal vez solo sea una triste apreciación particular, La Tierra contra los platillos volantes (Earth vs. the Flying Saucers, 1956) es LA película de platillos volantes por excelencia. Nunca se han visto como se ven aquí, nunca nos han parecido tan reales, y sobre todo nunca hubiéramos podido creer que los alienígenas pudieran venir desde la galaxia más lejana imaginable montados en semejantes trastos si de niños no hubiéramos visto esta película. O de no tan niños, porque la fascinación no tiene edad.
Esta película tiene la fama de ser brillante en las escenas de los efectos especiales y muy aburrida en las restantes. Lo primero es incontestable, obra del maestro de la stop-motion (técnica consistente en la animación fotograma a fotograma) Ray Harryhausen en una de sus primeras películas, la segunda que hizo para la Columbia a las órdenes del productor Charles H. Schneer. Harryhausen contó para esta película con una serie de platillos de diferentes tamaños construidos por él y su padre en su estudio, un edificio que antes había alojado un mercado. El mayor de los platillos tenía treinta centímetros de diámetro y los tres más pequeños ocho centímetros. Dispuso de otros tres para los primeros planos. En total, un mini escuadrón de siete platillos volantes que en la pantalla bastarían para conquistar el planeta entero. O intentarlo, al menos. Lo segundo, que Sears estuvo poco inspirado en la dirección, no lo comparto. Al contrario: para lo que era habitual en los departamentos de serie b, las películas de bajo presupuesto tanto de las grandes productoras como de las pequeñas que nunca hicieron otro tipo de películas, La Tierra contra los platillos volantes está rodada con eficacia, goza de unas muy buenas actuaciones gracias a un grupo de actores más que solvente (la pareja protagonista, Hugh Marlowe y Joan Taylor, de manera especial, pero también los secundarios, destacando los habituales Donald Curtis y Morris Ankrum) y hasta en algún momento resulta emocionante, aunque bien es cierto que en cuanto los platillos se adueñan de la pantalla la película se inunda de maravilla y parecen apagar al resto. Hay secuencias inolvidables en ella, desde la primera aparición de un platillo en mitad del desierto tras el coche de la pareja protagonista hasta la mítica secuencia final, con los platillos destrozando los edificios emblemáticos de Washington D. C. y después abatidos sobre sus ruinas, pasando por la impresionante aparición de uno de ellos tras los ventanales de una torre de control o las de otro entre el bosque. Visualmente, y esto es lo que al final permanece de una película, contiene algunas de las imágenes más fantásticas y hermosas de todo el cine de ciencia ficción.
Esta película tiene la fama de ser brillante en las escenas de los efectos especiales y muy aburrida en las restantes. Lo primero es incontestable, obra del maestro de la stop-motion (técnica consistente en la animación fotograma a fotograma) Ray Harryhausen en una de sus primeras películas, la segunda que hizo para la Columbia a las órdenes del productor Charles H. Schneer. Harryhausen contó para esta película con una serie de platillos de diferentes tamaños construidos por él y su padre en su estudio, un edificio que antes había alojado un mercado. El mayor de los platillos tenía treinta centímetros de diámetro y los tres más pequeños ocho centímetros. Dispuso de otros tres para los primeros planos. En total, un mini escuadrón de siete platillos volantes que en la pantalla bastarían para conquistar el planeta entero. O intentarlo, al menos. Lo segundo, que Sears estuvo poco inspirado en la dirección, no lo comparto. Al contrario: para lo que era habitual en los departamentos de serie b, las películas de bajo presupuesto tanto de las grandes productoras como de las pequeñas que nunca hicieron otro tipo de películas, La Tierra contra los platillos volantes está rodada con eficacia, goza de unas muy buenas actuaciones gracias a un grupo de actores más que solvente (la pareja protagonista, Hugh Marlowe y Joan Taylor, de manera especial, pero también los secundarios, destacando los habituales Donald Curtis y Morris Ankrum) y hasta en algún momento resulta emocionante, aunque bien es cierto que en cuanto los platillos se adueñan de la pantalla la película se inunda de maravilla y parecen apagar al resto. Hay secuencias inolvidables en ella, desde la primera aparición de un platillo en mitad del desierto tras el coche de la pareja protagonista hasta la mítica secuencia final, con los platillos destrozando los edificios emblemáticos de Washington D. C. y después abatidos sobre sus ruinas, pasando por la impresionante aparición de uno de ellos tras los ventanales de una torre de control o las de otro entre el bosque. Visualmente, y esto es lo que al final permanece de una película, contiene algunas de las imágenes más fantásticas y hermosas de todo el cine de ciencia ficción.
Earth vs the Flying Saucers, 1956. |
Y eso que hay momentos en que la pobreza de medios clama al cielo: ese ataque a la base de lanzamientos de cohetes Sky Hook, con cuatro soldados tirados en el suelo y otros cuatro en un jeep defendiéndola de los extraterrestres, podría ser uno de los muchos ejemplos. Pero Sears y su equipo sacan oro de donde no hay, sobre todo en la utilización de los stock shots (planos de archivo, imágenes de documentales o bien metraje sobrante de otras pelis, cuando no directamente extraídos de ellas): explosiones, incendios, cohetes despegando, un plano de un edificio explotando tomado de La guerra de los mundos (The War of the Worlds, Byron Haskin, 1953)… Harryhausen utiliza algunos de ellos como fondo para sus platillos y el resultado es espectacular, en especial en los del incendio del bosque.
La Tierra contra los platillos volantes (Fred F. Sears, 1956). |
Basado en un libro de Donald E. Keyhoe, el guion del escritor Curt Siodmak, un autor bien curtido en las revistas pulp y hermano del gran director Robert Siodmak, no convenció a Schneer, que enseguida contrató a George Worthing Yates y a Bernard Gordon, este último no acreditado hasta una reciente edición en dvd de la película con su versión en color (al genial Harryhausen le dio por querer colorear todas sus viejas películas en blanco y negro y se puso de manera entusiasta manos a la obra con ello, cosas de la edad, imagino). Muchos eran, pero si debían de ser tantos para darnos un concepto tan abrumador como el de Banco de Memoria Infinitamente Indexado, bienvenidos sean. ¿Que no sabes qué es este Banco? Pues como todos este también roba, pero si quieres saber qué exactamente, tendrás que ver la película y esperar a que nuestros protagonistas estén dentro de uno de los platillos viendo descender una rosa gigante del techo.
Todo un clásico de la ciencia-ficción. |
Cuarenta años después La Tierra contra los platillos volantes inspiraría Mars Attack! (1996) de Tim Burton, una película que me gusta, lo reconozco, pero de la que no consigo recordar ni un solo plano con la misma fuerza con que sí recuerdo muchos de la primera.
De Fred F. Sears no he visto muchas más películas: la muy entretenida serie b del oeste Utah Blaine (1957) y la tan desastrosa como por esto mismo simpática The Giant Claw (1957). Ray Harryhausen, sin embargo, se dedicó a hacer una obra maestra tras otra, a maravillarnos para siempre con toda una serie de películas fantásticas ya hoy impensables de hacer. Quedan como un gigantesco y mágico ejemplo de que hubo un tiempo en el cual el cine podía ser descomunal sin tener que gastarse en él ni el dinero para los bocadillos de cualquier Transformers (o Mars Attack!) de la vida.
De Fred F. Sears no he visto muchas más películas: la muy entretenida serie b del oeste Utah Blaine (1957) y la tan desastrosa como por esto mismo simpática The Giant Claw (1957). Ray Harryhausen, sin embargo, se dedicó a hacer una obra maestra tras otra, a maravillarnos para siempre con toda una serie de películas fantásticas ya hoy impensables de hacer. Quedan como un gigantesco y mágico ejemplo de que hubo un tiempo en el cual el cine podía ser descomunal sin tener que gastarse en él ni el dinero para los bocadillos de cualquier Transformers (o Mars Attack!) de la vida.
Por José Luis Forte
Escribe encerrado en una cueva, nunca entra el sol.
Proyecta películas en la pared, ni que fuera Platón.
Cuando sale se divierte, aunque solo piensa en volver.
Cuando por las noches llueve, también le gusta leer.
arthurmachen [@] hotmail.com
La décima víctima
Escribe encerrado en una cueva, nunca entra el sol.
Proyecta películas en la pared, ni que fuera Platón.
Cuando sale se divierte, aunque solo piensa en volver.
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La décima víctima